Páginas

lunes, 4 de marzo de 2019

Sixto, entre el campo y el mar. Por Rodrigo Huerta Migoya

Una cuna en Poago                                                                                                                                   
Un rincón ciertamente hermoso del concejo de Gijón, pequeño y escondido, -hoy axfisiado por la contaminación y la sombra de la industria- es Poago. Enclavado en las brañas que dan altura a los límites por la franja oeste del concejo gijonés con el de Carreño.

Este era el pueblo natal de su madre -María- que se convirtió también en el suyo cuando en la recta final del embarazo, la buena gijonesa decide abandonar su nuevo hogar en Luanco e ir a casa de sus padres para alumbrar allí a su pequeño junto a los cuidados y ayudas de los abuelos con una primeriza mamá.

Así nace Sixto el 1 de Febrero de 1916, y le ponen el nombre de su padre como deferencia hacia éste por ser el primogénito. Será Sixto el primero de once hermanos, siendo el oficio de sus padres maquinista de barco él, y ama de casa -como se decía entonces- ella. Su padre -Sixto- era de Bañugues (Gozón) y como ya dijimos, su madre de Poago. Recibió el sacramento del bautismo el día 14 de Febrero en el hermoso pueblo que le vio nacer. Sus abuelos paternos Estanislao y Justa eran los dos naturales de Bañugues, y los abuelos maternos -Victorio y Etelvina- ambos oriundos de Poago. Fueron sus padrinos Victorino Hevia y Rita González vecinos de Poago. El nombre completo del pequeño era Sixto Victorino por su padre y por su padrino. Le bautizó el entonces párroco D. Sabino García Alonso, un sacerdote muy querido que aún hoy en día es recordado con cariño en dicha parroquia,

La Parroquia se estrena como Comunidad Martirial en 1936 con el arresto del entonces Ecónomo, D. José María López González, un somedano de 34 años oriundo de una levítica familia de la parroquia de Pigüeces.

Su última actividad de la que se tuvo conocimiento fue su participación en la tanda de ejercicios impartida a sacerdotes diocesanos en Valdediós, entre los días 12 al 18 de Julio de dicho año, impartidos por el Padre José Antonio Jáñez. El predicador sería igualmente asesinado al mes siguiente junto a sus dos hermanos jesuitas: P. Nemesio González y P. Agustín Fernández, junto a diez sacerdotes diocesanos más que murieron vitoreando a Cristo, Rey de los mártires y Señor de la vida y la muerte.

De la tanda de ejercicios en la que participó Don José María, también alcanzaron la palma del martirio el Párroco de la Concepción de Narzana -Sariego- D. Faustino Martínez Álvarez, el Ecónomo de Pola de Laviana, D. Isidoro Marcos Cantón, el Capellán de San Nicolás de Bari de Avilés, D. José Manuel Granda Suárez y el encargado de Posada de Llanes, D. Aurelio Montes Noval.

La hermana de D. José María relató a Don Ángel Garralda cómo el día 23 de Octubre de 1936 (aunque ya se habían hecho inspecciones y detenciones con anterioridad) se presentaron los milicianos en la casa parroquial de Poago. La hermana del cura, Felicidad, estaba en la huerta próxima sacando patatas, y en la rectoral se encontraba su hermano y su anciano tío sacerdote, que había sido párroco de San Román de Cuevas (Somiedo) y ahora, ya jubilado, ayudaba a su joven sobrino en las obligaciones pastorales. Ambos sacerdotes -tío y sobrino- fueron arrestados y conducidos a la Iglesiona, donde vivieron su cautiverio. Fueron martirizados durante la noche del 23 de Octubre frente a la tapia del cementerio de Ceares, junto al religioso paúl P. Amado García Sánchez, donde les acribillaron a tiros. Los restos de D. José María pudieron ser recuperados y reconocidos en 1954 siendo trasladados al cementerio parroquial de Poago, en el que reposan en la actualidad.

Nuevos caminos: Gozón y el Seminario

Muy niño, deja el hogar familiar de Luanco  para ir con su tío sacerdote, el cual estaba de párroco en San Jorge de Heres. Así crece Sixto en pleno concejo de Gozón, donde su vida transcurría feliz entre su casa, la capital y la rectoral de su tío en la zona rural.

