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jueves, 21 de noviembre de 2019

Carta semanal del Sr. Arzobispo

El regalo de visitar pastoralmente

Andamos asomados a nuestro mundo no siempre sereno y justo, y levantamos acta de sus sobresaltos, sus contradicciones, sus prisas y dificultades. Ante este panorama nos preguntamos qué podemos hacer como cristianos que forman parte también de esta sociedad. Dios conoce nuestro empeño, que queremos mirar de frente a los desafíos, poniendo una evangélica creatividad ante los retos pastorales que ahora reclaman el coraje que nos permita dar respuesta confiada a la nueva evangelización siempre inconclusa cuando acercamos a nuestra generación la Buena Noticia. Esto hace que palpite en nosotros el sano entusiasmo que desde nuestra pequeñez consiente que Dios vuelva a enviarnos poniendo en nuestros labios palabras que dan vida y repartiendo con nuestras manos su gracia liberadora y bendita.

Hay una reciprocidad vocacional en la Iglesia: los pastores con su ministerio, los consagrados con sus carismas y los fieles laicos con su profecía. Todos estamos llamados a construir el Reino. Es lo que se llama “sinodalidad”, esa que el apóstol Pedro ya decía: “cada uno con el don que ha recibido, se ponga al servicio de los demás” (1 Pe 4,10). Debemos seguir creciendo en las Unidades Pastorales, en el ámbito rural de nuestros pueblos diseminados por valles, cuencas y costas, y en el ámbito urbano de nuestras villas y ciudades más pobladas. No es un reparto simple del territorio anulando parroquias, sino un modo diferente de atenderlas acompañando a nuestro pueblo cristiano desde esa sinodalidad vocacional antes referida.

Precisamente por la novedad que esto entraña, es necesario sacudirnos ciertas inercias que se amparan en el “siempre se hizo así” inmovilista, o en la pereza del “no nos moverán” de nuestras seguridades. Necesitamos la conversión pastoral a la que el papa Francisco convoca y reclama (Evangelii Gaudium, 25-26), dejándonos sorprender con fe y evangélicamente dejándonos llevar.

A fin de no repetir lo mismo ni repetirnos nosotros mismos, tenemos igualmente la imperiosa necesidad de formarnos con una formación que no simplemente actualice la bibliografía que manejamos, sino la ilusión, el método pastoral y el entusiasmo. Una formación integral que abrace toda la persona: en su inteligencia bíblica y teológica, en su afecto fraterno y en el trabajo de su apostolado. Ahí entramos todos: pastores, consagrados y laicos.

Para que esta formación integral sea realmente integradora, deseamos que la oración, la palabra de Dios y la acogida de los sacramentos, siga nutriendo nuestra verdadera espiritualidad con sus ritmos litúrgicos, sus iniciativas espirituales y su calendario. Sin esta atención a lo profundo de nuestro encuentro personal y comunitario con Dios, correríamos el riesgo de plantear este encuentro tan sólo como una administración de recursos y una estrategia de acción. Antes de proponer nada, hemos de escucharlo en el Corazón de Dios, de ahí la importancia primordial de la oración.

Por este motivo estoy realizando en estos dos meses una visita pastoral extraordinaria a las tres vicarías en las que nuestra diócesis está distribuida, para ayudar a comprender todo esto acompañando con gozo a sacerdotes, consagrados y laicos, al tiempo que se me regala, una vez más, la ocasión de acercarme a tantos hermanos que inmerecidamente me han sido confiados como obispo. Pido a nuestra querida Madre la Santina que nos bendiga, y al buen Dios que no deje de sostener nuestra entrega que busca la gloria de Dios y el servicio a los hermanos.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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