Con el inicio del mes de Noviembre,
con el cuerpo aún tocado por el cambio de hora, las brisas de frío y la
oscuridad que se adueñan de los atardeceres, llega el momento de ir al
cementerio. No hay por qué ir ese día; tenemos todo el año para cumplir
con los difuntos pero parece que si estos días no preparamos la sepulturas, las
adornamos, llevamos una vela, unas flores frescas, una oración, una caricia a
la lápida, no haríamos justicia a los nuestros. Y así se repite la historia en
cada aldea, pueblo, parroquia y lugar. En cementerios municipales,
parroquiales, vecinales o comunales, todos tienen su hora para el recuerdo en
oración.
Es hermoso ver las riadas de personas que en coche o caminando toman los cementerios a la hora de la celebración, llegados de cerca o de lejos. Suele ser tarde de rostros serios, de vestir discreto tirando a oscuro, pero sobretodo, quiere ser tarde de esperanza.
Cuando subamos este viernes al camposanto recordemos también a aquellas mujeres que subieron al sepulcro de madrugada pensando que iban a honrar a un difunto y se encontraron con que el muerto estaba vivo. Nuestra peregrinación al cementerio ha de ser también peregrinación pascual, camino gozoso al saber que Dios es fiel a su Palabra.
No ha de preocuparnos ni quitarnos la paz el hecho de nuestra finitud; en todo caso, ha de preocuparnos gastar la vida de espalda a Dios, el único “Señor y dador de vida”. Sin Él veremos un sepulcro con entrada y sin salida; con Él vemos entrada y salida del sepulcro. Sólo "si con Él morimos, viviremos con él".
Así los creyentes vemos en el cementerio un “dormitorio”, un lugar de espera, algo temporal; mientras que para los que no creen en Dios el cementerio no deja de ser un almacén de restos, un espacio para el sentimentalismo pero del que nada más se puede esperar, pues ahí todo termina.
En muchos lugares de nuestro país se trata de ofrecer una imagen nueva de los cementerios con “visitas guiadas” desde un vertiente artística; otras más históricas o expositivas mostrando la evolución de la cultura mortuoria. Se dan también recorridos por las tumbas de personalidades o personajes del mundo del corazón, incluso paseos en tartana por la necrópolis o actuaciones musicales; representaciones de tipo teatral en clave de drama o conciertos de cuerda de obras del romanticismo. Y es que durante las últimas décadas nuestra sociedad occidental tanto ha querido esconder y convertir la realidad muerte y sus últimas preguntas e “tabú”, que hoy se ha convertido paradójicamente entre las generaciones más jóvenes, incluso en destino turístico.
Y en esta reflexión vemos tres mentalidades correspondientes a cada tramo de edad; en primer lugar las personas de más de 70 años son las que mayormente conservan el verdadero concepto cristiano del cementerio; luego el tramo de edades entre los 40 a los 69 años aproximadamente, son los que más distancia marcan con todo lo relacionado con la muerte; y, finalmente, los menores de 40 años en general que no tienen el reparo de sus padres ni la visión religiosa de sus abuelos sino que en todo esto encuentran una atracción especial pero a modo de morbo o curiosidad, pero nunca cual interrogante. Gracias a Dios, estos tópicos no son tampoco mayoría aplastante ni verdad absoluta sino que también se da indistintamente en función de las experiencias y vivencias entorno a cada persona.
También la muerte, el cementerio y su contexto es una catequesis única; un “kérigma” de resurrección, un canto de vida… he aquí la oportunidad para hacernos la gran pregunta sobre el sentido de nuestra existencia… Una vida temporal caduca y termina como planta segada que se pudre... Ahí tenemos la experiencia de San Francisco de Borja cuando siendo el Virrey de Cataluña trasladó el cadáver de la bella reina Doña Isabel de Portugal desde Toledo a Granada, y al abrir el féretro semanas después para reconocer el cuerpo se encontraron el rostro descompuesto. Esa fue su conversación que le llevó a renunciar a todos sus títulos y riquezas para hacerse jesuita. Aquello le dejó en “shock” y cayó en la cuenta del fracaso al que se caminaba su vida personal sin esperar “más allá”, y finalmente dijo: ‘’nunca más servir a Señor que muera’’.
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