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viernes, 16 de agosto de 2019

In memoriam Madre Carmen de San José. Por Rodrigo Huerta Migoya

Este día 9 de Agosto, celebración de la fiesta litúrgica de Santa Teresa Benedicta de la Cruz
-carmelita mártir- entregaba su alma al Señor la religiosa Madre Carmen de San José -de nombre Julia en el mundo- en su celda del Carmelo de San José y Nuestra Señora de Gijón. Terminaba aquí su periplo vital esta gallega natural del Ferrol tras 97 largos años de vida, de los cuáles 71 los vivió como religiosa carmelita de clausura. 

Su personalidad, su carisma y su aportación a la Iglesia desde la contemplación, lo resume muy bien la Santa Madre Maravillas: ¡Que fácil se hace servir y agradar a Dios en cuanto uno se olvida un poquitín de sí mismo y no quiere guiar su vida, sino abandonarla de manos de Dios!...

Con su muerte el Carmelo de Gijón pierde un referente de su historia, pues Madre Carmen no sólo fue una de las fundadoras del primer convento de Viesques junto a la Madre Leonor y la hermana Beatriz, además, fue una figura clave en la construcción del actual convento de la Providencia hace ya tres décadas, así como jugando un importante papel como priora en unos años duros y complejos para la Comunidad. 

Su vida, escondida con Cristo en Dios en el silencio, en el ayuno y la pobreza, fueron madurando su existencia de consagrada, más fueron estos últimos años de enfermedad y postración cuando con más intensidad se dispuso y predispuso para el encuentro con el Esposo, que pronto habría de venir a buscarla. 

Cuántas horas todos estos años postrada en su silla de ruedas sin poder seguir el ritmo de la vida de comunidad; la Madre se dedicó a hacer lo que mejor sabía y poder llevar a cabo, entregarse a la oración ante el Sagrario; horas y horas sin límite... Asumidas sus limitaciones, comprendió que ya no podía ser "Marta" -a ratos- y a otros "María", sino que ahora le tocaba ser María con "la mejor parte", haciendo compañía al Señor. 

Llevaba una vida orante donde nadie faltaba en sus plegarias: el mundo, los pobres, los que no conocen a Dios, la Iglesia Universal, la diócesis, la ciudad de Gijón, la Parroquia de Somió, su comunidad conventual, sus capellanes -los padres carmelitas de Begoña-, su familia... y para todos ellos deseaba lo mejor: les deseaba -sobre todo- que encontraran cada día al Señor hasta poder decir como Santa Teresa ''Sólo Dios basta''. 

Una caída propició el principio del fin para la Madre Carmen; inmediatamente la Priora llamó al sacerdote para que pasara a clausura y poder atenderla espiritualmente y así prepararla para su último viaje. Consciente de que llegaba la hora -y ya estaba ahí- convocó a sus hermanas para despedirse una por una de toda la Comunidad. Pasaban las horas y mientras su cuerpo experimentaba la agonía, su alma, sin embargo, se regocijaba consciente de que llegaba el momento que esperó en silencio durante más de siete décadas: el encuentro con su Amado. Dicen que el médico quedó impactado cuando vió a la religiosa con una sonrisa plena y un rostro de luz en medio de un duro agotamiento de su cuerpo. Sus atentas hermanas no la dejaron sola ni un segundo, y en esta situación expiró mientras entonaban su canto preferido: Quisiera, madre mía, subir al cielo y decirte al oído cuánto te quiero.

En la huerta del convento donde se encuentra el cementerio de la Comunidad, fue sepultada en la tierra. Allí aguardan sus restos el "cielo nuevo y la tierra nueva", más su alma, de la mano del escapulario, habrá llegado al deseado destino donde habrá vuelto a escuchar las mismas palabras que el día de su profesión: ''Ven esposa de Cristo recibe la corona que el Señor te ha preparado desde toda la eternidad''. 

Descansa en Paz Madre Carmen

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