Jesús descendió a los infiernos pero está sentado a la derecha de Dios, el todopoderoso y único Santo que VIVE y reina en esa unidad Trinitaria como afirmamos en el gloria: ''Tu solus Altissimus, Iesu Christe, Cum Sancto Spiritu in gloria Dei Patris''. De forma solemne las campanas han repicado en la noche santa de Pascua acompañando este solemne ''Gloria'' anunciando al mundo que Cristo ha salido glorioso del sepulcro: ¡ha resucitado! También, junto a María, contemplamos los misterios gloriosos del Rosario.
Sin embargo, la expresión de ''gloria'' en el tiempo litúrgico en el que entramos adoptará un puesto secundario; ahora será el "¡Aleluya!" la exclamación cantada que unirá al pueblo fiel en la alegría de la resurrección, la cual nos acompañará hasta la próxima cuaresma.
La exclamación ''Aleluya'' que compartimos con el judaísmo -nuestros hermanos mayores en la fe - es una exclamación de alabanza a Dios. Más fueron los primeros cristianos quienes ya en el primer siglo de vida de la Iglesia ligaron esta palabra a la Pascua; es más, parece que en los primeros siglos únicamente se cantaba el domingo propio de Resurección. No será hasta el siglo VI cuando se introduzca en las celebraciones del resto del año litúrgico, por decisión de San Gregorio Magno.
Aleluya, aleluya, alegrémonos y gocemos y démosle gracias, Aleluya. El cántico en sí ya es una alusión al misterio que celebramos, pero además, que estas palabras formen parte del último libro de la Bíblia es otro detalle que invita a pensar que una vez que el mundo que conocemos llegue a su fin, será cuando el triunfo pascual de Jesucristo cobre su sentido pleno y absoluto sobre la almas buenas que creyeron y esperaron ser participes de su gloria.
Se hizo popular hace años una frase del Padre Arrupe que decía que la muerte del creyente era el último amén para este mundo y el primer "aleluya" para el siguiente; frase ciertamente bella, pero que no deja de ser un comentario coloquial a lo que ya San Agustín había dicho: los que en la Tierra digan «Amén» para aceptar a Dios plenamente, en el Cielo dirán «Aleluya» para cantar su gloria y su poder.
El Cirio es un símbolo del cuerpo del Señor, glorioso y resucitado. Por eso aparecen en él la Cruz y los clavos, pues la vida vino por la muerte. Y los números del año presente están para que no perdamos de vista que Él es el mismo ayer, hoy y siempre.
Los caminos de nuestra vida están cargados de oscuridades y sólo Jesucristo luz del mundo que supera toda luz, puede sacarnos de la penumbra. Lo lograremos no sólo dejándole entrar en nuestra vida sino situándolo en el centro donde alumbre a todos y no debajo del celemín.
Estamos llamados a ser luz, pero jamás podremos con nuestra luz propia poder llegar a desterrar tantas penumbras que nos rodean, eso sólo se puede lograr con la luz de Cristo que la liturgia de exequias tan bien resume al pedir: que su resplandor de ilumine nuestras tinieblas y alumbre nuestra camino hasta que lleguemos a Él, claridad eterna.
La luz visible del Cirio pascual acompañará los sacramentos que se celebran en las parroquias durante todo el año, más esta la luz también está presente de forma indivisible en el corazón de muchísimos creyentes. Ahí los Santos, los que mejor saben vivir las Pascua dado que viven en estado de gracia, de cara a Dios ya aquí, y finalmente una vez terminado su camino. Participan mejor esta fiesta no sólo por que están más cerca de Dios, sino por que han dejado atrás la penumbra. Catalina de Siena comentaba: ''Si sois sólo lo que tenéis que ser, prendereis fuego al mundo''. Y es que santidad y alegría no dejan de ser dos rasgos totalmente pascuales.
Y así llega esta cincuentena, la fiesta de la luz, la Resurrección florida; llamada para los no creyentes a creer y para los creyentes como invitación a "resucitar" ya aquí en nuestra vida mortal a la gracia que no sólo pasa por la confesión y la comunión para cumplir con la Pascua, sino además en lo que en la vida espiritual se conoce como conversión de costumbres. Como nos dice San Pablo: ''como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva'' (Rom 6, 4).
Los grandes pensadores de los últimos siglos han tratado de sentenciar de un modo u otro lo que ha supuesto la figura de Jesús de Nazaret. El filósofo Ortega y Gasset reconocía que Jesucristo había ido creando -en muchos aspectos- un nuevo pensamiento cuyo principio del amor al enemigo aventajaba en mucho a los mismísimos griegos, a pesar de lo muy fino que estos habían hilado en temas de pensamiento. Ortega escribió: “Yo no concibo que ningún hombre, el cual aspire a henchir su espíritu indefinidamente, pueda renunciar sin dolor al mundo de lo religioso; a mí, al menos, me produce enorme pesar sentirme excluido de la participación en ese mundo". Porque hay un sentido religioso, como hay un sentido estético y un sentido del olfato, del tacto, de la visión.(...) Pues si hay un mundo de superficies, el del tacto, y un mundo de bellezas, hay también un mundo, más allá, de realidades religiosas.
El filósofo, que sólo se concebía a sí mismo y a sus circunstancias, crítico, incrédulo pero sorprendido por el mensaje cristiano al que tantas vueltas le dió, sabemos que murió besando por dos veces un crucifijo, a la vez que pedía la gracia de creer.
Y es que sin duda el amor al prójimo, la otra mejilla... son claves primordiales del mensaje que el Señor nos vino a traer; sin embargo, todo ello queda incompleto si omitimos su Resurrección enfocada a la nuestra, o dicho de otra forma más oracional: "la vida del mundo futuro". La espera en la esperanza; la preparación para nuestro final aquí, con lo que supone preparar la maleta espiritual no sólo de lo que Dios me va examinar, sino de lo que me permitirá ser digno o nó de sentarme en el banquete de su Reino, es invitación a mantener firme la balanza entre las obras y oración.
De nada sirve tratar de imitar al maestro en todo y a la vez no aceptar que es el Unigénito de entre los muertos, el Único que salió de la fosa después de haber bajado a ella. Siempre ante el sepulcro el hombre se topa con las preguntas a las que autónomamente tendrá que dar respuesta. Creer que no es Dios de muerte y de muertos sino que está vivo; Él vive y nos ofrece vivir plenamente. Ciertamente, ''este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro todo gozo" (Sal.117). Hoy caemos en la cuenta de que sólo por el sepulcro vacío cobra sentido nuestra existencia. Es esta Octava de Pascua un tiempo apropiado para ir al cementerio, pues esto no puede limitarse al mes de Noviembre, ahora es el mejor momento para interiorizar junto a los sepulcros de los seres queridos la verdad que la Iglesia en su liturgia y doctrina, por medio de la Palabra de Dios, nos transmite en las próximas semanas. La liturgia bizantina de este día dice textualmente: ''con su muerte ha vencido a la muerte.Y a los muertos ha dado la vida''. Y es que en Cristo se ancla nuestro sentimiento de vivir eternamente, sólo por Él con Él y en Él.
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