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viernes, 17 de enero de 2020

San Antonio Abad, el Santo ermitaño y hombre de paz

(Cope) Entre la importancia de los Santos contemplativos ha habido quienes han profundizado en la vida monástica en comunidad, mientras otros, han querido vivir en la más absoluta soledad sin compartirlo con nadie. Hoy nos encontramos con la festividad de San Antonio Abad, popularmente llamado San Antón, que siguió este segundo modelo como parámetro. Este pionero del monaquismo, nace en Egipto hacia el año 250.

Cuando mueren sus padres, que son unos agricultores bastante acaudalados, entrega todo el dinero y deja al cuidado de unas consagradas a sus hermanas. Así se encuentra en condiciones de seguir la vida desprendida y consagrada al Señor, siguiendo el consejo evangélico de “si quieres ser perfecto, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres. Así tendrás un gran Tesoro en el Cielo”. La vida en el desierto fue junto a un experto llamado Pablo del que aprendió esta vocación.

Después vivió durante bastante tiempo junto a un cementerio para meditar sobre la vida de Cristo que vence al pecado y a la muerte. Ante la situación que se vivía, apoyó con su oración y penitencia a San Atanasio en la lucha contra la herejía arriana, y defendió a los cristianos, frente a la persecución de Diocleciano. Siempre compaginó su apostolado, fundando comunidades, con sus prolongados retiros en la más absoluta austeridad.

Su ejemplo cundió, reuniendo en torno a él a muchos discípulos, que le imitaron en esta forma ascética y eremítica. Muere el año 356 en el monte Colzim, cerca del Mar Rojo. Es Patrono de los animales como medio de sustento y ayuda en el desarrollo integral del hombre para madurar y formarse. Es muy propio ponerle un cerdo a los pies porque cuenta la tradición que en momentos de sentir hambre el maligno se le presentó en forma de carne de porcino y él dominó la tentación.

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