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viernes, 6 de septiembre de 2019

Cambios Pastorales. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Antes de nada, advertir que esta reflexión se hace desde la experiencia y vivencia de una comunidad cristiana activa y participativa y, sobre todo, para cristianos y feligreses habituales; es decir, no podrán entender fácilmente la misma vecinos sin más o intelectuales de barra de bar o peluquería de “permanente”. Me refiero a los cambios de sacerdotes que se dan por diversos motivos durante todo el año y, principalmente, por estas fechas. Comencemos por explicar algo que parece obvio, pero que realmente para algunos no está tan claro; es decir, qué es un párroco y cuál es su misión. 

  
El de párroco, es el oficio mayor que un sacerdote puede desempeñar, pues su misión principal es “la cura de almas”. No todos los sacerdotes son párrocos, pues el nombramiento como tal que le otorga el obispo oído el Consejo de Gobierno, le hace responsable único, además de la cura pastoral de almas en un determinado lugar, de la gestión administrativa y representación jurídica de la parroquia ante todas administraciones e instituciones.

En algunos casos he escuchado de ciertos sacerdotes y de no pocos laicos y fieles de salón y comunión sin confesión, el comentario de que el párroco es “uno más” en la comunidad: ¿Uno más; de verdad?... ¿cómo podemos explicar y ejemplificar esto a los centenares de parroquias que no tienen misa dominical por falta de párroco? Por mucho que se hable de la necesaria y mayor implicación de los laicos -lo cual es cierto- el pueblo cristiano (no simples lugareños, advenedizos o “vecinos”) de misa y rosario, no es tonto, y no encajan fácilmente diáconos permanentes, monjas o seglares piadosos; quieren “su” cura -párroco- y “su” misa. Y hacen bien en exigirlo, pues demuestran desde el “sensus fidei” que la eucaristía que celebra un sacerdote con encomienda pastoral de cura de almas en un determinado territorio -parroquia- no tiene parangón mi sucedáneo. No seré yo el que diga que no sea bueno acercar a Dios a la gente allá donde los sacerdotes no llegan por medio de la “Celebración de la Palabra”, pero ésta nunca podrá sustituir la eucaristía que sólo puede celebrar un sacerdote.

En ciertos sectores de la Iglesia con base en un igualitarismo de vuelo gallináceo (sacerdotes y laicos) se ha tratado de proyectar muchas veces esa supuesta igualdad donde el cura es “uno más”. Esto se lo dijeron a un sacerdote al llegar a su nuevo destino como párroco, y él respondió: sí, sí; seré uno más, pero aquí el único que tiene un papel firmado por el obispo y al único que públicamente y en acto solemne le han entregado las llaves de la iglesia y del sagrario, es a mí. 

La permanencia de los sacerdotes al frente de una parroquia no depende tanto de un tiempo determinado sino del verdadero cumplimiento de la misión encomendada. Hay sacerdotes que han estado muchísimos años en una parroquia y trabajaron todo el tiempo como el primer día dejando una magnífica huella, y otros que se pasaron décadas en la misma parroquia viendo amanecer y atardecer. Igualmente ocurre con los que se les ha etiquetado negativamente (siempre hay grupos de poder, envidias y “destronados” entorno a un nuevo cura) y luego, acercándose a su labor, ésta se verifica encomiable. También hay algunos a los que se les ha puesto bajo una aureola de santidad -una vez más los grupos de poder- y resulta que hasta decir misa parece que les cuesta trabajo. 

Un criterio claro y objetivo para valorar el trabajo -y el acierto o error en el nombramiento- de un párroco, es su compromiso con la catolicidad y la diocesaneidad; es decir, estar abierto a toda la diócesis con su obispo al frente y con los demás compañeros y fieles de otras parroquias, participando de eventos comunes y ejerciendo la comunicación de bienes, no sólo para lo que cada uno pueda considerar más “sensible”, sino para todo lo que pide la diócesis y la Iglesia Universal, sin crear en la gestión “guetos” que únicamente retroalimenten frustraciones en un círculo vicioso y que flaco favor le hace a la Iglesia particular y a la fe y convivencia de los parroquianos, y qué, además, hará de su sustituto -nombrado por el obispo igualmente que lo fue el propio saliente- un extraño y casi un intruso para viejas guardias pretorianas. 

Por eso pienso que los cambios de los párrocos debidamente temporizados -según circunstancias, por supuesto- son buenos, pues toda comunidad necesita oxigenarse, sin tirar por tierra lo que hizo el anterior ni machacar al nuevo comparándolo todo el día con su antecesor y diciéndole constantemente: pues Don Mengano lo hacía de la otra manera, ó, aquí se hizo siempre así… No somos ni de Pablo, ni de Apolo, ni de Cefas; de Don Menganito ni de Don Fulanito, sino que somos de Jesucristo, y, los párrocos y sacerdotes en general, sólo a Él tienen que anunciar y no a sí mismos ni a sus amigos. No podemos estar en comunión con Dios si no vivimos la comunión entre nosotros, con nuestro párroco, con nuestro obispo, con el Papa...

Los cambios de párrocos hacen que no pocas veces algunos “fieles” -de nombre, porque ciertamente no lo son- vayan de una parroquia a otra al margen de su domicilio en función de sus gustos, afinidades o discrepancias con el párroco saliente o entrante -que nunca es más ni menos uno que otro- o cuando han sido -esto es más evidente- relegados de privilegios “adquiridos”, preponderancias o lucimientos en carguillos o distinciones ministeriales de “libre designación” (la Iglesia -y la parroquia- es jerarquía en comunión; mucho más que una simple democracia o asamblea de vecinos) y no faltaría quienes, si pudieran, e imbuídos de una cuasi elección directa del Espíritu Santo comunicada “íntimamente”, quitaran al párroco de turno para ponerse ellos. Aquellos comulgan alegremente pero viven al margen de la Iglesia -Católica, Apostólica y Romana- adhiriéndose o rechazando y despellejando a sus presbíteros en función sus gustos, apetencias o criterios propios, todo ello, posiblemente, desde una paranoia esquizoide o bipolar que tiene como exponente una total falta de pudor y vergüenza propia. Afortunadamente, suelen ser bastante conocidos...

Joaquín, Párroco

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