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sábado, 6 de julio de 2019

''72''. Por Fernando Llenín Iglesias

Tras ser instruidos por Jesús sobre cómo han de ser sus discípulos, los envía “delante de él” y “de dos en dos” para preparar su llegada, que se identifica con la venida del Reino de Dios. El número 70 simbolizaba la totalidad de los pueblos.

 El 7 es el número de la vida (7 son los días de la creación). El 10 significa la totalidad. Así que 70 simboliza la totalidad de la vida humana sobre la tierra. Por otra parte, 70 era el número de los descendientes de Jacob que fueron a Egipto. Representa, pues, la totalidad de Israel y su relación con la totalidad de los pueblos del mundo. El 2, en cambio, significa la fraternidad: 2 es el número mínimo para ser hermano y 2 es el número mínimo de testigos que se requieren en un juicio. 

Por tanto, Jesús envía a 72 discípulos como símbolo del carácter universal del Evangelio y como hermanos y testigos que preparan el Camino del Señor. La misión es enorme, universal, pero se concreta en cada lugar. Ante tamaña empresa, irrealizable para la pequeñez y debilidad de los discípulos misioneros, es necesaria la oración: “Rogad, pues…” 

¡Poneos en Camino! La palabra “Camino” era el modo como se designaba el cristianismo en los primeros momentos de su historia. Porque es un “Camino”, un proceso y una forma de vida diferente y nueva. En ese Camino encontrarán oposición y persecución, como el de un cordero –Cristo- en medio de lobos. Es decir, como Jesús mismo, el cordero de Dios que quita el pecado del mundo y fue llevado al matadero. 

Ese “Camino”, esa forma de vida, es justamente el modo como se anuncia a Jesucristo. El “cómo” importa mucho. Los discípulos misioneros no tienen ningún otro apoyo, ninguna otra seguridad, ningún otro medio que el mismo Señor. Sin dinero, sin comida, sin sandalias. Nada. Sólo Dios. Se han hecho “pobres” por el Reino de Dios. Es una forma de vida que elige la pobreza voluntariamente para depender totalmente de Dios, con una confianza absoluta en Él, en su providencia, cuidado y amor. 

Los discípulos misioneros son pobres, débiles, indefensos y así se presentan al mundo entero dispuestos a todo. Dispuestos a sufrir el rechazo que Jesús sufrió; dispuestos a ser calumniados y despreciados como los fue el Señor; dispuestos a no tener “dónde reclinar la cabeza más que en la cruz de Amor donde la reclinó “el Rey de los judíos”. Así proclamarán el Evangelio de las Bienaventuranzas: ¡viviéndolas!

Los discípulos misioneros son enviados como pobres e indefensos, como aquellos que no pertenecen a los “poderosos de este mundo” ni “viven en los palacios”. Ellos forman parte de los “pobres de espíritu” y de los “hijos de la paz”. Son “Heraldos del Gran Rey”. No llevan ni sandalias, porque la sandalia se echaba sobre la tierra que se reclamaba en propiedad. En cambio los discípulos misioneros son peregrinos en tierra extraña, que caminan con esperanza en una tierra nueva y un cielo nuevo donde habite la justicia. Somos forasteros en todas partes y pedimos ardientemente que venga el Reino de Dios. 

Tampoco deben saludar a nadie por el Camino. Porque el saludo oriental antiguo era largo y ceremonioso y llevaba tiempo. Pero anunciar el Evangelio es urgente en este mundo y en este tiempo. Hay prisa. Son portadores de Paz. ¡Paz y bien! No una paz y un bienestar mundanos, sino la Paz y el Bien que nos da Cristo. ¡Que el Señor os bendiga con la Paz! Eso es la salvación, la perfecta alegría, la liberación que anunciaron los ángeles en el portal de Belén y la primera palabra que el Resucitado dirigió a sus discípulos. 

¡Comed de todo lo que os pongan! El discípulo y misionero es una persona libre de “tradiciones humanas”, de normas alimentarias sobre lo que se puede y lo que no se puede comer. Aceptamos a todos y todo. Los misioneros pueden quedarse en cualquier lugar sin discriminación por motivos de pureza ritual o de cualquier otro tipo. Si bien una norma de la Iglesia antigua precisaba que si alguno se quedaba más de tres días en una casa, era signo de ser un “falso profeta”. Como si va de casa en casa, buscando la mejor.

Los discípulos misioneros preparan la venida del Señor creando “comunidad (compartiendo la mesa), ocupándose de los que sufren y predicando el Evangelio. Lo mismo que hizo Jesús. Y si son rechazados que sacudan el polvo de sus sandalias, como signo último de llamada a la conversión ante el juicio final. Quien rechaza al mensajero, rechaza al que lo envió y rechaza el Reino de Dios que les anuncia. Es un acto de misericordia para que recapaciten y no se obstinen en la maldad y la perversión. ¡Ay de ti, serás como Sodoma y Gomorra, como Corazín, Betsaida y Cafarnaún que no quisieron convertirse y se hundió en el infierno!

Cuando aquellos primeros discípulos misioneros volvieron de la misión, venían llenos de alegría. Habían combatido contra el poder del Mal, pero aunque ya ha sido derrotado por Cristo todavía continúa el buen combate de la fe. Satanás ha caído como un rayo. El poder de la Iglesia no es de este mundo. El poder de la Iglesia es un “Nombre”. El “nombre” significa la persona. Todo aquel que invoca el Nombre del Señor se salvará. Satanás, el “Acusador”, el que nos acusa día y noche, ha sido derrotado. No prevalecerá, a pesar de las apariencias. Ha perdido su poder sobre el hombre en todas sus manifestaciones, físicas y espirituales. Caminarás sobre áspides y víboras, pisotearás leones y dragones. Se puso junto a mí, lo libraré de la seducción y los tormentos del diablo. 

La Evangelización de la Iglesia en todo tiempo es, en diferentes contextos y circunstancias, siempre la misma. Llevar la paz y la vida nueva del Reino de Dios a todos los pueblos y ciudades donde ha de venir Él. Porque también en nuestros pueblos y ciudades de hoy hay muchos que son de Cristo.

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