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jueves, 26 de septiembre de 2019

Carta semanal del Sr. Arzobispo

Sea la luz en Covadonga

Hace unos días hemos vivido un momento sencillo y entrañable en Covadonga. Me acordé de las primeras palabras de la Biblia: Era la mañana primera de la creación. Nos dice la Escritura santa que todo lo envolvía un caos, lo llenaba el vacío y la oscuridad cubría la faz de la tierra. Entonces Dios quiso pintar las cosas llamándolas una por una. La primera obra en la que Él se empeñó, fue precisamente esa: “haya luz”… Y hubo luz. Y vio Dios que la luz era buena. La luz es la que antes mostró la bondad con la que Dios firmó su obra creadora. Y los colores fueron llegando, y las formas de esa belleza nos cantaron bondadosamente el encanto de las cosas creadas. 

Recuerdo lo que escuché en el sur de España a la salida de una magnífica catedral, cuando con unos compañeros fuimos a visitar su arte. Una mujer que pedía limosna, al “sentir” que nos acercábamos, me dijo aquel soneto del poeta mexicano Francisco de Icaza: “Dale limosna mujer, que no hay en la vida nada, como la pena de ser, ciego en Granada”. Es el soneto que se encuentra también en una de las murallas del acceso a la Alcazaba. Y así me dijo aquella buena mujer: “écheme una moneda, señorito”, para decirme luego sus versos. Todos fuimos generosos con ella. 

Pero en la vida hay tantas cosas que siendo bellas, no alcanza nuestra mirada a reconocerlas. Ojos distraídos, ojos apagados, ojos secuestrados por lo que no vale la pena y nos roban la mirada. Y tantas veces, quizás demasiadas, no tenemos esa luz bendita con la que Dios hizo las cosas para que mis ojos las vieran, para que mi corazón se llenase de alegría, para que la esperanza renacida fuera el brindis agradecido con el que cuento a todos, a pesar de todo, que la vida es bella. 

La arquitectura románica tuvo una intuición en sus artistas: acoger a quienes entraban en los templos, y que venían deslumbrados por sus cegueras, ofreciéndoles una humilde penumbra respetuosa y casi tímida, apuntando luego por dónde amanecía cada mañana ese sol que nace de lo alto, signo de Cristo vencedor de la muerte. No son oscuras las iglesias románicas, sino que sus tenues penumbras nos acompañan hasta la luz que no declina. La Basílica de Covadonga tiene ese estilo neorrománico. Desde aquel 1901 en que fue inaugurada, ha ofrecido esa pedagogía que juega con la luz discreta y la penumbra bendita acertando a acompañar nuestra vida con su acogida. 

Precisamente, desde que hace más de un siglo los científicos Joseph Swan y Thomas Edison dieran a luz sus célebres filamentos de carbono para las primeras bombillas, la luz ha iluminado también las iglesias románicas, precisamente para mostrar la escondida belleza que nos invita a asomarnos a la luz que jamás tramonta. Nuestra Basílica estaba necesitada de una iluminación de calidad y con calidez, que dejara ver mejor los colores y las formas de una iglesia acogedora en los ojos tiernos de la Santina que nos preside en Covadonga. 

Hace ya unos dos años, que pude iniciar los primeros contactos para llevar a cabo esta urgente tarea de cambiar la iluminación. Con diligencia y profesionalidad en la Fundación Endesa se pusieron generosamente a la obra que hemos tenido el gozo de inaugurar hace unos días. Todo nuestro agradecimiento a las personas que como directivos, técnicos y trabajadores han puesto lo mejor de sí para poder iluminar como se debe, sin eclipsarlo, este rincón tan especial para nosotros, que coincide con la cuna de España, como cantamos en el himno a la Santina de Covadonga. 

Que esta luz que devuelve los colores a estas formas hermosas, nos acoja también a nosotros y nos acompañe en la aventura de mirar la vida desde el lado más bello para que también asombrados como en la mañana primera, podamos decir con el Creador, que las cosas eran buenas.

+ Fray Jesús Sanz Montes O. F. M.
Arzobispo de Oviedo

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