Iniciamos la Semana Santa más peculiar que al menos los de mi edad y muchos más hayamos vivido nunca, y así la celebraremos de forma íntima, hogareña. Por ello este año he querido enfocar todas las reflexiones sobre la semana más importante para los cristianos en clave del Corazón de Jesús, dado que el misterio del amor de Dios entretela y entrelaza toda la simbiosis entre la Pasión Muerte y la Resurrección de nuestro Redentor.
Son éstas unas meditaciones muy sencillas, pero escritas con el corazón, a modo de oración en voz alta, y si a alguien le puede ayudar, estupendo.
Son éstas unas meditaciones muy sencillas, pero escritas con el corazón, a modo de oración en voz alta, y si a alguien le puede ayudar, estupendo.
Corazón apesadumbrado
Tres años de vida pública y predicación llegan a su ocaso. El mismo Señor ha experimentado en su carne el dolor; en muchos momentos a lo largo de su predicación nos ha ido anticipando y prefigurando su misión: la muerte en la Cruz. Aunque Ramos nos suena a día féliz, a un Jesús victorioso, si algo vertebra toda la liturgia de este día es el comienzo de la meditación de los padecimientos del Redentor que haremos nuestra practicamente toda la semana hasta la noche del sábado. Él nos invita a seguirle: ''venid a mí'' (Mt 11,28) ; y nos dice aún más: ''Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y me siga'' (Mt 16, 24). Unámonos, pues, a este comienzo de Pasión desde casa.
Si volvemos la vista atrás nos damos cuenta de los muchos lugares donde Jesús no fue bien recibido; donde se vio criticado, perseguido, juzgado... hasta intentaron matarle varias veces, echarle del templo o buscar su ruina. Sufrimientos con amigos y enemigos, vivencias gozosas y amargas, lágrimas de sollozo en medio de alegrías desbordantes. Y ahora llegan las pruebas previas a la cumbre, cargadas de sinsabores. Ni los suyos están a la altura ni entienden lo que significa "subir a Jerusalén". Él lo había advertido ya, había profetizado el sentido y el significado de ir a Jerusalén, de lo que le esperaba allí al Hijo del Hombre, pero ellos no entendían a qué se refería el Señor. Para todo judío ir a Jerusalén, y más por la Pascua, era motivo de gozo como así lo plasmó el salmista: ''Qué alegría cuando me dijeron vamos a la Casa del Señor'' (Sal 121) y, sin embargo, el corazón de Jesús sufre, aunque lo guarde para sí. Así lo enseñaba el Eclesiastés: ''Mejor es la tristeza que la risa, porque cuando el rostro está triste el corazón puede estar contento'' (Ecle 7,3). Y el pueblo fiel siempre ha tenido ese hermoso sentimiento de gozar y llorar con el Señor, de acercar el propio corazón al suyo: ''Te alabaré con integridad de corazón'' (Sal 119). No dejemos sólo al Señor, no lo hagamos nunca; no solo porque espera nuestra compañía, sino que nosotros sin la suya nos morimos como si nos faltara el aire.
Jesús vive un momento muy difícil en su silencio interior, pero sin perder la esperanza. Si algo tiene Cristo que sorprendía incluso a sus enemigos era su capacidad de entrega incluso cuando caminaba sin apenas una túnica, cuando hasta en su situación consuela a las mujeres de Jerusalén o regala su faz a la piadosa Verónica. Él devuelve la esperanza a tantos desesperanzados que a lo largo de la historia se lo han encontrado cara a cara. Y es que no hablamos de un Jesús frío y simplemente "cumplidor" del plan de Dios, sino de un Jesús humano con corazón. Cien por cien humano, y cien por cien divino. No hablamos tampoco de sentimentalismo, Cristo nos ama con corazón de hombre como el nuestro. Adentrémonos, pues, en el misterio del Corazón de Jesús para vivir en plenitud el Triduo Pascual. Estamos en el centro del año litúrgico, qué mejor forma de experimentarlo que entrar en las delicias de su Corazón: ''Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón'' (Mt 6, 21). Que nuestro tesoro sea descubrir como el discípulo amado ese corazón que late por nosotros.
