(Infocatólica)
El P. Francisco Javier Carrión Armero, nacido en Cornellá de Llobregat, Barcelona, es sacerdote de la congregación de los Legionarios de Cristo y gran estudioso y conocedor de los entresijos de la filología y de las letras. Además, Don Francisco Javier, que, como dice en su blog El olivo viejo, “ejerce el doloroso y, a la vez, gozoso oficio de la poesía”, es uno de los poetas participantes en el libro 400 poemas para explicar la fe, de Yolanda Obregón.
- Escribe usted poemas de todo tipo: tanto verso libre como otras poesías con rima tradicional. ¿Está pasada de moda la poesía con métrica y rima o tiene algo que aportar?
Efectivamente, he escrito poemas según la métrica tradicional y también me he expresado en verso libre. Sin embargo, tengo más poemas del primer tipo y los estimo más.
Como todo lo clásico, el metro y la rima tradicional permanecen, no han pasado de moda. Lo que ocurre es que nuestra sociedad ha perdido el gusto por un plato tan exquisito y difícil de preparar. Es evidente que se necesita una educación literaria para saborear este tipo de versos. El metro tradicional y la rima no pasarán de moda siempre y cuando haya poetas dispuestos a mantener viva esa tradición. Creo que la poesía tradicional es el auténtico campo de ejercicio del poeta. Para escribir con métrica tradicional tienes un campo de acción limitado al metro y a la rima. El metro tiene sus propias reglas y tienes que respetarlas; esto te obliga a limar el escrito, a agudizar el ingenio, a encontrar la palabra exacta. También significa dejarte llevar por la cadencia de los acentos y las rimas. Creo que la poesía es sobre todo ritmo, repetición, música, a fin de cuentas. El poeta se une así a otros ritmos y repeticiones plasmados en la creación: las estaciones, el día y la noche, la vida y la muerte, etc.
Escribir versos no sólo es plasmar la belleza, servirse de tropos y otros recursos literarios; esto también lo puede hacer la prosa. La poesía, además de esos recursos, debería mantener su propio ritmo y cadencia, expresado sobre todo en el metro y la rima.
- Varios de sus poemas están inspirados en la Liturgia de las Horas. ¿Hay poesía en la liturgia de la Iglesia?
La liturgia de la Iglesia está cargada de poesía y ahí están los himnos para demostrarlo. Himnos con los que se expresa la Iglesia en los diversos tiempos del año litúrgico -Adviento, Pascua, festividades, etc.- y en los diversos tiempos del día -laudes o vísperas-. (De nuevo volvemos al tema del ritmo y los ciclos). El himno también está relacionado con la música y su primera expresión en la Iglesia fue la recitación de los salmos. Posteriormente, a los salmos se le añadieron composiciones poéticas que han venido a formar el material hímnico de la liturgia. La mayor riqueza hímnica, en la liturgia latina, está escrita en latín. Con la llave del latín podemos acceder a este tesoro. La liturgia en lengua vernácula nos obligó a buscar poemas religiosos, rimas sacras, entre los poetas de lengua española para sustituir a los himnos latinos. Yo he traducido algunos himnos de la liturgia latina (Sol, ecce, lentus occidens, por ejempo) y he inventado alguno que otro. En este campo mi inspiración son los himnos latinos.
- Recientemente ha participado en el libro ''400 poemas para explicar la fe'' de Yolanda Obregón. ¿Cree que la belleza y la catequesis están relacionadas?
La catequesis, como instrucción o enseñanza, se dirige a la razón. Pero en la fe no todo es racional. ¿Cómo se explica la propia experiencia de Dios en el alma? Sin duda es algo que la propia persona tiene que experimentar en su vida y las palabras faltan para describir esa experiencia. La poesía, en cierta medida, expresa ese elemento inefable que no se dirige tanto a la razón sino más bien al corazón. En efecto, la retórica tiene recursos para expresar lo inefable mediante contradicciones, paradojas y antítesis. La belleza sería una especie de radiación de misterio, asombro, verdad y bien. Y el poeta lo expresa con los recursos de un lenguaje que causa admiración y extrañeza, un lenguaje evocador.
La antología de Yolanda Obregón quiere explicar la fe con la lógica del corazón y con el ingrediente de la fe experimentada por el poeta.
- En este contexto, el Soneto del caballero herido, ¿qué expresa?
Pues es una catequesis sobre la contrición y la misericordia, como bien ha sabido leer la editora de la antología. Pero una catequesis dirigida al corazón. Podemos impartir una catequesis dirigida a la razón, como teoría, definiendo la palabra contrición y todo lo que implica. Pero también podemos tratar ese tema basándonos en Perceval, personaje de La búsqueda del Santo Grial (cap. VI) y en la propia experiencia de vida. Esto es como una concreción y una pintura muy colorida de la teoría. Experiencia de vida, evocación literaria, metáfora, soneto, rima… no dejan de ser otro lenguaje, un lenguaje del corazón.
- Hace tiempo, publicó el libro de poemas “Venid, almas, a mi huerto”, que incluye tanto una meditación de la pasión como una serie de poemas. ¿Podría ser un ejemplo de esa unión entre belleza y catequesis?
Mi meditación sobre la pasión es prosa poética. Participa de todos los elementos de la poesía excepto de la métrica (aunque incorporo poemas métricos en el texto). Efectivamente, belleza y catequesis se unen al tratar de la pasión de Cristo de otro modo, haciendo que uno de los olivos del huerto sea el protagonista y narrador del misterio de la pasión de Cristo. La prosopopeya y la metáfora entran en juego.
- ¿Cuáles son, en su opinión, los principales problemas de la catequesis hoy en día?
Más que de problemas prefería hablar de sugerencias para la catequesis. Primero cada católico debería mantenerse en una formación catequética continua ya que sólo así podrá formar a otros, desde los propios conocimientos. Después habría que unir la doctrina (más racional) a la experiencia de vida (más cordial): uno advierte el fuego con el que hablan de Cristo las almas enamoradas de Él. Y tercero, ejemplificar la fe con las artes: artes plásticas, literatura, cine. Así se habla al hombre completo, no sólo a la cabeza. Esta antología va encaminada a esta última sugerencia.
- En uno de sus poemas dice “me inunda la sorpresa”. El hombre moderno, que se las sabe todas, ¿puede aún sorprenderse?
Si somos capaces de sorprendernos significa que podemos advertir que hay cosas que se escapan a nuestro raciocinio y experiencia, significa que hay lugar para el misterio, la esperanza y la providencia. Creer que lo sabemos todo es, a fin de cuentas, soberbia. Vivir sorprendido por el misterio de la vida, por las cosas que nos rodean, indica un sentido espiritual muy fino. Es lo contrario del alma burda e insensible. Creo que la sorpresa es un indicio de salud espiritual. Pero el mundo nos embrutece o nos llena de actividades que distraen para privarnos de la contemplación que origina la admiración y la sorpresa. El mundo promueve la vida exterior, pero lo que necesitamos es vida interior.
Probablemente la sorpresa sea la principal cualidad de la infancia. Y no olvidemos que es necesario mantener la infancia espiritual porque de los que son como niños es el reino de los cielos.
Esa admiración es lo que dio origen a la filosofía. Tenemos que volver a saborear las cosas, la creación entera. Y percibir, sobre todo, la providencia de Dios, culmen, a mi modo de ver, de la admiración, la maravilla y la sorpresa.
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