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lunes, 9 de diciembre de 2019

Semana de lágrimas en Lugones.- Por Joaquín Manuel Serrano Vila

El pasado Domingo 24 de Noviembre por la tarde, estaba por casa entre papeles y números cuando por dos veces y de forma muy seguida me llamó la funeraria para "dos servicios" el lunes; uno en Viella a las cuatro y otro en Lugones a las cinco. No empezamos bien la semana, me dije, y pinta fea; así fue.

La tarde de ese mismo domingo tras tener noticia de los fallecimientos, empecé a quedarme yo afónico hasta el punto que el lunes amanecí sin nada de voz. Quizá el cambio de tiempo, alguna alergia o el "estrés"  (me dijo el alergólogo al no apreciar nada), hizo que no entrásemos nada bien en la semana.

El lunes por la noche me comunican la muerte de un niño de Lugones vecino del barrio del Resbalón, el cual llevaba tiempo malito; casi cuarenta días en coma tras una operación muy compleja de la que ya no despertó. El pequeño no era cristiano, pero sí era hijo de Dios y vecino nuestro, por lo que no lo olvidamos en nuestra oración ante el mismo Padre Eterno que compartimos, aunque unos lo llamemos de una forma y otros de otra.

Nuevo drama nos deparaba el martes con la muerte de un angelito de nuestra Comunidad con apenas veintidós meses; se me partió el alma cuando su padre me llamaba destrozado para comunicarme que acababa de expirar. Desde su nacimiento (yo le bauticé) hasta el final, supe discretamente -para no ahondar en sufrimientos innecesarios- de los problemas de salud del pequeño; nunca quise preguntar a su familia, pues al final, si uno quiere, todo se sabe... Como párroco estaba enterado semanalmente de cómo iba el proceso, deseando que hubiera algún error en lo que se veía venir. Muy presente lo he tenido en la oración estas últimas semanas preparando entre "rebeldías y enfados" con el mismísimo Dios su partida a la ciudad de los ángeles.

Coincidencias!? de la vida; el mes pasado celebrando en La Cueva de Covadonga me hablaron de un niño de Valladolid que estaba también en una situación límite. Tenía el mismo nombre que "nuestro" pequeñín. En las misas del catecismo y en otras de la parroquia habíamos pedido por el nene de Valladolid (me lo encomendaron encarecidamente) pero al tiempo, y manteniendo la discreción que su familia quería, igualmente lo hacíamos por el de Lugones.

Celebrar la "Misa de Gloria" para este chiquitín ha sido la celebración más difícil y a la vez la más sencilla de mi vida pastoral. Fue "sencillo" porque no hubo que hacer elucubraciones ni análisis de ningún tipo; podíamos afirmar con rotundidad desde la fe y la razón que el pequeño que despedíamos se iba directo al Cielo, pues no tuvo tiempo ni conciencia para hacer nada malo -cuando muere una persona adulta no podemos decir que está en el cielo porque sí tuvo conciencia y libertad para pecar-. Y, como bautizado, el pequeño era igualmente libre del pecado original. Sin embargo, ha sido el funeral ("Misa de Gloria") más difícil de mi vida; más difícil incluso que cuando tuve que despedir a personas muy jóvenes o asesinadas, pues no hay ninguna explicación racional para la muerte de un inocente. Sólo desde el misterio de la Cruz, donde un Padre, pudiendo, no impide la muerte de su Hijo -que viene a cumplir una misión absoluta y trascendente a toda razón- podemos encajar la partida de este angelito que estoy seguro -así se lo dije a su abuelo- igualmente vino a cumplir entre nosotros una misión que supera nuestro entendimiento y capacidades analítica y racional.

Los cristianos solemos celebrar los funerales con el color litúrgico morado; sin embargo, éste lo hemos celebrado de blanco, color de "fiesta", al igual que su féretro era blanco: ¿y por qué el blanco? Pues porque estamos recordando que le decimos adiós a un alma pura, sin mancha; a un inocente que ya ha sido llamado a la presencia del Señor. Desde el primer momento tuve conocimiento de las peregrinaciones a médicos y especialistas de todo tipo de sus padres buscando lo mejor y una angustiada solución para el niño. Nuestra ciencia y tecnología es nada ante el misterio de la vida y de la muerte; son como un grano de arena en el desierto o una estrella en el cosmos. Esta querida familia ha luchado una batalla que me consta los ha dejado más que agotados; ellos no han reparado esfuerzos, incluso han abandonado sus propias vidas sólo para cuidarle y sacarle adelante como fuere, aunque el desenlace les haya dejado sin aliento. No les digamos tampoco que ya "han descansado". Ellos no querían decansar, querían al pequenín con ellos aún a costa de sus propias vidas y cansancios. De todas formas, Lucas ya nunca les dejará ni en sus vidas ni en su memoria; estará para siempre presente.

Y por si no hubiera habido ya bastantes lágrimas en Lugones, ese mismo día otra joven concluyó su vida prematuramente: Inmaculada (a días de celebrar su santo) la de la "Autoescuela Campoamor". Una mujer buena y trabajadora que jamás perdió la sonrisa del rostro a pesar de los muchos y duros golpes que le deparó la vida. La enfermedad y muerte de su madre; la enfermedad y muerte de su marido Goyo que la dejó viuda tan joven; y, apenas despidió a su marido, el diagnóstico de su propia enfermedad contra la que luchó varios años hasta quedar ya sin fuerza.
Han sido estos días -esta semana- muy duros y tristes para nuestro pueblo; sin embargo, a pesar del frío del tiempo que toca y que parecía unirse a nuestras lágrimas con sus gotas de lluvia, la buena gente de Lugones ha respondido y demostrado -una vez más- que sabe ser una piña en los momentos más trágicos y difíciles dando calor y consuelo donde sólo había llanto y desesperanza. Es algo de lo que siempre "presumo" como párroco en las reuniones con otros sacerdotes: La gente de Lugones tiene entrañas de misericordia y es solidaria y generosa... Sigamos siendo ejemplo de Parroquia y estando siempre cerca de los que sufren, de los que lloran, de los que han perdido a sus seres queridos cuando parece que el duelo ya ha terminado, pues es entonces  cuando éste comienza de verdad.

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