Su tío se llamaba D. Manuel Hevia Castro; era un hombre muy preocupado por la educación y la formación cristiana, asumiendo en años muy complejos la dirección de una "obra pía parroquial" que permitió poner en funcionamiento unas Escuelas de Primeras Letras, denominado también "Patronato Benéfico Docente de San Jorge de Heres". Pidió ayuda a todas las instancias que le fue posible, arrendando incluso propiedades de la parroquia para obtener algo de dinero para su proyecto, el cual fue respaldado incluso por la "Fundación Pola" de Luanco. Tomó posesión de la Parroquia de Heres en 1911 en calidad de párroco. Sixto vivirá en la casa rectoral de Heres entre 1911 a 1928 año en que falleció su tío el 28 de mayo siendo enterrado en la capilla del cementerio parroquial. En este momento se trasladó la familia de Sixto a Luanco, aunque siguieron muy vinculados a la parroquia de San Jorge de Heres así como mantuvieron contacto con el nuevo y joven párroco Don Joaquín Covián González.

Don Joaquín, será también detenido y arrestado en la iglesia de Luanco; sin embargo, tendrá más suerte que su sobrino y salvará su vida. Le trasladan a la Cárcel del Coto de Gijón, donde reconoce que es sacerdote, y de ésta le mandan a Báscones, en Grado, a realizar trabajos forzados. En Báscones, cuando le preguntaron qué era, dijo que chofer, esperando que fueran más benevolentes con los castigos, aunque poco duraría aquella mentira piadosa ya que un día un prisionero enfermo se puso "a morir" mientras suplicaba postrado en tierra, un sacerdote, para hacerlo en gracia con Dios. Don Joaquín, ante el precipitado acontecimiento, no dudo un segundo y se dio a conocer como tal, hincándose en el suelo para escuchar en santa confesión al moribundo e impartirle la bendición apostólica. Le daba igual la consecuencia, pues por encima estaba su misión de pastor que ha de llevar a toda alma a los pastos del paraíso. 

Con otros compañeros prisioneros deciden escapar para pasarse a la zona nacional, entre ellos el Párroco de Bocines -Gozón- D. Jenaro García, que por su avanzada edad no logró seguir el ritmo de sus compañeros cuandos se dispusieron a cruzar el río nadando, cerca de la zona donde confluyen el Nalón y el Nora. Dieron a D. Jenaro por muerto ya que le perdieron la pista, pero en realidad lo que le ocurrió fue que el río lo devolvió a la "zona roja" casi en cueros, y una familia cristiana que le encontró le escondió en casa dándole ropa y cobijo hasta la liberación de la zona por los "nacionales". 

D. Joaquín y los demás fueron sorprendidos por un grupo de soldados, y se tiraron al suelo esperando ser ametrallados mientras que gritaban que llevaban un cura con ellos. Los soldados no eran "nacionales", así que al escuchar aquello los alumbraron con linternas, les preguntaron si iban armados y les llevaron detenidos a la villa de Grado para tomarles declaración y conducirlos a una nueva prisión. Este vez les mandaron a Luarca, donde vivieron su cautiverio en el teatro Colón. Como anécdota -que siempre contó D. Joaquín años después- que tras la guerra había de ido viaje a Francia con el recordado párroco de Luanco, D. Plácido Suárez, y cuando iban por el centro de París se cruzaron con un miliciano que presidió el tribunal que le había condenado en Gozón, y que Don Joaquín ni se había dado cuenta, pero el republicano sí; y éste se acercó al sacerdote arrodillándose ante él con lágrimas mientras le pedía perdón por sus actos. Don Joaquín le hizo levantarse y le dijo que no había nada que perdonar. Acto seguido el hombre le explicó que se encontraba exiliado y que soñaba con volver a casa, a lo que el buen sacerdote le dijo que podía volver cuando quisiera. Parece que los dos sacerdotes a la vuelta intercedieron para que este hombre pudiera regresar a España, y así fue; y antes de ir a su casa de Bañugues a ver a los suyos, se acercó a la rectoral de Heres para darle de nuevo las gracias al Párroco al que había "juzgado" sin conocer de nada.

Sixto participó de aquel celo de su tío que no solo se entregaba al cien por cien a niños y jóvenes, sino qué, además, era un infatigable párroco siempre atento a cada familia y barrio del pueblo. Tampoco se desentiende de su propia familia, a pesar de que en Heres era siempre el único pequeño de la casa, mientras que en Luanco tenía que convivir con todos sus hermanos. Con gran facilidad completa los estudios primarios y el bachiller elemental, solicitando después la entrada en el Seminario.

La vocación de Sixto se remonta a su más tierna infancia, su familia así lo transmitió siempre. No fue al Seminario por la ilusión de su tío de tener un sobrino sacerdote, sino por el propio anhelo de Sixto de imitar a su tío y a los párrocos de la zona que conocía y apreciaba. 