Corazón sencillo
Si volvemos la vista atrás nos damos cuenta de los muchos lugares donde Jesús no fue bien recibido; donde se vio criticado, perseguido, juzgado... hasta intentaron matarle varias veces, echarle del templo o buscar su ruina. Sufrimientos con amigos y enemigos, vivencias gozosas y amargas, lágrimas de sollozo en medio de alegrías desbordantes. Y ahora llegan las pruebas previas a la cumbre, cargadas de sinsabores. Ni los suyos están a la altura ni entienden lo que significa "subir a Jerusalén". Él lo había advertido ya, había profetizado el sentido y el significado de ir a Jerusalén, de lo que le esperaba allí al Hijo del Hombre, pero ellos no entendían a qué se refería el Señor. Para todo judío ir a Jerusalén, y más por la Pascua, era motivo de gozo como así lo plasmó el salmista: ''Qué alegría cuando me dijeron vamos a la Casa del Señor'' (Sal 121) y, sin embargo, el corazón de Jesús sufre, aunque lo guarde para sí. Así lo enseñaba el Eclesiastés: ''Mejor es la tristeza que la risa, porque cuando el rostro está triste el corazón puede estar contento'' (Ecle 7,3). Y el pueblo fiel siempre ha tenido ese hermoso sentimiento de gozar y llorar con el Señor, de acercar el propio corazón al suyo: ''Te alabaré con integridad de corazón'' (Sal 119). No dejemos sólo al Señor, no lo hagamos nunca; no solo porque espera nuestra compañía, sino que nosotros sin la suya nos morimos como si nos faltara el aire.
Jesús vive un momento muy difícil en su silencio interior, pero sin perder la esperanza. Si algo tiene Cristo que sorprendía incluso a sus enemigos era su capacidad de entrega incluso cuando caminaba sin apenas una túnica, cuando hasta en su situación consuela a las mujeres de Jerusalén o regala su faz a la piadosa Verónica. Él devuelve la esperanza a tantos desesperanzados que a lo largo de la historia se lo han encontrado cara a cara. Y es que no hablamos de un Jesús frío y simplemente "cumplidor" del plan de Dios, sino de un Jesús humano con corazón. Cien por cien humano, y cien por cien divino. No hablamos tampoco de sentimentalismo, Cristo nos ama con corazón de hombre como el nuestro. Adentrémonos, pues, en el misterio del Corazón de Jesús para vivir en plenitud el Triduo Pascual. Estamos en el centro del año litúrgico, qué mejor forma de experimentarlo que entrar en las delicias de su Corazón: ''Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón'' (Mt 6, 21). Que nuestro tesoro sea descubrir como el discípulo amado ese corazón que late por nosotros.
Corazón sencillo
Cuando el Señor llega a esos soñados y musicales umbrales de Jerusalén, es innegable que en cierto modo la ciudad se alteró, hubo curiosidad, se corrió la voz... y había una multitud muy interesada en mirar cómo pasaba aquel que nazareno, aunque eran muchos menos los que con sinceridad querían ver a Jesús-Mesías. Son los niños los primeros que divisaron que llegaba, quienes tomaron la iniciativa de abrirle camino con mantas y aclamarle entre vítores con palmas y ramos en sus manos. ¿Y por qué los más pequeños? Por que en ellos hay un alma pura, inocente, no contaminada por los engaños del mundo. Los que mejor entienden el misterio del corazón de Cristo son los más "pequeños"; los que tienen poca edad, poco dinero, poca salud; es decir, los sencillos. Y Jesucristo no presenta como un opulente rey, sino como el último peregrino que en borrico llega a su meta. En Jesús se actualiza la premisa del profeta Job: ''Mis discursos saldrán de un corazón sencillo'' (Job 33,3). El corazón de Jesús es para los últimos y también para los primeros que sabiendo aceptar y optar por el último puesto descubrirán cómo se cumple en ellos como realmente su anuncio: ''los últimos serán los primeros''. Las palabras del Salvador son claras y en Él tenemos el mejor ejemplo: "aprended de mí que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11, 29).
