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jueves, 19 de septiembre de 2019

Carta semanal del Sr. Arzobispo

Llamados y enviados: 
un pueblo en marcha

Hace sólo unos días vimos llena, con sorpresa y agradecimiento, nuestra Catedral de Oviedo. Se trataba de una celebración que podremos repetir al inicio de cada curso. Toda la Iglesia diocesana estaba allí presente con sus diversas vocaciones: arzobispo, consejo episcopal, delegados episcopales, arciprestes, vida consagrada, seminarios diocesanos, y muchos laicos. De todos los lares de nuestra tierra: las villas y ciudades, los valles y las costas, los pueblos de interior, de la marina y la montaña. Y toda la realidad pastoral que llevamos adelante: catequesis con niños y jóvenes, adultos y ancianos, familias, centros penitenciarios y hospitales, enseñanza y universidad, Cáritas, inmigrantes, patrimonio cultural, medios de comunicación social, misiones y tantos otros ámbitos.

Quisimos dar comienzo al curso pastoral con ese escenario verdaderamente eclesial y familiar. Podríamos haberlo hecho discretamente, pero hemos preferido hacerlo así, con la mirada de nuestra madre la Santina que el pasado día 8 de septiembre celebramos en Covadonga, como si allí cada año tuviésemos nuestro punto de partida.

Nos ponemos en la presencia del Señor que acompaña nuestra historia, esa que tiene los años de nuestra edad y el reto de nuestros desafíos, para pedirle que llene nuestro corazón y que con su Iglesia nos envíe después, sabedores de nuestros límites, conociendo nuestros desgastes y cansancios, nuestras pequeñas trampas y tramas que nos hacen lentos y huidizos, no siempre disponibles de veras para la tarea que el Señor en su Iglesia nos ha encomendado. Pero estuvimos allí, sinceramente, queriendo recomenzar con la ilusión añeja de quien tiene la osadía de fiarse de otro más grande, volviendo a nuestra tarea cotidiana como ciudadanos de esta sociedad, con responsabilidad cristiana.

Porque también Dios conoce nuestro empeño, y que queremos mirar de frente los desafíos, con una evangélica creatividad ante los retos pastorales que ahora reclaman el coraje confiado que nos permita dar respuesta a la nueva evangelización siempre inconclusa cuando acercamos a nuestra generación la Buena Noticia. Precisamente por la novedad que esto entraña, y para sacudirnos ciertas inercias que se amparan en la costumbre habitual del “siempre se hizo así” inmovilista, o en la pereza del “no nos moverán” de nuestras seguridades, necesitamos esa conversión pastoral a la que el papa Francisco convoca y reclama (cf. Evangelii Gaudium, 25-26), zambulléndonos en la novedad sabrosa de quien se deja sorprender y de quien evangélicamente se deja llevar.

Las líneas pastorales que encauzarán nuestra labor cristiana en este curso que ahora comienza son el fruto de la comunión fraterna entre los sacerdotes, los consagrados y los laicos. En esa soleada mañana, en la iglesia madre de nuestra Diócesis que es la Catedral, tuvo así lugar el envío por parte del Obispo a quienes están comprometidos e implicados en la tarea evangelizadora como catequistas y agentes varios de pastoral. No somos francotiradores, sino discípulos que se saben enviados por la Iglesia, consintiendo que Jesús ponga en nuestros pobres labios una Palabra de Vida, y que reparta con nuestras pequeñas manos la gracia que trae la paz, la gracia y la alegría. Esta es la certeza de la comunión que nos une: que siendo distintos por tantos motivos, podemos vivir complementariamente nuestra identidad y tarea particular, dejando que el Espíritu nos haga a todos una verdadera comunidad cristiana.

Feliz comienzo del curso pastoral, hermoso envío así escenificado, de una Iglesia que sigue siendo misionera dentro y fuera de nuestras fronteras, como comunidad que nació en la Pascua y que se sabe acompañada por el Buen Dios y todos sus santos.


+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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