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sábado, 28 de noviembre de 2020

Adviento: vino, vendrá, viene. Por Ramón Navarro Gómez

(C.E.E.) El Año Litúrgico, en el que se despliega todo el misterio que Cristo para que, celebrándolo, podamos participar de él, comienza con el tiempo de Adviento, que son las semanas que preceden a la Navidad. “Adviento” es una palabra que viene del latín y significa “venida”.

¡Viene el Señor”, y su venida nos llena de esperanza.
Pero, ¿a qué venida nos referimos?

“Vino”

El Adviento nos prepara para la celebración litúrgica de la Navidad: la primera venida del Señor, en la humildad de nuestra carne, para salvarnos. Los días del 17 al 24 de diciembre serán una preparación más intensa para la celebración de este Misterio, especialmente de la mano de María. Contemplaremos los acontecimientos que precedieron en el evangelio a la venida del Señor y aclamaremos al Emmanuel –“Dios con nosotros”- con esperanza.

“Vendrá”

La primera parte del Adviento, desde las primeras vísperas del 28 de noviembre hasta el 24 de diciembre, son una invitación a contemplar la segunda venida del Señor, que vendrá glorioso al final de los tiempos e inaugurará plenamente su Reino. Las figuras proféticas de Isaías y de Juan el Bautista, y también la de la Virgen María, a través especialmente de la celebración de su Inmaculada Concepción, guiarán nuestra espera y nuestra esperanza y nos ayudarán a estar en vela y preparados.

“Viene”

Pero no tendría sentido celebrar un acontecimiento del pasado o uno del futuro si no tuviesen repercusión en el presente. San Bernardo, en su sermón 5 en el Adviento del Señor, habla de una venida intermedia, entre la primera y la segunda, donde el Señor viene para ser “nuestro descanso y nuestro consuelo” (2ª lect. Del Oficio de Lectura, miércoles I de Adviento). El Adviento, por tanto, es un tiempo que orienta nuestra vida, que la encamina, desde la fe en Jesús, que se ha encarnado para llevar a cabo el plan de salvación de Dios, al encuentro definitivo con Él al final de los tiempos, y lo hace por medio de esa venida cotidiana del Señor que ciertamente se da en su Iglesia a través de su Palabra, de los sacramentos, pero también en nuestra propia historia, “en cada hombre y en cada acontecimiento” (Prefacio III de Adviento).

Símbolos para vivir el Adviento

Una llamada

Resonará fuertemente en la Palabra de Dios ¡preparad el camino del Señor!

Tres voces

Las de Isaías, Juan el Bautista y la Virgen María María. ¿Dejaremos que resuenen en nuestras conciencias?

Un color

El morado de los ornamentos. Hace presente la esperanza, y nos recuerda que estamos en un tiempo de preparación, en este caso a la Navidad. En el tercer domingo de Adviento -“Gaudete”- se suavizará en el rosa, para recordarnos que ya estamos avanzados en ese camino de preparación, para que no nos desanimemos.

Un símbolo. La corona de Adviento

No es propiamente un signo litúrgico, pero nos va haciendo presente el camino de nuestra preparación espiritual. Las luces van creciendo, hasta que recibamos al que es la Luz verdadera. El verde se va marchitando, pero brotará un renuevo. La corona la vemos en muchas iglesias. ¿Por qué no hacerla también en casa?

Un ambiente

La austeridad, que debe presidir nuestras iglesias y celebraciones: pocas flores, sobriedad en la música… ¡Centrémonos en lo importante! Pero también la alegría, subrayada sobre todo en el tercer domingo de Adviento, pero presente en todo este tiempo.

Una ausencia

El «gloria». Solo se cantará o recitará en las solemnidades. En la práctica, únicamente el día de la Inmaculada Concepción de la Inmaculada Virgen María. Una ausencia para alimentar nuestro deseo de volverlo a entonar, unidos a los ángeles que anunciarán el Nacimiento del Salvador.

Una invitación

Porque el Adviento, más que nunca, es un tiempo de oración.

Ocho días

Una octava, desde el 17 hasta el 24, que nos invitan a prepararnos más fuertemente para la Navidad.

Ocho nombres

Cada día de esa octava, en la antífona del Magníficat, en Vísperas, o en el versículo del Aleluya, llamaremos a Cristo por un nombre distinto. En latín: Sapientia (Sabiduría), Adonai (Señor, en hebreo), Radix Iesse (Raíz de Jesé), Clavis David (Llave de David), Oriens (Sol que nace), Rex Gentium (Rey de las Naciones), Emmanuel (Dios con nosoros). Ocho palabras cuya primeras letras, leía al revés, irán formando un acróstico: las palabras ERO CRAS (“llegaré mañana”). ¡Viene el Señor!.

Una virtud teologal

Que es, por tanto, un regalo de Dios: la esperanza. Sin olvidar las otras dos -fe y caridad- porque las tres van juntas y una no se puede dar sin las otras dos. Que realmente sean las actitudes que guíen nuestra vida cristiana.

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