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jueves, 18 de junio de 2020

La lección de la pandemia. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

En estos días me comentaban que hay algunos sacerdotes que están “viéndoselas” con padres cuyos hijos tienen la fecha de su primera comunión sin fijar. Yo, personalmente, de nuevo tengo que decir que la respuesta de los de Lugones y su feligresía no sólo fue ejemplar durante el confinamiento respecto a la Parroquia, sino que lo está siendo también ahora en la llamada “desescalada”. He hablado con muchos padres y ninguno ha puesto prisa, sino que son muy conscientes de la situación y ven que los primeros que no quisiéramos estar así somos los propios sacerdotes y catequistas. Igualmente, las personas con celebraciones pendientes, bautizos, aniversarios, bodas de plata, funerales... nadie ha venido exigiendo una respuesta inmediata, sino que hasta la fecha ha imperado la comprensión y la paciencia. Quizá esa ha sido la mejor enseñanza de este tiempo. Bajar el ritmo y sentirnos humanos limitados nos ayuda a saborear la vida que tantas veces se nos escapa entre prisas y “urgencias”.

Me consta que en algunas otras parroquias sí está habiendo situaciones de “exigencia”, como si el sacerdote tuviera en su mano acelerar los cambios de fase, omitir las normas sanitarias o las directrices de la misma Conferencia Episcopal o diócesis. Esto pone de manifiesto que algunos solamente están preocupados el sastre, el restaurante, o las amigas que vienen del pueblo... Vamos, que la Primera Comunión bien celebrada no es lo importante. Al final, como dice un amigo, a la hora de la verdad muchos reciben ya el viático para la vida eterna, pues no serán uno ni dos los que por desgracia llegarán al final de sus vidas habiendo comulgado tan sólo el día de su Primera -y última- Comunión. Todos sabemos que el retraso ha generado trastornos, pero no sé qué opinarán en la inevitable comparación las familias de todos los difuntos que he tenido que despedir estos meses sin que los pudieran ver ni estar a su lado en las últimas horas, ni celebrarles el funeral, ni tan siquiera poder estar la familia en el cementerio. Eso sí que es una desgracia y mucho más que un trastorno de fechas…

Pese a todo, en nuestra Parroquia, aún habiendo tenido una Semana Santa alejados del templo, quizás se ha vivido con más intensidad que en años anteriores; ha habido verdaderas “parroquias domésticas”, pues en cada casa en la que se seguía la misa por “Facebook” o la catequesis, se rezaba o se ponía una vela, en esos hogares estaba Cristo y su Iglesia. Incluso personas aparentemente distanciadas tocados de cerca por la muerte mostraron actitudes muy positivas. Tampoco faltaron los muchos que se asomaron cada día a rezar a la puerta del templo desde la reja de la puerta principal.

La lección de la pandemia, finalmente es para todos; ha sido y sigue siendo una oportunidad para la solidaridad y la caridad y no creernos diosecillos de nuestras vidas y menos de las de lo demás, pues cuando menos lo esperamos hay que suspender -imperativamente se suspende- la agenda y todas las urgencias...

Al hilo de esta situación el Papa Francisco haló de tres "enemigos" que no nos ayudan a valorar la lección de esta pandemia: el narcisismo; preocuparse sólo de las propias necesidades indiferente a las de los demás. El victimismo; pensar que no hay nadie que nos entienda y sienta empatía por nuestros sufrimientos. Y el pesimismo; creer que todo está mal, la sociedad, la política, la Iglesia y que nada volverá a ser como antes. 

Lo peor de esta crisis solamente sería el drama de desaprovecharla sin ver que Dios también nos habla en los momentos de prueba y nos da pistas para estar más cerca de Él, de los demás y de nosotros mismos: ¿Habremos aprendido la lección?...

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