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domingo, 26 de abril de 2020

''Al partir el pan''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Tras la solemne Octava de Pascua clausurada el pasado Domingo de la Divina Misericordia, entramos ya en la tercera semana; Domingo éste, en el que la Iglesia nos invita a fijar nuestra atención en el punto de encuentro más importante donde podemos contemplar al Resucitado. El evangelio de hoy así nos lo recuerda. 


En la primera lectura, encontramos el sermón que San Pedro predicó en Jerusalén aprovechando el bullicio de peregrinos y forasteros que llenaban la ciudad con motivo de la fiesta de las tiendas. En esos primeros pasos de la Iglesia, vemos cómo el que será la cabeza visible de ésta, el Apóstol Pedro, tiene perfectamente claro cuál es el eje central de la nueva fe que ellos debían dar a conocer a judíos, romanos y a todo aquel que no conociera quién fue Jesús de Nazaret. Así lo resume él: ''lo matasteis clavándolo en una cruz por manos de hombres inicuos. Pero Dios lo resucitó, librándolo de los dolores de la muerte''. No se limita a eso el Apóstol, sino que va más allá realizando un paralelismo exegético entre lo ocurrido a Jesús y las antiquísimas palabras del rey David: ''Porque no me abandonarás en el lugar de los muertos, ni dejarás que tu Santo experimente corrupción''. Igual que cuando el Señor leyó la Torá en la sinagoga de Nazaret afirmando ''hoy se cumple esta palabra que acabáis de oír'', también aquí el hijo de Cebedeo, consciente de lo importante que es la figura y palabras del Santo rey, se apoya en ello afirmando que en Jesús se ha hecho verdad lo que mil años antes de nacer Cristo cantara el monarca, cuyo fragmento volveremos a escuchar en el salmo, que no podía ser más propio para este tercer domingo de Pascua.


Ya en la segunda lectura nos encontramos de nuevo con el apóstol San Pedro, que en su primera carta nos trae un recordatorio moral; no basta con que Cristo haya resucitado, aunque celebremos su Pascua no está todo hecho ni tenemos ya el cielo ganado, no. Nos recuerda que ahora somos nosotros quienes en el camino de nuestra vida hemos de actuar de forma coherente por dos motivos; el primero porque fuimos rescatados no con unas monedas o tesoro cualquiera, sino por la sangre del Señor, por ello hemos de estar a la altura de Aquél que nos amó hasta el extremo. Y en segundo lugar, porque el participar o no participar de la Pascua eterna prometida dependerá, al fin y al cabo, de nosotros mismos: ''Puesto que podéis llamar Padre al que juzga imparcialmente según las obras de cada uno, comportaos con temor durante el tiempo de vuestra peregrinación''. Y el temor no es tanto a que Dios sea inmisericorde con nosotros -que ya sabemos que Él es todo lo contrario- sino que por nuestra tozudez no tengamos entrada al término de nuestra vida en el Reino prometido. 

En este día se habla de caminos y peregrinaciones; la clave está en que mi camino sea el que el Señor quiere que yo tome, pues ha de llevarme y concluir en Él. Por eso hemos orado con el salmo: ''Señor, me enseñarás el sendero de la vida''. Es lo que les ocurría a los dos protagonistas del evangelio de este domingo; los dos discípulos peregrinos caminaban, sí, pero desde el desanimo, el abatimiento y la desesperanza: ¡no habían entendido nada!. De los dos tan sólo sabemos el nombre de uno, Cleofás; al otro podemos ponerle nuestro propio nombre, pues, cuántas veces teniendo a Cristo a nuestro lado vivimos no con sentimientos de Pascua, sino más bien -por no verle y reconocerle- de amargura. 

Pero, ¿cuándo le reconocen estos discípulos despistados? ¿Cuándo se dan cuenta de que Cristo está vivo, resucitado y entre ellos?: ¡Al partir el Pan! Es realmente donde Cristo Resucitado está en medio de su pueblo, por eso decimos que la Iglesia es su casa, pues se queda con nosotros en el Sagrario; viene a nosotros en cada Eucaristía, nos concede degustar ya aquí la gloria que esperamos.

En el contexto social-sanitario en que vivimos, nos vemos privados de este bien que no es algo de tercer orden, sino que para el cristiano es un bien de primera necesidad; es decir, "esencial". Comprendo pues, a tantos fieles de diferentes edades y generaciones que empiezan a alzar su voz para exigir el fin de esta situación que nos quita algo esencial para nuestra vida y casi nos remite de nuevo a los tiempos de las catacumbas o incluso peor, pues, en el fondo, los hay que lo pretenden abiertamente. Todos estamos sufriendo con esta situación, más ofrezcamos al Señor nuestras pruebas, nuestro cansancio y nuestro agotamiento por tanto confinamiento donde no se tiene en cuenta lo esencial que es para el cristiano la eucaristía (parece que en otros casos sí lo entienden). Él nos dará su aliento para seguir el camino que ahora, de momento,  no supera los pasillos del hogar... Ojalá pronto podamos empezar a recuperar paulatinamente la normalidad; ojalá pronto podamos abrir nuestro templo y reencontrarnos todos con Él y reconocerle al partir el pan...

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