(Catholic.net) Hoy la Iglesia celebra la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Fiesta del símbolo de su amor salvífico y de la gracia divina y de la gratuidad. Todo el mes de junio está, de algún modo, dedicado por la piedad cristiana al Corazón de Cristo.
El fundamento del culto al Corazón de Jesús lo encontramos en el misterio de la Encarnación del Verbo, quien, siendo “consustancial al Padre”, “por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre”.
Adoramos el Corazón de Cristo porque es el corazón del Verbo encarnado, del Hijo de Dios hecho hombre, de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad que, sin dejar de ser Dios, asumió una naturaleza humana para realizar nuestra salvación. El Corazón de Jesús es un corazón humano que simboliza el amor divino.
La humanidad santísima de Nuestro Redentor, unida hipostáticamente a la Persona del Verbo, se convierte así para nosotros en manifestación del amor de Dios. Sólo el amor inefable de Dios explica la locura divina de la Encarnación: “tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo unigénito, para que el que crea en él no muera, sino que tenga la vida eterna” (Jn 3, 16).
Es el misterio de la condescendencia divina, del anonadamiento de Aquel que “a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz” (Flp 2, 6 ss).
En la vida de Jesucristo se transparenta el amor del Padre: “Quien me ve a mí, ve al Padre” (Jn 14, 9): “Él, con su presencia y manifestación, con sus palabras y obras, signos y milagros, sobre todo con su muerte y gloriosa resurrección, con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la revelación y la confirma con testimonio divino…” (“Dei Verbum”, 4).
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