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jueves, 4 de junio de 2020

Jesucristo Sacerdote, el Venerable D. José María y sus oblatas. Por Rodrigo Huerta Migoya

En este jueves, día sacerdotal por antonomasia, la Iglesia celebra la festividad de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, celebración de gran repercusión en toda España y de manera especial en Valencia por el impulso y promoción que a esta celebración le dió el que fuera allí Arzobispo Monseñor José María García. Tal día como hoy hace cuatro años publique un sencillo artículo al respecto titulado ''El Venerable D. José Mª García Lahiguera y la Fiesta litúrgica de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote'', vuelvo de nuevo a retomar esta festividad tan desconocida.

Todo empezó en Madrid. En plena guerra civil, la capital de España sufre como en tantas regiones de la nación una terrible persecución religiosa. En medio de aquellos días de terror con sacerdotes y religiosas asesinados, edificios saqueados, sagrarios profanados... un hombre de Dios sale al paso de los acontecimientos como buenamente puede tratando de ayudar a los sacerdotes, seminaristas, religiosas y fieles que continuaban su vida de piedad de forma clandestina. Y es que Don José María no se ganaría el apelativo de ''Apóstol de Sacerdotes'' por una etapa concreta de su vida, sino que toda su existencia fue puramente sacerdotal.

Desde su cuna en Fitero (Navarra), el seminario de Tudela, el seminario de las Vistillas en Madrid... ya con motivo de su ordenación sacerdotal en 1926 tuvo claro su modelo y referente para su vida ministerial ''ser como Él'', sacerdote según el corazón de Cristo Sacerdote. Así lo cumplió y vivió siempre en todos sus destinos: como profesor del Seminario, director de la Schola Cantorum, capellán de las religiosas Angélicas, ampliando estudios de derecho canónico en Toledo, como prefecto de los externos del Seminario, secretario de estudios, director del museo catequístico, director espiritual del Seminario menor, maestro nacional, director espiritual del seminario mayor, predicando retiros, director espiritual de la adoración nocturna, miembro de la mutual del clero ¡Cuanto trabajó en la restauración material y espiritual de la diócesis de Madrid!, director de tandas de ejercicios espirituales a sacerdotes por toda España, visitador de monjas... para todo y en todo fue sacerdote "alter Cristus", identificado con el único que es Sumo y Eterno Sacerdote.

Consciente de la necesidad de cuidar a los sacerdotes desde la oración, de ofrecerse por ellos, de que cada día hubiera más presbíteros santos el día de la Inmaculada Concepción de 1935 hace una promesa que cumplirá hasta el momento de su muerte, su personal voto ''pro eis'' con el que se comprometía en hacer de su vida una ofrenda agradable a Dios en favor de los sacerdotes, su santificación, la perseverancia de los seminaristas y las nuevas vocaciones. 

En 1936 inicia la campaña ''Cruzada Pro Sacerdotio'' con tres fines: potenciar la práctica del Jueves Sacerdotal en las parroquias, intensificar la propaganda de los Seminarios -lo que hoy se llama pastoral vocacional- y poner en marcha la fundación de una comunidad de religiosas de vida contemplativa cuyo principal y único carisma fuera la oración continua por los sacerdotes y su santidad. Cuentan que los momentos en los que más oró por los frutos de esta cruzada que empezaba a dar sus primeros pasos fue durante los diez días que permaneció encarcelado por su condición de sacerdote del 9 al 19 de diciembre de 1936 cuando fue liberado por mediación de su hermano Antonio que ejercía de diplomático en Washington.

En abril de 1938 toma forma el carisma que el Espíritu Santo regaló a la Iglesia por media del corazón sacerdotal de Don José María, figura clave aquí fue María del Carmen Hidalgo de Caviedes. La Providencia unió el camino de estas dos almas grandes para sacar adelante empresa de tan gran envergadura. Comienza así aquella ''Obra sacerdotal'' con el inicio de la vida en comunidad el 24 de mayo de 1939 de aquellas primeras religiosas entre las que se encontraba la Madre Carmen Hidalgo y su hermana Lucia. La fundación tuvo lugar en una humilde y pobre casa de Getafe, no podía ser en otro lugar ni en mejor sitio que a los pies del Corazón de Cristo. El 11 de octubre de 1945 tuvo lugar la bendición del nuevo convento, la casa madre de la congregación, y en 1949 se funda el segundo convento en Salamanca. 

