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jueves, 12 de noviembre de 2020

“¡Matadlos, que son curas!”: a la orden de Largo Caballero

Tras este grito, un grupo de jóvenes seminaristas fueron asesinados el 7 de octubre de 1934 durante la Revolución de Asturias

(José Mª García de Tuñón Aza/ La Razón) El pasado año ha tenido lugar en la Catedral de Oviedo la beatificación de nueve seminaristas asturianos. Unos jóvenes candidatos al sacerdocio vieron sus vidas cercenadas cuando alguien gritó: «¡Matadlos, que son curas!». Y así fue. Seis de ellos fueron asesinados durante la Revolución de Asturias donde nada tenían que ver con las reivindicaciones de los asesinos revolucionarios. De esos que nunca hablan los de la memoria histórica. Estaban dirigidos aquellos verdugos por los socialistas Indalecio Prieto, natural de Oviedo, y Francisco Largo Caballero, el que precisamente en Oviedo, junio de 1936, habló de implantar la dictadura del proletariado mientras sus seguidores daban “vivas” a Rusia y al ejército rojo. Ahora, los dos, tienen levantados en Madrid sendos monumentos, que sus seguidores protegen y defienden como si hubieran sido unos héroes libres de todo pecado.

Los seminaristas beatificados eran hijos de familias humildes, posiblemente más humildes que las de sus propios verdugos. Habían nacido, y eran vecinos, de pequeñas localidades asturianas donde su progenitor se dedicaba a la agricultura, a la pesca o trabajaba en la mina. «Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra», dice el evangelista San Juan.

Los seis asesinados el 7 de octubre de 1934, hoy ya beatificados, responden a los nombres de: Ángel Cuartas Cristóbal, nacido en 1910; César Gonzalo Zurro Fanjul, nacido en 1912; José María Fernández Martínez, nacido en 1915; Jesús Prieto López, nacido en 1912; Juan José Castañón Fernández, nacido en 1916; Mariano Suárez Fernández. Así, pues, el más joven, en este baño de sangre, con solo 18 años, fue Juan José Castañón. El mayor, Manuel Olay, con 25 años.

Cuando dio comienzo la Guerra Civil, fue tan rápida la acción y tan exterminador su empuje, que, pasados solo unos pocos días desde la rebelión militar, Andrés Nin, jefe del POUM, -más tarde sería víctima de los comunistas- escribió en “La Vanguardia” de Barcelona: «La clase obrera ha resuelto el problema de la Iglesia sencillamente, no dejando en pie ni una siquiera». Así daba comienzo la mayor persecución religiosa, en tan poco tiempo, que hubo en toda la historia de la Iglesia. La documentación sobre los mártires españoles es rigurosa. Fueron unos 10.000. Entre ellos estos tres seminaristas beatificados que querían ser sacerdotes, «pero Dios eligió para ellos el altar del más alto sacrificio para una misa que no acaba: dar la propia vida como testimonio de amor hacia Quien dio la vida por ellos», ha dicho el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz Montes.

Así, pues, los tres seminaristas beatificados, asesinados durante la Guerra Civil, fueron: Luis Prado García, nacido en 1914 y asesinado en Gijón el 4 de septiembre de 1936. Manuel Olay Colunga, nacido en 1911 y asesinado en Oviedo el 22 de septiembre de 1936; Sixto Alonso Hevia, nacido en 1916 y degollado, cerca de León, el 27 de mayo de 1937. Éste temiendo lo que iba a pasarle dejó dicho a sus padres: «Tenéis que perdonar». Así nos lo cuenta el obispo auxiliar de Madrid, el asturiano José Antonio Martínez Camino. De este último beato, asistieron a la beatificación, con 90 y 94 años, sus hermanas Covadonga y Eloína Alonso Hevia, quienes sin poder contener las lágrimas, declaraban emocionadas: «Es un día alegre y triste a la vez que llevábamos años esperando».

Los trámites para alcanzar la beatificación se iniciaron en el año 1990. Quedaron interrumpidos tras la pérdida en Roma de abundante documentación relativa a sus casos, pero finalmente, por iniciativa del Arzobispado de Oviedo, pudo completarse la causa casi tres décadas después para alegría de todos.

Durante la ceremonia de la beatificación, el representante del Papa Francisco, cardenal Angelo Becciu, Prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, dio lectura a la Carta Apostólica en la que Su Santidad inscribe en el libro de los beatos a los seminaristas, venerables siervos de Dios que dieron la vida en defensa de la fe.

Y no me resisto terminar sin recoger, en honor de los nuevos beatos, este bello poema del poeta republicano y exiliado, León Felipe: “Hazme una cruz sencilla,/ carpintero.../ sin añadidos/ ni ornamentos.../ que se vean desnudos/ los maderos,/ desnudos/ y decididamente rectos:/ los brazos en abrazo hacia la tierra,/ el astil disparándose a los cielos./ Que no haya un solo adorno/ que distraiga este gesto:/ este equilibrio humano de los dos mandamientos.../ sencilla, sencilla.../ hazme una cruz sencilla, carpintero”.

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