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jueves, 29 de agosto de 2019

Estoy deseando que me echen la bronca. Por Jorge González Guadalix

(De profesión cura) Bueno, aunque tanto como deseando… Lo cierto es que me haría una enorme ilusión que mis feligreses me echaran por lo menos una bronca diaria. Es lo mínimo que uno se puede pedir. Sería, de verdad, el cura más feliz del mundo. Así como se lo cuento. Sería una locura que al menos una vez al día alguien me echara una bronca por apercibimiento de carta al arzobispo en caso de no enmendarme, por cosas como:

No preparar la predicación

Faltar a la doctrina de la Iglesia en predicación o catequesis

Celebrar la misa de cualquier modo

Dar de comulgar sin avisar de las condiciones

Dedicar escaso tiempo al confesionario

No acudir lo suficiente a visitar, confesar y atender a los enfermos

Negarme al rosario o la exposición del Santísimo

Despreciar a los santos

Tener abandonados a los pobres

Vivir sin el debido respeto a mi condición sacerdotal

No atender lo suficiente la dirección espiritual

No preocuparme por el decoro de los templos parroquiales

No hay manera. Parece que estas cosas a pocos importan.

Otras broncas sí me llegan:

Por no permitir flores artificiales

Por la colocación de los bancos

Por decir que no se puede comulgar en pecado mortal

Por avisar, despacito, de que es obligado arrodillarse en la consagración

Por no querer canto de paz

Por pretender cambiar de ubicación la imagen de San Expedito

Por ir al bar

Por no ir al bar

Estoy loco por broncas de las primeras. La realidad es que me sobran de las segundas.

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