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sábado, 17 de agosto de 2019

Fuego y división. Por Fernando Llenin Iglesias

¿Qué significa “fuego”? En el Antiguo Testamento, a veces, es una metáfora de la palabra ardiente pronunciada por un profeta. Otras veces, se refiere a la purificación del juicio divino. Pero Jesús anunció el advenimiento del Reino de Dios como un reino de Amor. Por tanto, este fuego debemos entenderlo como el fuego del Amor de Dios, que se ha encendido fulgurante en la cruz de Cristo, Salvador del mundo.

Ese es el “bautismo” al que se refiere Jesús, el bautismo de su sangre derramada para el perdón de los pecados. Es el bautismo de su muerte cuando exhalo su “Espíritu”, el Espíritu Santo de Amor divino que derrama sobre los hombres que han creído en Él, viven su Evangelio y se convierten de sus egoísmos y pecados. 

Jesús ha venido a encender ese fuego sobre la tierra entera, para reconciliar a todos los hombres con Dios. Porque Dios, ciertamente, quiere que todos nos salvemos y conozcamos a Jesucristo, y conociéndole le amemos y, amándole, nos amemos unos a otros como Él nos ha amado y nos ama. 

Lo mismo ocurre con esa “división” que dice que ha venido a traer. Quien conozca, aunque sea mínimamente, el Evangelio de Cristo, sabe que es un mensaje de paz por excelencia; Jesús mismo, como escribe san Pablo, "es nuestra paz", muerto y resucitado para derribar el muro de la enemistad e inaugurar el reino de Dios, que es Amor, alegría y paz. ¿Cómo se explican, entonces, esas palabras cuando dice que ha venido a traer la "división"?

Esta expresión de Cristo significa que la paz que vino a traer no es sinónimo de simple ausencia de conflictos. Al contrario, la paz de Jesús es fruto de una lucha constante contra el mal. En el mundo existe el mal, el odio y el rechazo de Dios, tanto explícitamente, cuando se le niega, como implícitamente, cuando se destruye o se daña a los demás. Como dijo el anciano Simeón el día de su presentación en el Templo, Jesús es y será siempre un “signo de contradicción” en este mundo. Una contradicción y una división que están permanentemente presentes en la Iglesia, en el pasado y en el presente. 

Pero el combate que Jesús está decidido a librar no es contra hombres o poderes humanos, sino contra el enemigo de Dios y del hombre, contra Satanás. Quien quiera resistir a este enemigo permaneciendo fiel a Dios y al bien, deberá afrontar necesariamente incomprensiones y, a veces, auténticas persecuciones.

Por eso, todos los que quieran seguir a Jesús y comprometerse sin componendas en favor de la verdad, deben saber que encontrarán oposiciones y se convertirán, sin buscarlo, en signo de división entre las personas, incluso en el seno de sus mismas familias. 

De este modo, siguiendo los pasos del Señor Jesús, los cristianos se convierten en "instrumentos de su paz", según la célebre expresión de san Francisco de Asís. No de una paz inconsistente y aparente, sino real, buscada con valentía y tenacidad en el esfuerzo diario por vencer el mal con el bien y pagando personalmente el precio que esto implica.

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