Este domingo XV del Tiempo Ordinario el Señor nos presenta una parábola muy cercana no sólo para la gente de su tiempo, sino también para nosotros; nos habla de forma maravillosamente pedagógica y catequética en una clave “rural” que entienden tanto la gente culta como la sencilla.
La primera lectura del Libro de Isaías nos pone ya en antecedentes de la enseñanza que actualizará Jesús en la “Parábola del Sembrador”, hablándonos de la lluvia y la nieve que empapan la tierra y retornan al cielo una vez que el suelo ha sido germinado y fecundado ‘’para que dé semilla al sembrador y pan al que come”; y, “así será mi palabra: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo’’... Parece un símil de nuestra vida; los seres humanos venimos a la tierra, crecemos, damos fruto y una vez cumplida nuestra misión retornamos al barro del que fuimos sacados.
El mensaje de este domingo es precisamente éste, hemos de vivir nuestro paso por esta vida sin apegarnos a ella pero aprovechando nuestro recorrido por la misma para ser dignos merecedores de la vida futura.
San Pablo en su epístola a los Romanos nos da otra clave: ‘’el sufrimiento’’; nuestra condición humana lleva implícito el dolor para nacer y desde el mismo momento que llegamos a este mundo. Por eso el apóstol afirma: ‘’Sostengo que los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá...”
Sufrir es algo que no entendemos ni sabemos llevar y, sin embargo, cuántos testigos de la fe nos han dado y siguen dándonos a diario prueba y testimonio de cómo el sufrimiento tiene sentido y valor si se sabe ofrecer, si se sabe vivir en clave de fe como una perfecta configuración con Cristo sufriente.
El texto nos dice cómo La Creación gime con dolores de parto, y así es; sufrimos por haber dado la espalda a Dios, por ello el dolor es tan grande como el de un parto; sin embargo, Dios no se desentiende de nosotros, nos quiere a pesar de todo como Padre bueno y sigue lanzando su semilla sin importarle donde caiga ni que tierra seamos cada uno de nosotros.
Precisamente el evangelio propio no requiere demasiadas explicaciones, pues Jesús no sólo plantea su parábola, sino que se detiene a explicando cada detalle de la misma.
Es un texto claro, profundo y a la vez duro que nos hace caer en la cuenta de qué tierra somos: pedregosa, al margen o resabiados, voluntariosos que se desinflan, o tierra buena que se deja empapar por su palabra...
Jesús no se anda por las ramas y es tajante: "el que tenga oídos para oír que entienda". Aquí no hay casuísticas ni peros, o tierra fértil o erial....Para ser tierra fértil hemos de huir de cualquier individualismo que suele ser a menudo la trampa con la que el demonio nos somete y manipula más fácilmente.
Escuchamos muchas veces: Yo creo en Dios y eso es lo que cuenta; yo me confieso con Dios y es lo que vale; yo rezo y soy cristiano a mi manera; yo creo en Jesús pero no en la Iglesia; yo no voy a misa por que no lo necesito, o los que van son los peores; yo tengo director espiritual... Esos, finalmente, son los sibilinos susurros del demonio que actualmente campa a sus anchas en nuestra sociedad y también entre nosotros los cristianos, que muchas veces carecemos de raíz, somos terreno pedregoso o nos secamos fácilmente al socaire de nuestros “yoyoismos”.
Llegada nuestra hora hemos de dar cuenta de qué tierra hemos sido, de si permitimos que la semilla que el Señor sembró en mí no muriera entre piedras o no se ahogara entre las zarzas de este mundo o secada por el sol de otras prioridades, o tal vez vencida por los diosecillos de nuestros poderes, teneres y placeres tras un eufórico y “voluntarioso“ principio.
Las dos preguntas que se plantean al final para una reflexión propia y honesta son: ¿Qué tipo de terreno soy yo? Y, si no soy del todo tierra buena, ¿podemos recalificar la finca?
Seguro que sí. Mucho ánimo!!
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