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miércoles, 16 de septiembre de 2020

Al final es siempre la cruz. Por Carlos Esteban

(Infovaticana) Ante la previsible noticia de que el gobierno ‘estudia’ demoler la cruz de piedra más alta de Europa, no he podido evitar recordar esa foto emblemática de nuestra guerra, la del pelotón de milicianos ‘fusilando’ el monumento al Sagrado Corazón del Cerro de los Ángeles. No es, por supuesto, la escena más terrible de aquella contienda, pero sí una de las más significativas, quizá la más significativa, por lo inútil del gesto, por lo simbólico, por el modo en que describe el verdadero enemigo.

Al final es siempre la cruz. O, mejor, la Cruz. En este caso, el odio a la cruz de Cristo, el odio criminal al mensaje cristiano y a ese símbolo de la Redención que debe ser eliminada de la faz de la tierra.

Naturalmente, los sospechosos habituales de la oposición mediática hablan de ‘cortina de humo’ para tapar una metedura de pata tras otra de este gobierno, especialmente en la desastrosa gestión de la crisis sanitaria, que ha dejado una economía hundida, libertades atropelladas y más muertos en relación a la población que en ningún otro país del mundo.

Es no conocer la historia. La destrucción de la Cruz no ha sido nunca un ‘efecto secundario’, un daño colateral de la acción del enemigo: es el objetivo, la meta, sea o no de forma consciente. Las ideologías son dioses celosos que no admiten un rival, menos un rival tan peligroso como la Cruz. La Cruz les recuerda su inevitable fracaso, la inanidad de todos sus esfuerzos con una humanidad que va a morir, irremisiblemente. Y para eso, la cuestión más acuciante de los mortales, sus flamantes ideologías no tienen respuesta.

La cruz es la última resistencia a cualquier tirano, el “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Y no, no estamos haciendo política: hoy es este difuso pensamiento único difundido, paradójicamente, por la izquierda radical de la mano de banqueros y multinacionales, pero ayer -o en otra parte- ha sido el bolchevismo, los jacobinos, el Islam, los emperadores romanos, el Shogun japonés. El enemigo, en cada momento de la historia, en cada lugar, con una careta nueva y una nueva lista de soluciones para la humanidad.

Solo hay, en este caso, una diferencia de peso, y es que en los comienzos de todas las persecuciones anteriores, los pastores estuvieron con los fieles, e incluso fueron la voz profética que alertó de la ofensiva. Hoy lo que vemos es una jerarquía timorata, tibia, que traga por no perder su pequeña cuota de poder, que se alía al menos tácticamente con los mismos grupos ideológicos que sueñan con su destrucción, que alertan de la inundación en plena sequía, hablan a todas horas de la conversión ecológica mientras los enemigos de la fe se frotan las manos.

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