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martes, 21 de julio de 2020

Las Dominicas de la Anunciata de la Casa Sacerdotal, adiós a unas monjas de libro. Por Rodrigo Huerta Migoya

Todo adiós es amargo, pero más si cabe al finalizar una preciosa misión que con tanto acierto y amor habéis desempeñado desde hace cuarenta y siete años: ¡casi medio siglo!

Fuisteis las primeras en llegar, antes que los sacerdotes, que los empleados y que los obispos; vosotras cogisteis esa casa vacía y la convertisteis en un hogar para los que habrían de llegar.

Vuestra Congregación como la gran mayoría de la Iglesia en España, está experimentando la realidad social de este cambio de época que tanto afecta a las vocaciones. Fuisteis bendecidas en esta tierra con numerosísimas vocaciones asturianas, jóvenes que llamadas por el Señor entregaron su vida en vuestra familia religiosa. Habéis sido una bendición para la Iglesia de Asturias, y tanta fue la gracia que lo que empezó con una tímida comunidad en Sama de Langreo para educar a las hijas de los mineros terminó en una Provincia propia con sede en Oviedo que ha durado casi ocho décadas.

Por desgracia el tiempo de abundancia terminó hace ya mucho, y hace ya años que la Congregación más que vivir sobrevivía gracias a lo que fue y a la generosidad de las hermanas que con muchos años a sus espaldas trabajaban como cuando eran jóvenes. Han sido ya muchas comunidades y casas las que ha habido que cerrar, y hasta la Provincia se ha fusionado con otra. Es la dura y cruda realidad que viven tantos carismas religiosos ante la falta de vocaciones.

Era evidente, desde hace tiempo, que la Comunidad de la Casa Sacerdotal tocaba a su fin, pues las hermanas ya no estaban para cuidar a nadie sino más bien para empezar a cuidarse ellas. Es doloroso el adiós, pues vosotras dabais a esa Casa el toque maternal y femenino que sólo las consagradas sabéis aportar con vuestro buen hacer silencioso en un hogar donde todo habla de Dios.

Para vosotras, que os toca hacer la maleta, es un duro trance a una edad en la que lo último que apetece es volver a empezar de cero. El Señor que conoce vuestra generosidad seguro os bendecirá como premio a la meritoria entrega.

La diócesis ha sentido vuestra marcha cuando en el mes de enero así entendió y aceptó. Me consta lo bien cuidado que ha estado Don Gabino por vosotras, así como todos los auxiliares y arzobispos residenciales que aquí han morado. Sé también lo mucho que el Prelado actual siente vuestra marcha por lo atentas que desde el primer día fuisteis con él y lo unidas que habéis estado a su ministerio episcopal. Siempre se dijo que dominicos y franciscanos son como gallegos y asturianos, primos hermanos; aquí ciertamente hemos vuelto a ver ese abrazo de San Francisco a Santo Domingo en la unión de las hermanas a su Arzobispo. Vuestra predicación como dominicas fue el buen hacer callado de cada día como el que faena no para un salario terrenal, sino para merecer el reino prometido.

Todos los que de algún modo u otro frecuentamos y queremos la Casa Sacerdotal os vamos a echar en falta. A la hermana Ascensión, caminando veloz por los pasillos pendiente de que todo esté apunto, a la hermana Angelita, decorando los rincones del edificio en función del tiempo litúrgico o la estación del año, a la hermana Conchita en la portería... Habéis sido una bendición para la Casa y sus moradores. Tengo en la retina una escena que no olvidaré: una hermana sacando del bolso una servilleta para con delicadeza limpiar la boca de un sacerdote anciano y enfermo...

Eso es lo que habéis sido, dulce caricia. Fuisteis amigas para Don Jesús Jardón, camino para D. Antonio Rodríguez Francos, palabra para Don Arturo Poo, luz para Don Miguel Ángel Vigil, oxígeno para Don Bernardino García, alimento para Don Ignacio Olaizola, apoyo para Don Fidel Ibáñez, calor para Don Luis Villaverde, compañía para Don Rafael Somoano, sonrisa para Don Alfredo Cortina, esperanza para Don Emilio Fuertes, piernas para Don Luis Piñera, mano para Don Jesús Jomezana, andador para Don Luis Marcos, vida para D. José Ignacio Monte Cabañas, confianza para Don Amalio Bayón, consejeras para Don Gumersindo Moro, pilar para Don José María Rodríguez, tranquilidad para Don Julio Villanueva, canto para D. Manuel Antonio Barrera, bastón para Don Custodio, guía para Don César Ferrero...

