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martes, 28 de julio de 2020

“Todo cristiano tiene una misión y San Melchor es un ejemplo a seguir”

José Manuel Coviella, autor de un libro sobre el único santo asturiano, nos acerca a su figura.

San Melchor era un santo con gran vocación misionera.

Esta nace a partir de su estancia en Oviedo cuando estudia en la Universidad y ya con 24 años termina el Bachiller en Filosofía y Teología. Después de este tiempo, siendo preceptor del colegio de San José, tiene una visión amplia y una mirada centrada en el amor al prójimo. Solía visitar la iglesia de los Dominicos en Oviedo y descubre su vocación misionera. De esta forma, pudiendo seguir como profesor en la Universidad, decide irse al convento de Ocaña para vivir un ambiente más religioso y hacerse dominico. Dos años después se ordena de diácono y en mayo de 1847, sacerdote. En ese momento ya tiene una idea muy clara de marchar a misiones. Un año después, en marzo, con otros cinco dominicos toman en Cádiz la fragata victoria camino de Filipinas y en junio desembarca en Manila. A partir de ese momento su vida va a cambiar por completo.

¿Qué labor realizó en Manila?

Él era muy aplicado, ya de niño en Bárcena había aprendido latín y antes de ir a Oviedo tenía una gran formación. Lo curioso es que siendo una persona muy estudiosa y habiendo demostrado su capacidad para trabajar como profesor, su idea era ser misionero. En Manila le tenían dispuesta también una cátedra de Filosofía en la Universidad de San Tomás, pero la rechaza al igual que el trabajo de la Universidad de Oviedo y embarca hacia Tonkín, en Vietnam. En ese momento los cristianos eran perseguidos en esa zona y Melchor era conocedor de la situación que se vivía. Cambia su nombre por el de Xuyen, que significa río, y allí desempeña su labor como misionero.

¿Cómo se desarrolla su misión allí?

Con 34 años se convierte en obispo de Tricomía y coadjutor de Tonkín. En el año 1857 tiene lugar el martirio del obispo Díaz Sanjurjo y Melchor queda constituido automáticamente Vicario apostólico de Tonkín y toma la determinación de defensa de los cristianos. Viendo la situación de persecución, tiene presente el martirio y así lo demuestra en las cartas que escribe a su hermano Manuel. En una de ellas le dice: “Cuando tenga ocasión volveré a escribirte, si vivo, y si la Virgen de Alba me concede derramar la sangre por la religión”. La Virgen le dio esa fuerza para afrontar el martirio, se cree que antes de partir a Filipinas visitó con su madre el santuario de la Virgen de Alba, a la que profesaba gran devoción él y toda su familia. Un sentimiento que llevó siempre consigo.

Y es hoy por hoy el único santo asturiano.

Sí, fue beatificado en 1951 y canonizado por San Juan Pablo II en 1998. En esa fecha D. Jesús Porfirio, que era entonces Vicario, escribía con emoción que aquella mañana de la canonización con más de 1.500 asturianos jubilosos, muchos de Quirós, presentes en Roma, se pudieron escuchar estas palabras del Papa en español: “Asturias tiene ya su primer santo en la persona del obispo Melchor García Sampedro que ha sido propuesto como patrono de las misiones asturianas y la actividad misional”. Es un ejemplo para todo misionero.

D. Luis Legaspi, que entonces era Delegado de Misiones, contaba que en aquellas fechas él tuvo ocasión de saludar al Papa y le solicitó la bendición para todos los misioneros asturianos. Juan Pablo II le dijo entonces al bendecirle que San Melchor sería ejemplo y patrono para la Asturias misionera.

¿Cuál es el valor de la figura de San Melchor?

En un pueblo de lo más humilde en aquellos tiempos y retirado, Cortes, nace un niño de una familia cristiana, inicia ese peregrinar hasta llegar a Oviedo, estudiar, marcharse para Ocaña y decidir lanzarse a Filipinas, un país ajeno y desconocido y hacerse misionero. Ese peregrinar es una posibilidad y una llamada para todo cristiano, cumpliendo el “id y predicar el Evangelio”, que está llamado a la santidad y tiene una misión.

Podemos decir que la historia de la Iglesia no es otra cosa que la historia de la santidad realizándose en el tiempo. Lo importante de esa historia no están en las grandes gestas culturales ni tampoco en la construcción de las catedrales o la celebración de concilios, sino en la vida de sus santos, de sus santos misioneros, y todo cristiano es un misionero. Por eso la santidad es el rostro más bello de la Iglesia.

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