Ofrecemos a continuación la nota publicada por los obispos miembros de la Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida con motivo de la Jornada por la Vida 2020, que se celebra en España el 25 de marzo, este año con el lema «Sembradores de esperanza»:
Nota de la Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida
Sembradores de esperanza
El pasado mes de diciembre hacíamos público el documento Sembradores de esperanza: acoger, proteger y acompañar la etapa final de esta vida. Con él pretendemos ofrecer una mirada esperanzada sobre los momentos que clausuran nuestra etapa vital en la tierra, ayudar con sencillez a buscar el sentido del sufrimiento, acompañar y reconfortar al enfermo en la etapa última de su vida terrenal, llenar de esperanza el momento de la muerte, acoger y sostener a su familia y seres queridos e iluminar la tarea de los profesionales de la salud.
En efecto, algunas personas atraviesan momentos más o menos prolongados de sufrimiento, y se enfrentan a experiencias difíciles: las facultades físicas y cognitivas disminuyen, las fuerzas se debilitan, pasan a depender de los demás en las actividades cotidianas, el dolor es importante, y se corre el riesgo de caer en la desesperanza. A las personas que se encuentran en estas circunstancias les puede resultar difícil encontrar sentido a su sufrimiento y se sienten impotentes, cansados e incluso pueden percibirse como una carga para los demás.
Pero también conocemos personas enfermas que irradian paz y alegría verdaderamente impactantes. Han asumido lo que saben que no pueden cambiar y aceptan sus limitaciones insuperables ofreciéndolas con generosidad. Agradecen de corazón los cuidados de los demás, e intentan hacerles la vida más agradable con su sonrisa y gratitud. Son un verdadero ejemplo de buen ánimo, sabiduría, serenidad, agradecimiento por la vida que han vivido y del final que se acerca. Es una bendición estar con ellas.
También encontramos personas que acompañan a los que sufren con paciencia, cariño y entrega. Les ayudan a asumir su situación, a mirar la vida de frente, reconociendo la importancia que tiene lo que
están viviendo, sin caer en la indiferencia. Atienden a los enfermos y les permiten superar lo que seguramente duele de modo particular: el sufrimiento existencial del que se enfrenta ante el dolor y quizás ante la muerte, el abandono, la soledad, el sinsentido.
La ayuda al débil, al que sufre, beneficia no solo al enfermo, sino también al cuidador. Cuando una persona –y una sociedad– comprende la debilidad y la necesidad de los que sufren y es capaz de comprometerse en su cuidado, esa persona y esa sociedad se engrandece y se hace más fuerte, pues comprende la vulnerabilidad de la existencia, la belleza de la dependencia, la dimensión dramática
de la vida.
Quien sufre y se encuentra ante el final de esta vida necesita ser acompañado, protegido y ayudado a responder a las cuestiones fundamentales de la existencia, a abordar con esperanza su situación, recibir los cuidados con competencia técnica y calidad humana, ser acompañado por su familia y seres queridos y recibir consuelo espiritual y la ayuda de Dios, fuente de amor y misericordia.
Por eso recordamos que la dignidad de la persona se revela en el encuentro interpersonal, que es el fundamento de las profesiones sanitarias. El ser humano ha sido creado para vivir y ser feliz y, por eso, rechazar el dolor es justo y no censurable. Por eso es una obligación ética de los profesionales de la salud suprimir el dolor y aliviar el sufrimiento. Y la experiencia nos indica que el sufrimiento solo puede afrontarse cuando se es capaz de asumirlo por algo o por alguien, si soy capaz de encontrarle algún sentido.
Tanto el que ayuda como el que es ayudado son un testimonio de esperanza y de alegría. Nos permiten comprender que la persona que sufre posee plenamente su dignidad, y que la vida tiene sentido hasta el final. Muestran al mundo que teniendo un porqué somos capaces de superar cualquier desafío, y que el amor es más fuerte que nuestros sufrimientos y nuestras miserias. Tenemos que aprender de ellos. Tenemos que ser capaces de decir a cada enfermo que es una persona valiosa y que su vida importa, y que haremos todo lo que sea necesario para que viva los últimos momentos de su vida, cuando se encuentre ante esta situación, con los cuidados precisos, en compañía, con paz. Es preciso desarrollar los cuidados paliativos, el alivio del dolor cuando sea posible, así como fomentar la cultura del cuidado, del respeto, del consuelo a las personas que sufren, hasta el final.
La dignidad inviolable y la vocación trascendente de todo ser humano están enraizados en la profundidad de su mismo ser. Esta dignidad se ve admirablemente confirmada en la raíz y el horizonte trascendente de toda vida humana. De ahí el carácter no solo digno, sino también sagrado, de toda vida humana. Por eso es necesario favorecer la auténtica solidaridad con el que sufre, mediante la cultura del encuentro y del vínculo, en actitud de servicio, de verdadera compasión y promoción humana; aprender y ejercitar el arte de aliviar, de acompañar, de consolar; procurar que la familia sea respetada, querida y ayudada como ámbito de solidaridad y fomentar iniciativas sociales de atención a los enfermos y a sus familias.
La fe aporta al cuidado de los enfermos en situación terminal una luz nueva en la consideración del misterio de la Creación y Redención en Cristo. Todo ser humano es digno de nuestro respeto y aten ción, pues, creados a imagen y semejanza de Dios, hemos sido redimidos por la muerte y resurrección del Señor Jesús. Él da sentido pleno a la vida y a la muerte, y abre el camino del amor, la esperanza y la misericordia. El conocimiento de que la providencia amorosa de Dios respecto a cada persona es compatible con la existencia del dolor y el sufrimiento indica necesariamente que el dolor —aunque
no podamos explicarlo en toda su amplitud y profundidad— tiene un sentido.
El cristiano puede afrontar su propia muerte con esperanza tranquila y confiada en Dios. En el discurso a la Plenaria de la Congregación para la Doctrina de la Fe en enero de 2018 el papa declaraba:
«El dolor, el sufrimiento, el sentido de la vida y de la muerte son realidades que la mentalidad contemporánea lucha por afrontar con una mirada llena de esperanza. Sin embargo, sin una esperanza confiable que le ayude a enfrentar el dolor y la muerte, el hombre no puede vivir bien y mantener una perspectiva segura de su futuro. Este es uno de los servicios que la Iglesia está llamada a prestar al hombre contemporáneo porque el amor, que se acerca de manera concreta y que encuentra en Jesús resucitado la plenitud del sentido de la vida, abre nuevas perspectivas y nuevos horizontes incluso a quienes piensan que ya no pueden hacerlo».
Nosotros queremos acoger esta invitación: ser humildes sembradores de esperanza para todos los que sufren, los cansados de la vida, los angustiados. Llevar la esperanza de Dios que es una esperanza cierta que nunca defrauda. Os invitamos a sentiros enviados en esta tarea apasionante y luminosa de amor y misericordia. Con gran afecto.
✠ MARIO ICETA GAVICAGOGEASCOA
Obispo de Bilbao. Presidente
✠ FRANCISCO GIL HELLÍN
Arzobispo emérito de Burgos
✠ JUAN ANTONIO REIG PLA
Obispo de Alcalá de Henares
✠ JOSÉ MAZUELOS PÉREZ
Obispo de Asidonia – Jerez
✠ JUAN ANTONIO AZNÁREZ COBO
Obispo auxiliar de Pamplona y Tudela
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