Fuisteis hasta inspiración, como reflejan los numerosos poemas de Gerardo Prieto. Ahí están algunos de ellos: Anunciata, Padre Coll, Canta temprano Angelita; Casa Sacerdotal, nuestra familia y hogar; Hermanas Dominicas, invitadas al banquete del reino; Día gozoso la fiesta del fundador; En las bodas de oro de la hermana Angelita Suarez Acebal 2006; Gran Santo Padre Coll 2009; A la hermana María Jesús -provincial-; A la hermana María teresa: ¿cuál es tu horizonte?; A la hermana Manuela: servicios de sacristía; A la hermana Margarita; A las hermanas Teresa y Margarita 2010; La Anunciata; La maceta de hermana Delia; Padre Coll 2006 (escrito en Lourdes); Presentación -poema a la Congregación-; A la visita de la Madre Provincial; Quiero Señor darte gracias -poema a la dominicas de La Casa (Octubre 2004); Santo nuestro Padre Coll; Gloria al Santo Padre Coll 2009; Solo para ti cantaré...¡Señor!; Bodas de oro de la hermana; Un canto nuevo de vida -a la hermana Angelita 2007; Una vida consagrada 2005... He aquí una prueba del cariño del clero secular a las hermanas dominicas.

Habéis gastado generosamente la vida en este lugar tantas hermanas que vuestro paso y vuestra aportación no será fácilmente olvidado. Ahí está una cifra más grande que los años de servicio, y es la de los más de quinientos sacerdotes han partido de este mundo al padre en esta Institución Diocesana que cumple uno de los cometidos más nobles y hermosos de la Iglesia en Asturias: recoger, acoger y cuidar a los que todo lo dieron y entregaron por amor a Dios y a las almas, y que vosotras habéis atendido.

Si la Casa Sacerdotal se llama de San José recordando cómo el Santo Patriarca ayudaba al Eterno y Sumo Sacerdote a dar sus primeros pasos, al igual aquí se ayuda a seguir dando pasos a los sacerdotes cuando ya no tienen fuerza para ello; la enfermería debería llamarse San Francisco de Coll, pues en ella las dominicas se dieron sin reservas al cuidado y desvelo de los más frágiles y vulnerables, siendo en ocasión ellas la única familia que tenían.

Entre mis lecturas de este verano, tengo la novela de ficción ambientada en Oviedo: ''Lo que callan los muertos'', de Ana Lena Rivera. Novela de misterio en la que su protagonista Gracia San Sebastián, renuncia a un prometedor futuro laboral en New York para mudarse con su marido a su Oviedo natal. Aquí, en Vetusta, se dedicará a investigar fraudes a la seguridad social, pero al final terminará investigando el asesinato de una vecina de su madre. Uno de los escenarios de esta novela de misterio es la Casa Sacerdotal de Oviedo a donde la protagonista acude con frecuencia a pedir ayuda y consejo a la religiosa dominica Sor Florencia. Ciertamente, las dominicas han sido tal Institución entre nosotros que ya son incluso monjas de novela... Nos costará imaginar y ver la Casa Sacerdotal sin ellas, pues se han ganado el respeto, la admiración y el aprecio de todos en "el pan nuestro de cada día".

Llegó la despedida no esperada
de esta Casa que tanto habéis amado,
Pues media vida en ella habéis gastado
Cumpliendo la misión encomendada.

Hogar de la edad y la esperanza
Junto a los que ven ya la nueva Pascua.
Ardor que fue fuego y hoy es ascua
los que de Dios vivieron su semblanza

Para ellos habéis sido pura gracia
Apoyo, caricia, luz, consuelo
último aliento de esperanza

Sólo queda decir un pobre: Gracias
Por tanto bueno que ahí habéis dejado
con la vida vivida en La Anunciata.

                                          Rodrigo Huerta Migoya

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