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lunes, 4 de noviembre de 2019

No morirás. Por José Juan Fernández Sangrador

Se han generalizado entre los escritores el decir que la literatura los salva o los ha salvado. Las situaciones abismales de soledad, tristeza o desesperación a las que aluden en los relatos de su particular drama personal son extremadamente distintas en su gravedad o intensidad. 

Así, por ejemplo, el periodista Carlos Fresneda, corresponsal del diario ''El Mundo'' en Londres, ha escrito un libro que es ''una carta de amor'' a su hijo Alberto, de 19 años, el cuál falleció tras ser golpeado por un tren mientras pintaba un grafitis entre las vías con unos amigos. Se titula ''Querido hijo''.

Y Fernando Savater, profesor de Filosofía y Ética, ha escrito ''La mejor parte'' para rendir su sentido homenaje a Sara Torres, su mujer, fallecida a causa de un tumor hace cuatro años. ''Puede que este libro desconsolado encierre para alguno una lección consoladora'', ha dicho Savater al presentar la obra. 

Podrían sumarse a esta lista los literatos Joan Didion, Anne Carson, Miguel Delibes, Clive Staples Lewis o Piedad Bonnett; y los cantantes Eric Clapton, José Mercé, Charlotte Gainsbourg, Sufjan Stevens o Wayne Coyne. Todos ellos vivieron en carne propia la pérdida dramática de seres que les eran muy queridos. 

Y, ahora, el cantante Nick Cave. Aunque, en él, esto no es nuevo. Acaba de publicar, con el grupo The Bad Seeds, su último álbum, ''Ghosteen''. En él retorna a la siempre presente y dolorosa vivencia de la muerte de su hijo en 2015. La cubierta, diseñada por el artista converso al cristianismo Tom Dubois, muestra la luminosa armonía del paraíso, en el que un león y un cordero conviven pacíficamente tal y como Isaías previó que sucedería cuando hubiese concluido el tiempo de la aflicción, del duelo y de la prueba, como parece que ya está sucediendo en el interior atormentado del cantante australiano. 

Pero también se puede afrontar el dolor de la separación con abierta esperanza cristiana, como lo hizo el pensador español Julián Marías, quien en 1977, con la muerte de su esposa Dolores Franco, de 65 años, a causa de un cáncer de estómago, se hundió en un abatimiento total: ''Me quedé sin proyecto'', decía. La tristeza era indescriptible: ''Desde aquel día me dominó, hasta físicamente, una opresión insuperable; no podía respirar. Se habían borrado los colores, la significación de las formas. Tuve que salir a la calle y andaba como sonámbulo, con una cara demudada sin duda; a veces la gente me miraba con sorpresa'' .

El amor lo hizo, con todo, columbrar una nueva dimensión, inacabable y plena, en relación con su esposa en apariencia no presente. La muerte ,pensaba, no podía tener en semejante asunto la última palabra: ''Solo me sostenía la profunda fe en la resurrección, la evidencia de que la persona que era Lolita no podía haberse destruido por un proceso corporal, de que volvería a verla y a estar con ella. Si no hubiera tenido la esperanza de volver a verla no sé lo que habría sido de mí, si me habría suicidado''.

Con el anhelo de estar por siempre con su mujer, más allá del espacio y del tiempo, Julián Marías emprendió, un día de diciembre de 2005, el viaje hacia donde se hallaba la madre de sus hijos, para fundirse ambos en un abrazo infinito. Consumaba así una fructífera vida ungida por el amor, consagrada a la verdad y marcada, en la etapa última de su existencia, por el dolor. 

Al igual que Gabriel Marcel. Sobre este filósofo y dramaturgo francés, converso al catolicismo , sobrevivieron también no menos desalentadoras fatalidades, pero nos dejó, como un jugo exquisito emanado del lagar de las fatigas, y para alumbrar la esperanza cuando la muerte de un ser querido nos suma en la más temible de las desolaciones, esta sentencia clarividente y reconfortante: ''amor a alguien es decirle:``tu no morirás´´''. 

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