Ingresa en el Seminario de Valdediós a comienzos del mes de Octubre de 1929 cuando los seminaristas estaban disponiéndose para celebrar la Fiesta de Santa Teresita del Niño Jesús, Patrona de las Misiones. Octubre es también el mes del Rosario y el mes Misional, y nuestro protagonista no dejaba pasar ningún día sin rezar el rosario ni pedir por la propagación de la fe. Por esta pasión hacia la evangelización le recordarán también sus compañeros, apuntando su colaboración constante con la Academia de Estudios Misionales del Seminario.

El nombre de su madre en la tierra era el mismo que el nombre de su madre del cielo, de la que era un gran devoto. Sus condiscípulos contaban que cuando no estaba estudiando ni estaba jugando al frontón siempre estaba a los pies de la Virgen de Valdediós a la que tanto quería y la que tantas plegarias depositó a sus pies. Igualmente, estuviera en Luanco o en San Jorge de Heres, no había día que no se acercara hasta algún altar de la Virgen para manifestarle su amor, para desgranar una oración o dejar una flor. Podríamos imaginarlo hoy con su esbeltez y su sotanilla por las caleyas de San Jorge de Heres, camino de la Capilla de la Virgen de la Luz para cumplir con Ella su obligación de hijo.

En el año 2005, ''Año de la Eucaristía'', recuerdo que la Parroquia de Santa María la Real de la Corte de Oviedo, editó un hermoso calendario dedicado a los Seminaristas Mártires diseñado por el entonces párroco D. Laurentino Gómez Montes. Allí venían plasmadas las vidas de los seminaristas, y recuerdo que me quedó grabada esa bella anécdota en la que su hermana relató para la ''Positio'' de la Causa sobre lo que hacía su hermano seminarista estando de vacaciones. Cómo en la bahía de Luanco se metía a nadar mar adentro tras el rastro de los barcos carboneros y buceaba como un auténtico profesional para sacar a la orilla todas las piedras de carbón que le eran posible. Luego las ponía a secar al sol y las llevaba a casa donde iba haciendo un montón. Así, cuando terminado el verano retornaba al seminario, su madre tenía con qué calentar la casa y la cocina durante el invierno, sin tener que gastar un dinero que no tenían. Sin duda, este hecho nos dice ya mucho de la grandeza de alma de Sixto.


¿Como era Sixto?

Muchas definiciones nos llegan de él y en ninguna sale mal parado: serio y cariñoso, agradable, de carácter especial; nunca se enfadaba, no sabía reñir... era un chaval alto, de ojos azules y muy unido a su madre. Incluso algunos de sus familiares y conocidos llegaron a comentar: ''era difícil encontrarle defectos''.

Era el primero de su promoción, como siempre así lo reconoció públicamente su condiscípulo D. Rafael Somoano Berdasco. Era muy brillante en los estudios y en todo lo académico que, además, destacaba también en la vida de piedad y en su convivencia con los compañeros con los que compartía habilidades deportivas. 

Irradiaba un gran amor a la Iglesia ejemplificado en su constante oración por el Romano Pontífice, al que ciertamente veneraba. Gozaba de un talento natural privilegiado que le permitía cada curso superarse en el número de sobresalientes y reconocimientos académicos. 

Sus compañeros de clase siempre recordaron su facilidad de palabra, su destreza para la oratoria y la prestancia que ofrecía a la declinación, lo que le convirtió en un asiduo de las veladas literarias que se organizaban en el Seminario los días de Fiesta. 

Orador ante el sagrario, no descuidó jamás las visita al Santísimo todos los momentos al día que le eran posibles. Seguía también con mucho interés y cariño los apostolados de la "Acción Católica", así como las publicaciones que a la biblioteca del Seminario llegaban.

El enamoramiento de su vida fue su propia vocación, al servicio de la cual puso todos sus talentos con la ilusión de subir un día cercano las gradas del Altar. Cuando en vacaciones estaba en Luanco, trataba de pasar desapercibido; sin duda, era humilde y auténtico. En la Parroquia de Santa María siempre se ponía en la parte de atrás a orar en la zona más oscura y donde apenas nadie se percataba de su presencia. 

Ni estando enfermo faltaba a la Santa Misa, lo cual cumplió hasta su detención. Algo que por el contrario no le gustaba nada era la política, mientras que en el seminario cada vez crecía más este interés. 

