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lunes, 9 de septiembre de 2019

De la Festividad de la Natividad a la Solemnidad de Covadonga. Por Rodrigo Huerta Migoya

El 8 de Septiembre, mientras la Iglesia Universal celebra la Festividad de la Natividad de Nuestra Señora, los asturianos celebramos la Solemnidad de Nuestra Señora de Covadonga, dejando la liturgia propia de la Natividad para el día siguiente -9 de Septiembre- cuando lo festejamos de forma trasladada. 

Aunque el culto a Nuestra Señora en este idílico lugar es evidente, el auge de esta devoción está plenamente ligado a la batalla aquí vivida en el siglo VIII, con todo lo que supuso para España y Europa aquel inicio de devolver a Cristo el lugar que debía ocupar en nuestro mundo y en nuestras vidas. Por ello, Nuestra Señora de Covadonga es una advocación mariana "guerrera"; Virgen de batallas y auxilio para el cristiano que combate diariamente contra el mal. De aquí que su manto más significativo sea el rojo... Pero, ¿por qué el 8 de Septiembre?

Parece que todo empezó en Jerusalén en torno al siglo V (momento en que Santo Toribio vivió allí y trajo consigo tantas preciadas reliquias -entre ellas el "Lignum Crucis"- para nuestra patria) cuando surge el culto a la Natividad de María, al celebrarse la fiesta propia de la Basílica levantada sobre el lugar que la tradición bizantina señala como "la Casa de María". 

Allí, en el templo  «Sanctae Mariae ubi nata est» donde nació Santa María Virgen, junto a la renombrada piscina probática, se halla la raíz de este culto al nacimiento de la Madre de Dios. Hoy, este templo se conoce como la Basílica de Santa Ana. Aunque según algunos primeramente el 8 de Septiembre se debía a ser el día en que se había consagrado este templo, a lo largo del tiempo se consolidó dicho día como memoria litúrgica propia de la Natividad de María en la liturgia bizantina y romana hasta finales del siglo VII, cuando el Papa Sergio I incluye esta celebración en el calendario litúrgico de la Iglesia Universal.

Curiosamente, el año 722, una de las fechas en las que se considera que tuvo lugar la "Batalla de Covadonga", el entonces Papa, San Gregorio II, realza esta festividad de la Natividad de María al decretar la celebración de la vigilia propia de la Fiesta en las vísperas del día previo. Esto tuvo lugar en plena guerra iconoclasta del emperador bizantino León III, el Isaurio. Poco tiempo después, a mediados del siglo VIII, el monarca asturiano Alfonso I y su esposa Doña Hermesinda -cuyos restos reposan hoy a la vera del altar de la Santina en la Santa Cueva- mandan construir una Iglesia en Covadonga con tres altares, siendo el principal dedicado precisamente a la Natividad de Nuestra Señora. Con la edificación de este templo los monarcas también entregan la custodia de este santo lugar a los monjes benedictinos, que fundan a los pies de la Santa Cueva su Abadía. Por este motivo aún a día de hoy al principal responsable del Real Sitio -Santuario de Covadonga- se le llama Abad y no rector; es debido a esta antiquísima tradición monástica en Covadonga. 

No quisiera pasar por alto otros dos hermosos detalles de la historia del Santuario aparejados al rey Alfonso I, y es que éste manda traer una imagen de Nuestra Señora a la que se le rendía culto en una de las ermitas del Monsacro (Morcín); y, por otro lado, se acondiciona la Santa Cueva para un mejor culto. Se construyó una gran hendidura de madera que sobresalía tanto hacia el precipicio, que los peregrinos empezaron a llamar a Covadonga el sitio del Milagro y la Virgen del Milagro, pues parecía imposible que se mantuviera aquella estructura con más material en el aire que sobre la roca. 

Se cree que a la muerte por causa natural en el año 757 de Alfonso I, se le dio sepultura en Covadonga, siendo el primer monarca en ser sepultado en el lugar, por lo que, con buen criterio, algunos denominaron a Covadonga primer panteón real de la Patria; aunque los de Corao lo mismo dicen de su Iglesia de Santa Eulalia de Abamia, donde recibió cristiana sepultura Pelayo en el año 737 junto a su esposa Gaudiosa, que había fallecido primero. Pero bueno, aquí habría que entrar en otro fuerte debate: ¿podemos llamar rey a Don Pelayo o nos quedamos como mucho en Caudillo?. Tampoco se ponen de acuerdo los expertos en el traslado de sus restos, en el siglo XIII, desde Abamia al Real Sitio por mandato de Alfonso X el sabio, como refiere Ambrosio de Morales.

