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sábado, 7 de septiembre de 2019

Covadonga: tradiciones y blasones. Por Francisco José Rozada Martínez

Timbre de gloria -de Cangas de Onís primero y de toda Asturias después- fue y es la Cruz de la Victoria. En la primera capital de Asturias el rey Favila mandó levantar o reedificar una iglesia que albergase la cruz de roble que su padre -Don Pelayo- había enarbolado en la batalla de Covadonga, que dio inicio a la Reconquista en estos montes del oriente astur. Corría el año 775 de la era hispánica instaurada por Augusto 38 años antes de Cristo, cuando había pacificado Hispania. Era, por lo tanto, el año 737 de la era cristiana cuando la iglesia fue consagrada en la antigua Cánicas un 27 de octubre, quince años después de la batalla de Covadonga que parece tuvo lugar en el año 722 y no en el 718 como se daba por hecho hasta poco tiempo.

La tradición otorga al Infante Don Pelayo ser el fundador del Santuario de la Cueva de Covadonga, dedicado durante siglos a la Virgen de las Batallas, aunque por referencias de muy dudosa autenticidad esta fundación también se atribuye a Don Alfonso I el Católico, allá por el año 740.

En su “Geografía Histórica” del año 1572 el jesuita Pedro Murillo Velarde hace la descripción natural del lugar de Covadonga señalando que: “En la parte Oriental de las Asturias de Oviedo, en el extremo de ellas, por donde confinan con las Montañas de Burgos, o Asturias de Santillana, está ´Cobadonga´, casi al sur de ´Riva de Sella´, al sudeste de Cangas de Onís, Villaviciosa, y Gijón, casi al poniente de Santillana, casi al Norte de Potes, al oriente del Río Sella, y al Poniente del Río Deva. 

En el pequeño pueblo de Riera se hace una junta de ásperas y altísimas montañas…” y sigue describiendo con gran precisión cuanto se refiere al santuario.

Todo ello para reclamar que en dicho lugar no se hubiese fabricado “el templo más magnífico de la Monarquía, aunque fuese necesario deshacer montes y vencer las mayores dificultades”, con la finalidad de engrandecer el lugar que -según él- había originado tanta felicidad para “la Cristiandad y la Monarquía Española”.

Aún debían pasar 125 años hasta que se iniciase la neorrománica basílica que conocemos.

En 1759 un dibujo del pintor A. Miranda hecho sobre seda natural amarilla, deja ver la cueva, casa de novenas, mesón, fuente, molino, casa de los músicos, huerto del ermitaño, puente viejo de piedra y otros de madera, etc. y -sobre la cerrada cueva- la alegoría de Santa María de Covadonga entre Don Pelayo y su hijo Don Favila, ambos ataviados con anacrónica armadura y cimera.

Es de destacar que en la parte baja del grabado, allí donde se da cuenta de las indulgencias que se concedían a quienes visitasen el lugar y varias explicaciones del cuadro, se observa en el centro el escudo con las armas de Covadonga.

Ese escudo de hace 260 años recoge de una forma peculiar las armas del Principado de Asturias y las propias del Santuario. En él aparece la cruz de San Andrés, atributo de la Casa de Borgoña, que representaba Carlos II cuando se estableció el derecho de presentación en el nombramiento de canónigos del cabildo. Dos tenantes a cada lado reproducen de nuevo la cruz de San Andrés y la de Pelayo. 

En este caso concreto las armas del Principado de Asturias son absolutamente arbitrarias pues -como señaló ya don Luis Menéndez Pidal- alternan los cuarteles de Castilla y León con otros dos que albergan sendos copones eucarísticos, más propios de la heráldica gallega, y que ya Jovellanos analizó y rechazó en un estudio sobre esta cuestión cuando le hizo la pertinente consulta el marqués de Camposagrado, para hacer entrega de una bandera al Regimiento del Principado. Jovellanos le remitió una amplísima carta con mil y un detalles sobre los blasones del Principado y recoge anécdotas que no tienen desperdicio.

Añadir sobre este tema que, tanto el escudo que se encuentra en el túnel de la cueva como el de la Casa Capitular, enmendaron notablemente el de 1759.

Por otra parte, el “chorrón” que se precipita bajo la cueva de Covadonga aparece en el cuadro antes mencionado como aquel que -proveniente de Orandi- forma el río Diva, Deva o Reynazo, en su lugar de “renacimiento” a los pies de la patrona de Asturias.

Diva (diosa) era el nombre dado a la divinidad celta. Deva es una corrupción del nombre anterior y Reynazo o Rinazo lo llama Ambrosio de Morales en 1572 en su “Viaje por orden del Rey Don Felipe II a los reinos de León y Galicia y Principado de Asturias”. Ambrosio de Morales dice que oyó a los naturales llamar Diva al río que sale de la cueva y añade que el Diva se une con otro río un poco más abajo de Covadonga, de nombre Eña y luego –ya en Soto- se llama Reynazo “cuando fluye al Bueña”. Confuso lo que dice, sí, pero parece que lo de Diva sería en Covadonga y La Riera. Pascual Madoz llama a este río de Covadonga Diva y –muy probablemente- la confusión venga con el Deva nacido en Fuente Dé, pues el arzobispo don Rodrigo dice que fue en la Liébana donde “ocurrió el gigantesco argayo que sepultó a los moros fugitivos de Covadonga”…

Concluyamos señalando lo que todos reconocemos, que Covadonga reúne y aglutina naturaleza y arte, espíritu y materia, origen e impulso, historias y proyectos. Superadas ficciones ideológicas y mitificaciones varias, es un lugar de referencia y símbolo de Asturias. Porque Covadonga es raíz, cuna y corazón.

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