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martes, 30 de julio de 2019

España ha dejado de ser católica. Por Jorge González Guadalix

(De profesión Cura) El 13 de octubre de 1931 D. Manuel Azaña pronunció en un vibrante discurso en las Cortes esa frase lapidaria que aún hoy sigue causando una mezcla de terror y asombro: “España ha dejado de ser católica”. Lo cierto era que la cuestión religiosa estaba presente en las Cortes y que era inconcebible una manera de concebir el estado sin que lo religioso, la iglesia, estuviera presente para bien o para mal. 

Estos días de atrás he tenido el cuajo, penitencia que me hacía falta, de escuchar, digamos que bastante, las intervenciones de nuestros políticos en la fallida investidura del señor Sánchez. Al acabar ayer con la última votación no pude por menos de reconocer que, de manera real y efectiva, España ha dejado de ser católica. O mejor, quizá más exacto, de llegar a la conclusión de que el catolicismo en España ha dejado de ser algo consustancial, determinante, al menos reconocido como parte de nuestra historia y cultura, para pasar directamente a la nada. 

O me coincidió con un despiste o visita a algún lugar de inexcusable obligación, o aquí nadie ha hablado para nada de la Iglesia, que no digo sea bueno o malo, digo lo que he podido observar. Apenas, creo recordar, una referencia del presidente del gobierno en funciones a algo así como una ley de libertad religiosa, pero como de pasada.

No somos nada. Se decía que en España la gente siempre iba detrás de los curas, con cirios o con garrotes, lo que dejaba bien claro que lo religioso importaba, suscitaba pasiones, encendía debates. Hoy nada de nada. Los partidos de izquierdas que pasan y como mucho sueltan los globos sonda de leyes de libertad religiosa que sabemos serán leyes para seguir recortando la libertad de los católicos, y los que podríamos llamar de centro derecha que se callan no sea que les llamen fascistas.

Mi impresión es que ni somos nada ni pintamos nada, que no digo sea bueno o malo, pero lo digo. Los católicos somos presentados como unos cuantos nostálgicos que siguen acudiendo a la misa del pueblo, a la que se añaden unos cuantos fundamentalistas y esos de las cofradías y el Rocío que son puro folklore. Los números nos dicen que nos vamos directamente por el desagüe. Poco importamos y el miedo a lo que pudieran decir los obispos es perfectamente descriptible: nada. 

Estamos dejando de ser católicos. No porque nos persigan o ataquen. Simplemente nos estamos diluyendo en una fe flojita, que practica una moral de buenistas intenciones y un culto más insípido que sopa de asilo a fin de mes. Dentro de no mucho nos declararán especie protegida.

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