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sábado, 19 de octubre de 2019

«Orar sin desfallecer». Por Jorge de Juan

Por tercer domingo consecutivo el Evangelio nos remite a la fe como realidad fundamental de nuestro quehacer cotidiano como cristianos. En este caso, se trata de una fe que desemboca en oración, de una oración empapada de fe. Para enseñarnos la necesidad de orar siempre sin desfallecer, Jesús nos propone la parábola del juez inicuo que atiende los ruegos de una viuda únicamente para que le deje en paz. A partir de esta imagen, el Señor nos invita a reflexionar acerca de la actitud de Dios para con sus hijos. El hombre de fe tiene que ser un hombre de oración, aunque el modo varíe de unos a otros. De la misma forma que no se puede concebir una estrecha relación con una persona sin un trato cercano y constante con ella, de igual modo no se puede concebir el creer sin el rezar. 

La parábola tiene un trasfondo escatológico y parece referirse a la situación de la primitiva Iglesia, ansiosa por la segunda venida de Jesucristo y en constante peligro de sucumbir en un mundo lleno de hostilidades e injusticias. El texto dice que Dios hará justicia «sin tardar». En efecto, tarde o temprano el Hijo del Hombre vendrá, pero... ¿encontrará fe en la tierra cuando llegue? 

La Iglesia, peregrina en el tiempo, debe dominar su impaciencia por la justicia o la revancha contra sus adversarios, porque el juicio de los hombres corresponde exclusivamente a Dios. Entre tanto, la Iglesia debe vivir en la fe y en la confianza, denunciando las injusticias con voz profética, sí, pero no condenando; alentando a la esperanza y trabajando por la implantación de su Reino, con coherencia y entrega total. La oración sincera nos conducirá a la vivencia radical del Evangelio.

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