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sábado, 22 de agosto de 2020

Dios y la pandemia. Por Monseñor Juan Antonio Martínez Camino

La fe como asidero, más allá de la ciencia, para la esperanza en superar los efectos de un padecimiento global.

Nos ha tocado la primera pandemia global. La humanidad ha sufrido muchos flagelos que pusieron en cuestión su modo de vida. Unos, de origen natural, como el terremoto de Lisboa, y otros causados por el hombre, como las terribles guerras del siglo XX. Pero ésta es la primera vez que cada uno de los seres humanos en toda la Tierra nos sentimos directamente amenazados por un peligro mortal, acompañado de graves secuelas económicas y sociales. El Covid-19, cuyo origen parece natural o fortuito, se ha difundido como un rayo en el entramado de un mundo global. 

Por eso, se está hablando de la ''macrovulnerabilidad''. Que cada uno de nosotros es vulnerable y mortal era una cosa bien sabida, aunque tantas veces reprimida o minimizada por la cultura del consumo y del bienestar. La novedad parece estar en que la pandemia global ha puesto de nuevo de manifiesto que la Humanidad en su conjunto no es menos vulnerable que cada uno de los individuos que la componemos. ¿Que consecuencias se derivarán de esta nueva experiencia? ¿Estaremos ante un cambio de época?.

Este es el apasionante tema del curso que, si Dios quiere, tendremos en La Granda los próximos días 25 al 27. Es un curso de teología, con la participación de historiadores, filósofos y teólogos. Examinaremos si el cambio de época que se vaticina, si es que acontece, afectará y cómo a uno de los mitos fundantes de la Modernidad: el de la llamada ''ideología del progreso''.

Después de la pandemia global ¿seguirá teniendo tanta fortuna la idea de que la Humanidad, que ha sido capaz de construir un mundo global, gracias a su ciencia y a su técnica, es también capaz de alcanzar, por esos mismos medios, el reino de la seguridad, la bondad y la paz? ¿Seguirá este mito haciendo plausible una cultura pública que prescinde de Dios?.

La pandemia hay que combatirla con los medios que la ciencia y la técnica tienen a su disposición. Pero la nueva experiencia de este flagelo inédito, podría ser la ocasión para recuperar aspectos preteridos por la razón, tan esenciales como que el recibir y el padecer no son menos humanos que el dar y el hacer. Entonces, la plaza pública se abriría de nuevo a la fe, por la que se deja espacio al Infinito origen no sólo del poder hacer, sino también de todo don y de toda compasión. 

Si la fe en el Amor incondicional, en el Dios crucificado y vivo, por la que sabemos que es el amor, y no nuestra ciencia - técnica, el que de verdad nos salva. Más allá de la utopía está la esperanza.

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