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domingo, 11 de octubre de 2020

''A los cruces de los caminos''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

En este domingo XXVIII del Tiempo Ordinario el Señor nos vuelve a hablar y ofertar el Reino de Dios pero con condiciones; vuelve a invitarnos a su mesa y a las bodas de su Hijo como anticipo de la mesa celestial, pero nos pide etiqueta de fiesta para ese convite.

El cántico de Isaías de la primera lectura es toda una profecía. Quizá el pueblo de Israel viera en su enseñanza reflejado su anhelo de llegar a la tierra prometida, su meta y cumbre; el país "que mana leche y miel". Y nosotros tal vez entendamos lo mismo con otro enfoque, en clave eucarística y como anhelo de eternidad.

"Habitaré en la casa del Señor por años sin término"; el sueño del Salmista es el de todo creyente, pasar la eternidad cerca del Creador, donde Él está; no sólo en un templo de piedra, sino en el templo de su gloria.

Nunca hacemos fiesta o grandes comidas y banquetes sin motivo, ha de haber una razón principal para ello. He aquí la respuesta Isaías: "Y arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el paño que tapa a todas las naciones. Aniquilará la muerte para siempre. El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros, y el oprobio de su pueblo lo alejará de todo el país. Lo ha dicho el Señor. Aquel día se dirá: «Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación". Parece que estamos hablando de la fiesta que podremos hacer cuando acabe esta pandemia, pero no; estamos hablando de algo aún mayor, de cuando descubramos que en Cristo se ha hecho verdad y que la muerte ha sido aniquilada.

En la carta de San Pablo a los Filipenses se nos presenta una premisa que servirá de ayuda para afrontar nuestra peregrinación hacia el banquete del cielo. San Pablo nos dice que hemos de estar preparados para todo, para lo bueno y lo malo, pero unidos en todo momento a Cristo. El apóstol es conciso: "todo lo puedo en Aquél que me conforta".

Por último, el evangelio nos presenta la parábola de la boda del hijo del rey. En un primer momento vemos que hay unos invitados oficiales, pero estos rehúsan la invitación marchando a su tierra y a sus negocios unos, y los peores incluso matando a los mensajeros del rey... No se merecían la altruista invitación... Llegó el día del banquete y el monarca mandó salir a los cruces de los caminos e invitar a todos los que pasaran por allí. Así los invitados que parecían dignos no lo fueron y, aparentemente, los más indignos acabaron siendo los merecidos invitados. En la línea de los domingos anteriores el Señor nos recuerda "que muchos son los llamados, pero pocos los elegidos"...

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