Con la llegada del estío y sus calores no sólo cambiamos de horarios sino que el mismo reloj parece ir con más calma, como si las agujas se hicieran pesadas al cumplir su misión. Caminamos más despacio estos meses, quizás porque el calor hace que la fatiga aparezca primero tras las previas semanas con sus desgastes que reclaman ser compensados.
Así, de hoz a coz nos metemos en el verano pensando en cambiar de chip de rutinas y de tiempos. Pero el verano también tiene sus peligros, como por ejemplo la dejadez, y es que no hay que confundir descanso con abandono. Esto bien lo experimentan en la enseñanza, que de Junio a Septiembre los profesores perciben un total “tsunami mental” en los niños que parece haber olvidado todo lo avanzado el curso anterior.
En la vida espiritual pasa algo parecido, si convertimos el descanso en abandono cuando queramos retomar la vida de fe nos encontraremos que hemos caminado hacia atrás como los cangrejos. Y es que la fe siempre tiene sitio en la maleta, no pesa, no estorba... Dejémosle por tanto a Dios un hueco en nuestra agenda veraniega.
No se toman vacaciones de participar de la santa misa, ni deja uno de confesar por estar en verano, ni cambia para bien o para mal su religiosidad por las circunstancias del lugar o del tiempo. Igual de mal lo hacen, por ejemplo, las personas que en todo el año no pisan el templo pero el mes que pasan en el pueblo no se pierden un día la misa por “el qué dirán”, que las que todo el año van a misa y ese mes de descanso no ponen pie en la iglesia. Ni lo uno ni lo otro. El cristiano ha de serlo aquí y a donde vaya todo el año.
Vivimos en un mundo libre, por tanto nadie tiene que cumplir para quedar bien, ni nadie tiene que avergonzarse de lo que cree y vive. Cada cual busque su momento, su sitio y su hora para disfrutar de este tiempo en compañía de la mejor compañía de todas cómo es Jesús amoroso en el Sagrario.
Que se haga verdad en nosotros las palabras del salmo: ''Sólo en Dios descansa mi alma'' (Sal 61); encontremos pues el sosiego no sólo del cuerpo sino también el de nuestro corazón lleno de fatigas y desasosiegos, necesitado del amor de Dios para sanar nuestras heridas.
Busquemos las fuentes tranquilas a las que el buen Pastor nos conduce, las que nos ofrece siempre que acudimos a Él y que tantas veces despreciamos optando por los malos pastos y las altas hierbas que nos hacen perdernos lejos de su cuidado.
Reposemos en los pies del Maestro como lo hizo María de Betania al ungir sus pies de perfume y secarlos con sus cabellos. ¿Puede haber mejor descanso del cuerpo y del espíritu que a la vera del rey de reyes?. Él nos ofrece todo el año esta opción de reconfortarse en su corazón: ''Venid a mí los que estáis cansados'' (Mt 11,28).
Descubramos este regalo de Dios de la quietud provechosa que Él mismo practicó al séptimo día, una vez que había sido creado el mundo. Así lo recuerda igualmente la “Carta a los Hebreos”: ''porque el que entra en el reposo de Dios descansa también de sus obras, así como Dios descansó de las suyas'' (Heb 4,10).
A Dios no se le escapa nada, y menos aún quienes le han sido fieles, quienes saben permanecer a su lado y quienes están velando en oración cuando la mayoría se escapan en desbandada. Es hora de ser fiel al que siempre permanece fiel, pues al final nuestros planes serán polvo y sólo el suyo tendrá continuidad.
Hagamos caso pues al Señor que nos invita: ''Y Él les dijo: Venid, apartaos de los demás a un lugar solitario y descansad un poco'' (Mc 6,31). Salgamos, pues, del ruido, de agobio, de la rutina... vayamos al encuentro de Cristo también en verano. Es tiempo de caminar y reconfortarnos en Aquél que en verdad es el único en el que puede descansar nuestra alma.... y nuestro cuerpo.
Feliz verano cristiano.
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