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viernes, 25 de septiembre de 2020

Hermana Ana de San Bartolomé, Dios te ha llamado a la morada eterna. Por Rodrigo Huerta Migoya

Hacía ya bastante tiempo que la salud no acompañaba a la hermana Ana; a sus espaldas 91 años de edad de los cuales 69 fueron vividos como carmelita descalza en la villa de Gijón.

Había nacido esta bendita mujer en el pueblo de El Vidural (Navia) donde creció en edad y en la fe a la vera de la pequeña iglesia de su pueblo dedicada a Nuestra Señora de la "O". Cuando ella era niña no era aún parroquia, sino filial de San Bartolomé de Polavieja (antaño Puebla Vieja), entonces sede matriz de esta feligresía. 

Al ser de una familia humilde de labradores como era propio en aquel tiempo, los libros quedaron en un segundo plano para echar una mano en casa y aliviar las escaseces del momento. Cuando la situación familiar ya era mejor, manifestó su vocación religiosa y solicitó ingresar en el joven convento de Nuestra Señora del Carmen y San José de Gijón.  

Podía haber esperado un tiempo y prepararse más antes de ingresar, pues la vida contemplativa anterior del Concilio Vaticano II hacía una dura diferencia entre las religiosas con estudios y las que no los tenían. Esta reminiscencia medieval tenía un origen pío, aunque con los ojos de nuestro tiempo bastante injusto, la cual pretendía facilitar la consagración religiosa a personas piadosas que no sabían leer ni escribir y cuyas vidas religiosas se centraban en el trabajo manual. 

Así quiso acceder esta buena naviega en la clausura Carmelitana de Gijón como "hija de obediencia", que se decía entonces de forma oficial, y lo que venía a ser una "hermana lega" en el lenguaje coloquial o extraoficial. Con el decreto "Perfectae Caritatis", en Octubre de 1965 se abre el camino de aquella dura distinción entre "legas" y "monjas". 

Cuando profesó, la entonces Priora eligió su nuevo nombre para una nueva vida de fe como "Ana de San Bartolomé" en recuerdo de dicha Beata, que fuera una de las primeras monjas legas que Santa Teresa de Jesús admitió en su primera fundación del convento de San José de Ávila y que terminó siendo uno de los pilares de la reforma de la Orden, en especial en los Países Bajos. Ana García Manzanas, toledana de Almendral de la Cañada fue desde la navidad de 1577 en que Santa Teresa se rompió el brazo la secretaría, enfermera, cocinera, confidente y compañera inseparable hasta la muerte de la Madre Teresa en 1582. Cuando Santa Teresa agonizaba hizo llamar a la hermana Ana de San Bartolomé, en cuyos brazos murió. Esta Beata sería el referente de la vida religiosa de nuestra monja.

La Beata Ana, sintió como nuestra naviega la vocación a muy temprana edad, pero, por desgracia, a la joven manchega no la apoyaron en casa y sus hermanos se opusieron abiertamente a su ingreso en clausura, llegando a somatizar este rechazo y enfermar gravemente. Dicen que preocupada por su vida la familia encomendó su recuperación al Apóstol San Bartolomé; el día de la fiesta del Santo la llevaron a un ermita cerca de sus casa dedicada a este apóstol, donde repentinamente se vio curada. Era el 24 de Agosto de 1570. Curiosamente, también un día de San Bartolomé, inició Santa Teresa su reforma del Carmelo y comenzar esta aventura en el convento de San José de Ávila un lunes 24 de Agosto de 1562 (festividad propia de San Bartolomé). Este nombre de "Ana de San Bartolomé" fue un reclamo a la santidad para esta intrépida mujer de El Vidural, y todo un recuerdo constante de sus propias raíces, pues no en vano San Bartolomé era también el Patrono titular de su parroquia de Polavieja. 

La Hermana Ana trabajó muchísimo, primero en el convento de "Viesques" (ya no existe) y después en el convento de la Providencia. Hizo verdad en su vida las palabras de San Pablo: "el que no trabaje que no coma"; así, esta observante carmelita gastó por completo sus fuerzas en el servicio a Dios, de la humanidad y de sus hermanas de Comunidad. No se limitaba simplemente a la tarea del día, sino que siempre adelantaba trabajo ante cualquier contratiempo. Los últimos años de ancianidad, enfermedad y limitaciones ya no podía echar una mano, pero su labor estaba hecha por anticipado tras tantas décadas faenando siempre de más. 

Ha sido ejemplar la atención que sus hermanas de Convento le ha prestado estos últimos tiempos, siguiendo el deseo que Santa Teresa les legó en su regla: "Las enfermas sean curadas con mucho amor, y regalo, y piedad, conforme a nuestra pobreza, y alaben al Señor cuando las proveyeren bien". Bien ha sido protegida esta hermana, que varias veces estuvo a las puertas de un inminente fatídico desenlace, saliendo de ellas recuperada para sorpresa de todos. 

Tras muchos días ya prácticamente inconsciente, en la paz y la serenidad de los que han vivido escondidos en Dios, por Él y para Él, exhaló su último aliento en su celda al amparo del santo escapulario. A buen seguro será recibida en el Carmelo Celestial donde examinada del amor será incluida en el Coro de las Vírgenes Santas y Prudentes que le cantan al Señor: "Quiero ser solamente tuya oh Cristo esposo".

Descanse en paz la Hermana Ana de San Bartolomé

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