(El Comercio) La reconstrucción de la Sancta Ovetensis, devastada tras la Revolución del 34 y la guerra civil, duró solamente tres años en el contexto social «más duro» | La obra tuvo un presupuesto inicial menor a dos millones de pesetas.
La catástrofe de la catedral de Notre Dame en París cogió a la comunidad internacional por sorpresa. Una hecatombe, en términos de patrimonio histórico y cultural, solo comparable con los daños sufridos por este tipo de construcciones centenarias y milenarias tras el fragor de la Segunda Guerra Mundial. En el caso de la vieja parisina, Francia puede respirar en cierto modo aliviada, y es que el mecenazgo de terceros ha hecho que sea posible su restauración en cinco años –anticipó el gobierno galo– gracias a los casi mil millones de euros recibidos a modo de donación de distintas entidades de todo el mundo en solo unos días. No obstante, y aunque el contexto es hoy bien distinto, la Catedral de San Salvador de Oviedo vivió algo parecido en el pasado. La Revolución del 34 y la guerra civil posterior la dejaron hecha añicos, «una escombrera», relata el deán, Benito Gallego; sin embargo, en tan solo tres años (entre 1939 y 1942), y con un presupuesto inicial que no llegaba a los dos millones de pesetas, la Sancta Ovetensis resurgió de las cenizas que habían dejado tras de sí el fuego, las balas de cañón y la dinamita.
Durante la noche del 11 al 12 de octubre de 1934 accedieron los revolucionarios por el fondo sureste de la Catedral, quemaron la invaluable sillería del coro, llenaron la capilla de Santa Leocadia, situada justo bajo la Cámara Santa, de cajas con 400 kilos de dinamita y volaron el conjunto. Con él, ineludiblemente, volaron también algunos de los contenidos más valiosos del ámbito histórico y artístico del Principado de Asturias. También se encontraba allí una de las piedras angulares del catolicismo, el Santo Sudario, una de las dos reliquias más importantes de la cristiandad.
Los daños fueron «catastróficos», explica el actual deán desde el monasterio de Santo Domingo de la Calzada, desplazado allí por la celebración de una reunión anual de cabildos. «Pero la ciudad de Oviedo hizo lo que pudo con los medios de los que disponía para poder devolverle todo su esplendor», admite. Benito Gallego no asistió en primera persona a los hechos, pero los conoce de primera mano gracias a los documentos de Luis Menéndez Pidal recogidos en el archivo catedralicio.
Menéndez Pidal fue nombrado tras la guerra restaurador de la zona norte y sustituto por mandato de Franco del anterior arquitecto encargado, Alejandro Ferrant que, junto al entonces deán Arboleya y a Manuel Gómez-Moreno, asistió el primero a la catástrofe y a los cinco metros de escombros que sepultaban la Cámara Santa. Juntos elaboraron el primer plan de reconstrucción, rescataron las reliquias que quedaban (la Cruz de los Ángeles, entre ellas) y dirigieron, al principio, el complicado desescombro de la sala, que exigía apuntalar la estructura al mismo tiempo para que no se viniese abajo.
Tras la voladura, la Cámara Santa –templo y relicario adosado al palacio de Alfonso II–, una buena parte de la torre y el conjunto de las vidrieras del edificio quedaron arruinadas. Ferrant propuso entonces rescatar todo lo que se había podido salvar y reconstruir las piezas perdidas con una sola peculiaridad: que las labores quedasen rematadas de tal manera que se pudiera distinguir lo original de lo reconstruido. Así lo explica, en declaraciones a este diario, la catedrática de Historia del Arte de la Universidad de Oviedo y miembro de la junta directiva del Comité Español de Historia del Arte, Pilar García Cuetos, y al mismo tiempo se pregunta: «¿Cómo es posible que Francia no tuviese un plan de contingencia específico para que no ocurriese esto en Notre Dame?». También comenta que la suma de 700 millones proveniente de donaciones para su reconstrucción es «escandalosamente alta».
En ese sentido, continúa la especialista, «Ferrant solicitó 358.050 pesetas para la reparación del arte mueble (sillería del coro, daños en algunos retablos barrocos, vitrinas, relicarios y expositores de la Cámara Santa) y un millón de pesetas para la reconstrucción del claustro y de la cámara». Tal cantidad, «por ser tan elevada», prosigue la catedrática, se le denegó y solo recibió un adelanto de 100.000 pesetas a las puertas de la guerra civil. El proceso quedó paralizado tres años, pero el trabajo del arquitecto, según García Cuetos, salvó la cámara durante esos años al estabilizarla y cubrir las ruinas con un tejado provisional.
Las convulsiones de aquellos meses y las nuevas destrucciones del edificio dilataron el proceso hasta el 29 de septiembre de 1939. Para entonces, la Catedral de Oviedo ya había recibido 160 cañonazos y la flecha de la torre estaba completamente destruida. Pero su reconstrucción fue «extremadamente rápida», entre otras cosas, gracias al «carísimo andamio de madera de Moya» que mantuvo en pie la torre, advierte la profesora. «El patrimonio, en ese momento se utilizó como un instrumento, había prisa para reconstruir la Catedral, porque Franco (que reinauguró la Cámara Santa en 1942 identificándose con el monarca Jaime II) la utilizó como un símbolo de legitimidad que tenía que portar cuanto antes».
La Catedral de Oviedo, por tanto, un edificio del siglo IX con una reforma Románica y una reconstrucción del siglo XX. Algo que, en palabras de otro historiador del arte, Juan Carlos Aparicio, «no le quita valor», sino que, en sus palabras, «está fijado ahora con el Plan Director de 1996». «Nuestra catedral está muy bien historiada y tiene un plan con más del 80% cumplido», dice. Un plan que, sumado a «otro de seguridad», debería «establecerse en Francia. Aquella cubierta era un verdadero peligro», apunta Aparicio.
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