En 1950 Don José María es preconizado Obispo titular de Zela y auxiliar de Madrid-Alcalá, dada su nueva condición se ve obligado a decir publicamente y solicitar formalmente el anhelo que lleva en su Corazón ''el reconocimiento a Jesucristo Sacerdote dentro de la liturgia''. Ese mismo año escribe al Papa solicitando permiso para celebrar a Cristo Sacerdote, pues no le cabía en la cabeza a Don José María que no se celebrara a Jesucristo Sacerdote, honramos el altar y olvidamos al sacerdote; o como él decía: ''Si hasta la Exaltación de la Santa Cruz tiene categoría de fiesta ¿no la debe de tener el sacerdote que murió en ella como victima?''.

En 1964 es trasladado a la diócesis de Huelva como obispo residencial. Participa en el Concilio Vaticano II donde impresionó a los obispos presentes con su intervención durante la discusión que trataba de dar forma al documento ''sobre el ministerio y vida de los presbíteros''. Dicen que jugó un papel destacado en buena parte de la redacción del decreto de Presbyterorum Ordinis. 

En 1969 es nombrado Arzobispo de Valencia y miembro de la Congregación de religiosos e institutos seculares. Los años 1972 y 1973 fueron decisivos para la fiesta litúrgica que hoy nos ocupa, el primer año para sacarlo adelante en la Coferencia Episcopal y el segundo en la Congregación para el Culto Divino. Aceptada su renuncia al gobierno pastoral de la Archidiócesis de Valencia en 1978 se retira a Madrid donde vivirá santamente hasta ser llamado a la eternidad. Su tumba cumple su deseo de no tener nombre ni títulos, pero le pusieron sobre la losa blanca las mejores palabras para identificarle. 

Ha sido imprescindible el papel de las religiosas Oblatas de Cristo Sacerdote en que la fiesta de Jesucristo Sumo  Eterno Sacerdote tenga hoy el lugar que ocupa en la Iglesia, pues a la muerte de Don José María en 1989 ellas tomaron no sólo el legado de su espiritualidad sino su lucha por la promoción de esta hermosa festividad. Gracias a su tesón el 7 de mayo de 1997 recibieron de la Santa Sede la "recognitio" que aprobaba no sólo los textos latinos en gregoriano para el Oficio y Misa propia de este día y sus víspera, sino además la aprobación del calendario de la Congregación.

El sentido de la espiritualidad de las oblatas nace de la interiorización del discurso sacerdotal de Jesús en el evangelio de San Juan: ''Padre por ellos yo ruego, por ellos me consagro, para que sean santificados en la verdad, para que sean uno''. Y es que la entrega oblativa de Cristo nos salvó, pero nuestras propias oblaciones ayudan también a los sacerdotes y la Iglesia. Como nos dirá la primera carta de San Pedro con esa consagración el Señor se ofrece al Padre en el Espíritu el sacrificio espiritual. La oblación de su propia persona en la Cruz es el modelo autentico del sacerdocio católico, un sacerdocio consagrado plenamente a Dios, al anuncio del Reino, vivido en santidad sin fisuras ni dobles caras. 

Esta celebración es una acción de gracias a Dios por darnos a su Hijo Sacerdote Eterno, y por tantos que participan desde sus limitaciones y pobrezas de su eterno sacerdocio. He aquí que en tantas diócesis este es el día para homenajear a los sacerdotes que celebran sus bodas de plata y oro. Como dejó escrito en su diario Don José María: ''Mi Cristo, Sacerdote-Víctima, en esta fiesta, tan única, en que Tú, Verbo Eterno del Padre, Te encarnaste para ser su Cristo, Sacerdote-Víctima''.

Hace muchos años que conozco y admiro a esta maravillosa Congregación, este año muchos en todo el mundo han tenido conocimiento de ellas gracias al impresionante testimonio que nos ha dado a todos los creyentes la Madre Pilar del Convento de Oblatas de Huelva que enfermó por el COVID-19 y falleció ofreciendo su vida por los sacerdotes. 

En la clausura las oblatas hacen de su vida una oración sacerdotal que no cesa. Benditas vidas escondidas con Cristo en Dios. Haciendo verdad el anhelo del fundador ''en silencio y en silencio amaré a mi Dios hasta morir de Dios''. 

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