El cuarto domingo de Pascua tiene nombre propio: ''Domingo del Buen Pastor'', y es que el Señor una vez resucitado no se desentendió de nosotros, sino que aseguró a los apóstoles su presencia, aliento y compañía. Como sabéis, en los primeros siglos la Cruz no era el símbolo de los seguidores de Jesús, pues al principio fueron reacios a ésta por traerles a la memoria el horror de la muerte del Señor; sin embargo, una de las representaciones más antiguas de nuestro Salvador fue precisamente la Buen Pastor. Si algún día tenéis la oportunidad de ir a Roma y visitar las catacumbas de San Calixto -o si ya habéis estado- hay un fresco donde Jesús está con la oveja al hombro, pintado ya en el siglo III.
La misión del pastor es la de cuidar de su rebaño, y es con lo que nos encontramos en el fragmento de la primera lectura del Libro de los Hechos. Pedro toca el corazón de los que le escuchaban, y cuando estos le preguntan qué han de hacer, éste les responde que bautizarse. Pedro busca el bien de aquellos que atendían sus predicaciones, que querían dar un paso decisivo y deseaban que Jesús fuese ya algo de ellos y ellos de Él. Por eso cuando hablamos de Cristo como buen pastor, pensamos casi por inercia en los sacerdotes por ser quienes buscamos en la vida asemejarnos lo más posible a su modelo, el cual da la vida por su rebaño en la cruz. Por este motivo la Iglesia celebra hoy también la "Jornada de oración por las vocaciones nativas", llamado antiguamente el "Día del clero indígena". Ésta nació para orar pidiendo que surgieran vocaciones propias en las tierras y lugares de misión. Y ha dado fruto, hasta tal punto que en buena medida en España muchas diócesis como la nuestra cuenta ya en su presbiterio con sacerdotes y religiosos nacidos en otros continentes que nos vienen a traer la fe que en otro tiempo les llevamos, y parece que en parte hemos perdido.
Es un día para orar por todas las vocaciones, pues se necesitan muchos sacerdotes para todos los campos de trabajo: las misiones, las parroquias, conventos, hospitales, tanatorios, colegios, atención de emigrantes... Y no hemos de pedir al Señor únicamente que nos de pastores, sino que, además, sean buenos pastores configurados con Él como cabeza de todos.
El salmo de hoy -tan conocido, repetido y propio para el momento que vivimos- nos viene muy bien para meditar a Jesús como nuestro propio pastor, conscientes de que en la vida de todo creyente y hasta en los momentos de mayor dificultad y angustia como éstos, podemos hacer nuestro este canto: Aunque camine por cañadas oscuras,nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan.
Y en su carta, el apóstol San Pedro aborda hasta qué extremo llegó el amor del Pastor Bueno por nosotros, el cual se dejó sacrificar como cordero inocente y, no sólo eso, sino que con su muerte nos ha rescatado del abismo y el pecado, nos ha reunido en torno a Él y nos ha hecho pueblo redimido por su sangre. Por eso el apóstol afirma: ''Con sus heridas fuisteis curados, pues andabais errantes como ovejas, pero ahora os habéis convertido al pastor y guardián de vuestras almas''.
Finalmente, el hermoso Evangelio de este domingo donde Jesús se da a conocer como la Puerta de Salvación, pone de manifiesto que la gloria del cielo y el reino prometido no tiene puerta trasera, sino única, delantera y visible. El que ama de verdad va de frente, sin trampas y directo.Y las ovejas lo saben, por eso tienen claro que el pastor nunca se hará presente a hurtadillas o por ventanas traseras, sino que siempre vendrá cara. ''Las ovejas atienden a su voz'', por eso nosotros estamos atentos a la Palabra de Dios, pues en ella reconocemos que nuestro pastor nos habla. En Él nos sentimos amados y reconocidos por nuestro propio nombre; conoce nuestros defectos, y aún así no deja de querernos.
A veces somos ovejas un tanto ingenuas que nos dejamos engañar por otras voces, por ladrones y bandidos que no son nuestro pastor. Somos incluso a veces más tercos y menos cautelosos que las propias ovejas y nos alejamos del redil, nos metemos en la hierba alta o en las peñas escarpadas, más siempre el Señor viene a salvarnos, a curar nuestras heridas y llevarnos de vuelta a casa. Jesús al afirmar que "él es la puerta de las ovejas" nos indica que sólo siguiendo su camino y guiados por su cayado llegaremos a los verdes pastos de la eternidad.
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