En este domingo XXX del Tiempo Ordinario la palabra de Dios nos acerca a los principios básicos que ha de mostrar todo creyente. En la primera lectura del Éxodo se nos dan como pauta las actitudes que han de destacar en la vida de aquel que honra al Señor: no explotar a viudas y huérfanos, no ser usurero con los necesitados a los que ayudamos; en definitiva, no olvidar que los pobres son los predilectos de Dios, ni que éstos no son solamente los que carecen de recursos materiales, pues la pobreza moral o espiritual no es menos importante.
Hay un fragmento en este texto del Éxodo que nos ha de interpelar particularmente en este tiempo que nos toca vivir: "No oprimirás ni vejarás al forastero, porque forasteros fuisteis vosotros en Egipto". A veces, cuando vivimos momentos de escasez, crisis y precariedad, pueden surgir sentimientos de rechazo del que llega, pero los cristianos no debemos caer en ello; hemos de vivir siempre la acogida del forastero sabedores que el mismo Cristo valora meritoriamente estas actitudes... "fui forastero y me acogisteis". También la historia de nuestro país y de nuestras familias está marcada por este fenómeno, y abandonar la propia tierra en mejores o peores circunstancias siempre es un drama.
Igualmente, la Iglesia que peregrina en España celebra hoy la campaña de Cáritas de las personas sin hogar; un día que no es para pedir dinero, sino para tomar conciencia de lo que implica no tener un techo sobre el que cobijarse. La denuncia de la Iglesia es un reclamo cariñoso para hacer un mundo más humano que mire a su alrededor y no se rija únicamente por el poder, el tener y el placer. Los cristianos hemos de ser la infantería que combata y denuncie las injusticias de nuestro tiempo.
La epístola de San Pablo de este día también es de gran aplicación para nuestra vida. En su carta a los cristianos de Tesalónica, el Apóstol les felicita por el testimonio que están dando de su fe, la cual les movió a abandonar de forma radical sus costumbres paganas de adorar ídolos para confiar única y exclusivamente en el Señor. Así les dice Pablo: "os volvisteis a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y vivir aguardando la vuelta de su Hijo Jesús desde el cielo, a quien ha resucitado de entre los muertos". ¿No necesitaremos nosotros también abandonar tantas idolatrías que opacan como espejismos el horizonte sublime de la vida a la que somos llamados?. Para que se haga verdad tenemos como indicador absoluto las palabras del salmista: "Yo te amo Señor, Tú eres mi fortaleza".
Finalmente, el evangelio vuelve a presentarnos una nueva lección del Señor que se dirige no sólo a los fariseos, sino también a nosotros en este tiempo que nos toca vivir. Como pudimos ver en la primera lectura el rigor había invadido la religión judía. En el Antiguo Testamento podemos encontrar ese vivir según normas y preceptos y que priorizaban la ley sobre el hombre, y ésta era a veces contradictoria entre sí. Nada menos que 613 leyes de "La Torá", muchas draconianas en su cumplimento. De nuevo los fariseos intentan tenderle una trampa a Jesús como en el caso del denario, y le preguntan de nuevo buscando su traspiés cuál era el precepto más importante de la ley. Jesús les deja con la boca abierta, pues aunque ellos se sabían de memoria esos más de seiscientos preceptos, jamás hubieran imaginado que podrían ser resumidos "en dos".
Esta es la revolución de Jesús; la enseñanza del amor: "Amarás a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a uno mismo": Qué lugar ocupa Dios en vida, porque amar a Dios podemos decir que lo hacemos, incluso hacerlo, pero amar al prójimo será imposible si antes no le reconocemos y le amamos a Él "sobre todas las cosas"...
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