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miércoles, 1 de abril de 2020

Arrebatos eclesiales. Por Jorge González Guadalix

(De profesión cura) 
Vamos a ver si conseguimos no hacer más tonterías que las imprescindibles. La situación nos supera y nos rebasa. Los muertos por coronavirus, especialmente en España, nos abruman cada día. A estas horas llevamos más de ocho mil muertos y nos acercamos a los cien mil contagiados. Además de todo esto, nos llegan los reproches de muchas personas y colectivos acusando a la Iglesia de no estar aportando nada ante esta situación. Ya sabemos que no es así, pero estas cosas duelen.

El riesgo de que se nos junten las dos cosas es que nos veamos en la apremiante necesidad de soltar ocurrencias y posibles acciones que pareciendo una panacea pequen de lo peor: populismo, ineficacia y agravamiento de la situación.

Un ejemplo. Leo esta mañana que el cardenal Tagle, ante esta pandemia y la profunda crisis económica que se nos viene y que, como es natural, afectará más a los más pobres, propone “un Jubileo especial por el coronavirus, durante el cual los países ricos supriman las deudas a los fuertemente endeudados”. Entiendo que estas cosas caigan bien, pero lo mismo sucede que este remedio pudiera ser peor que la enfermedad, porque si al que presta se le “obliga” a condonar, lo mismo para la próxima dice que más garantías y mayores compensaciones, o que, si no, no se vuelve a arriesgar, lo cual supondría dejar al pobre sin deudas hoy, pero con un futuro aún más incierto.

Alguna vez he dicho que, en términos muy generales, los clérigos de economía sabemos poco y que tenemos la mala costumbre de fiarnos de economistas escorados a la izquierda, que, curiosamente, sostienen unas ideas que acaban empobreciendo más a los pobres. Todavía no me he recuperado de aquel folleto de Cáritas que, ante el grave problema de la gente sin hogar, entre otras cosas proponía la dación en pago y la ocupación de viviendas vacías. Necesitaríamos los clérigos fiarnos de unos asesores económicos de solvencia acreditada, fe sólida y experiencia real en el mundo.

Llevamos unos días, casi semanas, en los que se nos bombardea desde el gobierno con toda una serie de medidas económicas que merecería la pena estudiar y ante las cuales bien podríamos como Iglesia ofrecer una reflexión al pueblo de Dios. Sin prisa, por supuesto, pero sin pausa.

Habría que hacer una seria reflexión sobre lo que hoy se está proponiendo y que, a la vez que unos dicen que es la panacea, otros afirman que será la ruina de España para años. Por eso digo que necesitamos economistas juiciosos, empresarios, autónomos, sindicalistas capaces de una reflexión medio sensata sobre lo que se nos viene encima.

Es fácil proclamar la necesidad de condonar la deuda externa de los países pobres, exigir que a los ricos se los fría a impuestos, seguir forzando a la banca, rescatada en su momento, es verdad, especialmente las entidades dirigidas por políticos, machacar con gastos a los empresarios, prohibir los despidos o los desahucios, que a lo mejor hay que hacerlo. Lo difícil es hacer un plan que, a medio plazo, resucite la economía de un país, y de esto los clérigos sabemos poco, entre otras cosas, porque no tenemos familia que mantener ni sabemos lo que es no llegar a fin de mes.

En estos días creo que nuestro papel es otro, y ya se está haciendo: poner todos nuestros medios a disposición del gobierno, ayudar económica, personal y materialmente con todo lo que sea posible ¡benditas monjas, algunas casi coetáneas de Matusalén cosiendo mascarillas!, rezar, atender a enfermos, moribundos y familias, poner a Cáritas a tope. Pero, de verdad, lo de la economía, mejor lo dejamos, que no es lo nuestro.

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