¿Y cuál es la actitud de los niños hebreos? pues muy parecida a la del vigía atento, a las vírgenes sensatas, a los que viven su vida libres de cargas innecesarias que les distraen del camino por el que va a venir el Salvador. El sendero de mi vida donde yo decido si va a unirse al camino de Dios o no. Y para encontrar al que es nuestra salvación no basta con querer nosotros que pase por nuestra vida, sino que hay que salir a su encuentro y tener sitio en nuestro interior para que pueda hospedarse. El secreto de los pequeños hebreos era lo limpio de su corazón y la transparencia de sus almas, por eso fueron capaces de reconocer al Mesías sin nunca haberlo visto; por ello Jesús se hizo para ellos amigo que nunca falla. Así lo había anunciado el profeta: "Me buscarán y me encontrarán, cuando me busquen de todo corazón" (Jer 29,13).
Ya alguna vez hablé del estilo de vida al que nos invita a la contemplación del Corazón de Cristo, pero ¿Cómo vivir dentro del corazón del Señor?. Es sin duda el anhelo del alma creyente, del hombre místico, de los cristianos de a pie. Por desgracia han sido los "sabios y entendidos" los que a menudo han despreciado este corazón que tanto ha amado a los hombres; el amor de Dios es el centro del Evangelio en la persona misma de Jesucristo; es la definición perfecta de la Trinidad: ''Comunión de Amor''. Santa Margarita de Alacoque nos da la clave para adentrarnos en las profundidades del mismo Maestro: ''Sólo el Corazón humilde puede entrar en el Sagrado Corazón''. El humilde, el que permanece fiel, el que hace suyo el Evangelio a la luz de las enseñanzas de la Iglesia, podrá llegar a experimentar lo que cantaba y anhelaba el salmista: Yo te busco con todo el corazón; no dejes que me desvíe de tus mandamientos" (Sal 119).
Corazón humillado
Corazón humillado
Observemos lo que San Pablo dice en la epístola de este Domingo de Ramos, cómo Cristo siendo de categoría divina se humilla, deja a la vista su humanidad y se nos presenta como uno de los nuestros. Y así también es la predicación que Él fue haciendo por ciudades y aldeas, hablando de una forma accesible no a los ricos y poderosos, sino al pueblo llano y sencillo, a los enfermos y marginados, a los olvidados y pisoteados por la sociedad de su tiempo. ¿Cómo iba a pasar Jesús de largo ante a un ciego, un discapacitado o un leproso?: ''un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias Señor'' (Sal 51).
Con su subida a Jerusalén el Señor acepta ya el principio del fin que previamente conoce y que ninguno es capaz de entender. Pudiendo huir y rechazar el plan no lo hace sabiendo que avanza hacia su patíbulo; no se detiene ni cambia la ruta, se entrega a su misión como hizo desde el principio. Se entrega a su destino, a la gran obra de redención iniciada el día de su encarnación. Y va por Pascua; a cumplir con la Pascua judía y actualizar en sus propia carne la nueva, definitiva y eterna Pascua. ¿Qué pasaría por la cabeza del Señor cuando entraba entre aclamaciones en la misma ciudad en la que en pocos días le deparaba su suplicio muerte? Seguro que su corazón ya estaba entristecido y tocado, más no lo dejaría el Padre de lado, pues si nos conforta a nosotros, pobres pecadores, cuánto más no hará con su Hijo: ''El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos'' (Sal 34).
Tanto la escena de la entrada en Jerusalén como todo el texto de la Pasión hoy proclamado, nos presentan ese corazón humillado, primero entrando sobre un asno y después siendo condenado, maltratado y ajusticiado entre las voces crueles de un pueblo ignorante y manipulado ávido de sangre. Y nuestro Salvador en esas últimas horas de su vida da ejemplo cumpliendo hasta el extremo el mandamiento primero y principal -como Él había insistido a sus discípulos-: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente” (Mt 22,37).
Ojalá vivamos así esta Semana Santa: con todo el corazón, con todo el ser y toda la mente.
Ojalá vivamos así esta Semana Santa: con todo el corazón, con todo el ser y toda la mente.
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