Alfonso I fue apodado como "el católico", precisamente por la fama que le acompañó de profundo creyente, hasta el punto que las crónicas llegaron a relatar que su muerte fue algo así como un milagro por haberse muerto de forma natural -algo extraño en su tiempo y situación- y con el adorno épico con el que después se acompañó este suceso, llegando a decir que al instante de su muerte los ángeles cantaban: He aquí cómo desaparece el justo y nadie repara en ello; y los varones justos desaparecen, y nadie se da cuenta en su corazón. De la presencia de la iniquidad ha sido apartado el justo; en la paz estará en su sepultura.

Pero si realmente murió en olor de santidad el rey Alfonso o si verdaderamente está allí o no, Don Pelayo nos da igual; la grandeza de la Santa Cueva no está en los ilustres que allí reposan sino en ser ese lugar concreto "la cuna de España". Lo que sí sabemos es que Don Pelayo no se refugió en una cueva cualquiera, sino en "la cueva de la Señora"; la cueva de Santa María que ya por aquel entonces un ermitaño cuidaba. Y María, como madre buena, no desechó las súplicas que Pelayo y sus hombres le dirigieron en sus necesidades -como diría San Bernardo-.

A mediados del siglo XIII, en concreto en el año 1243, el Papa Inocencio IV instituyó la Octava de la Natividad de Nuestra Señora. Hubo quienes se aventuraron a decir que Nuestra Señora de Covadonga se celebra el 8 de Septiembre por ser el día que la Virgen intercedió por las tropas de Pelayo, pero, ¿cómo puede ser si ni siquiera sabemos el año exacto; cómo vamos a poder precisar el día?. Más bien el origen del 8 de Septiembre esté en la construcción del templo y su altar a la Natividad de María mandado levantar por Alfonso I. Y desde ahí hasta finales del siglo XX el culto a Nuestra Señora de Covadonga y el culto a la Natividad de María han sido uno sólo o el mismo. Durante el pontificado de Monseñor Díaz Merchán, el Cabildo Colegial del Santuario y el Consejo Episcopal de la diócesis llegan a la conclusión de que Nuestra Señora de Covadonga tiene la suficiente identidad y espiritualidad como para solicitar a la Santa Sede que la diócesis de Oviedo puede celebrar a la "Santina" de Covadonga en su día 8 de Septiembre con misa y lecturas propias, y trasladar la "Natividad de Nuestra Señora" al día 9 de Septiembre. Pero ojo al dato, siendo el 8 de Septiembre en el territorio diocesano ''Solemnidad'' y, al día siguiente, la Festividad que el resto de la cristiandad ya celebró, de la Natividad de María. Sin duda, la visita de San Juan Pablo II fue un revulsivo sobre este culto a María de Covadonga, que el entonces Papa quiere resaltar sobre las raíces cristianas de occidente.

Los textos propios fueron aprobados por la Congregación del Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos el 7 de Octubre de 1991, y actualizado en el año 2012 . Las lecturas que se proclaman en la diócesis en todas las misas del día 8 de Septiembre son: 1ª lectura del Cantar de los Cantares, 2, 10-14; Salmo: La misericordia del Señor llega a sus fieles de generación en generación; Lc 1, 46-47.50-51.52-53.54-55; 2ª lectura del libro del Apocalipsis 11, 19a; 12, 1-3-6a. 10 ab; y el Evangelio de San Lucas 1, 39 - 47.

Me parece que fue un acierto separar la Natividad de la celebración de Covadonga, pues esto nos ayuda a interiorizar por un lado el nacimiento de la Madre de Dios, y por otro, cómo la Madre de Dios actuó en nuestra propia historia en un momento crucial en el que estaba en juego nuestra identidad más señera. Tampoco olvidar que la Madre de Dios junto a San Juan Bautista y el mismo Cristo son las únicas fiestas del calendario litúrgico en el que recordamos el día de su cumpleaños, pues para los creyentes el día importante es aquel en que partimos hacia Dios, por ello, a los Santos los recordamos siempre el día de su fallecimiento. Y con los santos y con María festejamos la fe de Cristo Crucificado, que con su alfa y su omega nos recuerda que la esencia católica estuvo en los comienzos como lo estará en nuestro final de pueblo elegido.
Que Ella siga siendo nuestro auxilio, baluarte y roca firme sobre la que edificar nuestra morada eterna cerca de su oquedad. 

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