Poeta de la vida, amigo hasta de sus verdugos


Concluido su curso de tercero de filosofía y estando de vacaciones en Luanco, le detienen junto a su padre. Sus acusaciones: "ir a misa"; uno por ser seminarista y el otro por padre de un futuro sacerdote. Los dos son arrestados en la Iglesia de Luanco que hacía las veces de cárcel de la zona. Allí a los pies del Santo Cristo del Socorro al que tanto habían rezado y cantado, les toca ahora vivir horas de pasión y cruz bajo su mirada y sostenidos por su gracia. Como exclama su himno: ''A tus plantas Cristo del Socorro todo el pueblo te viene a adorar''.
Como ya estaban los alimentos racionados, y los milicianos que mandaban en Gozón apenas sabían leer ni escribir, pusieron a Sixto al frente de todos los papeleos y cuentas que habían de realizar; cartillas, números, correspondencia…

Al ser el que estaba llevando toda la coordinación del reparto de víveres, tuvo que escuchar muchas malas palabras; un día unos hombres fueron a llamarle la atención diciéndole: "¿oye so curilla, tú crees que se puede dar un solo pan a un hombre que trabaja?, a lo que él respondió disculpándose y diciéndoles la verdad: yo sólo soy un mandado y doy lo que me dicen que tengo que dar". Entonces le dieron una fuerte paliza rompiéndole hasta la ropa que llevaba. Pasó por casa, y su madre al verlo arañado y andrajoso le preguntó: "Sixto hijo mío ¿Qué ha pasado?" Pero él le quitó importancia diciendo: "nada madre, que me caí al ir a recoger leña y me manqué".

Aunque soñaba con ser sacerdote imaginaba ya que su final podía estar cerca. En casa, en una foto que tenía de su promoción del seminario, trazó una pequeñita cruz junto a su rostro, y por detrás dejó su firma. Una de las palabras que dijo a su madre la última vez que estuvo en casa deja claro la espiritualidad de su alma: "madre, si a mí me ocurre algo, ustedes deben perdonar".

Encaminado a la Cruz alentado por un gran sacerdote

Su tío era el cura de San Jorge de Heres, pero los últimos días que pasó en casa parece que fue a confesarse con el cura de Perlora, Don Manuel Pintado, que ya entonces tenía fama de santo y que morirá mártir también, dejando un precioso diario escrito en su escondite. 

El día que Sixto debía dejar Luanco para dirigirse -movilizado- a su obligado destino Cangas de Onís -abril de 1937- su hermana le quiso acompañar hasta la estación de Candás para tomar el tren, pero él se lo prohibió por miedo a que le ocurriera algo volviendo sola al regreso: las cosas no estaban para arriesgarse... Antes de ir al tren, Sixto aún hizo una última visita a la Parroquia de Perlora donde pudo hablar, confesarse y pedir orientación espiritual a su celoso Párroco antes de partir a lo que él ya intuía como su Gólgota.

A D. Manuel ya le había amenazado, registrado e intentado detener varias veces, pero era tan buena persona que siempre algún alma noble salía en su defensa. Los milicianos, sin embargo, siempre le advertían de que si no era su final hoy podría ser mañana. Le regalaban insultos y blasfemias, pero él lo aguantaba todo con tal de poder continuar cuidando de las almas de sus fieles. Logró que durante un largo tiempo le permitieran mantener la Iglesia abierta y con culto, pero evitando tocar las campanas y suspendiendo las catequesis y cualquier acto que pudiera "molestar" o llamar la atención de forma "desmesurada" a los milicianos. Gracias a esto Sixto pudo encontrarse con él, mientras que el resto de sacerdotes del Concejo ya estaban escondidos o ya les habían cerrado los templos.

D. Manuel es arrestado en Coyanca, donde al final ya tuvo que esconderse, y es llevado hasta la Nozaleda entre insultos y golpes, luego le suben a un coche y le trasladan a un puente a Muros del Nalón donde le asesinan arrojando su cadáver a la desembocadura del río y esperando que el mar desapareciera su cuerpo. Milagrosamente el mar devolvió su cadáver a la orilla, donde lo encontraron y le dieron cristiana sepultura en Muros del Nalón. Terminada la guerra, feligreses de Perlora junto a su familia, fueron a ver al párroco de La Arena, D. José María García Aznar, el cual les remite a la Parroquia de Muros, y una vez identificado el cadáver de D. Manuel, pudo ser llevado a su parroquia de Perlora donde reposa actualmente.

Don Manuel además de un sacerdote piadoso, inteligente y buen predicador, era un magnífico catequista y pedagogo. Promocionó el catecismo a través de su hoja parroquial no sólo en Perlora, sino también en Carreño, en cuyo concejo se hacía una hoja arciprestal, dado su nombramiento como arcipreste. Sus escritos sobre la catequesis se recopilaron en una obra publicada después de su muerte bajo el título: "Compendio Catequístico o Breves Contestaciones al Cuestionario para exámenes de Catequistas", según se prescribe en el Motu Propio “Orbem Catholicum”. El actual párroco de San Salvador de Perlora, nos facilitó el retrato del sacerdote mártir cuyo recuerdo sigue muy vivo en el lugar.

Ventaniella: martirio con mártir y sin reliquias

Sixto, con el aliento que le había dado Don Manuel, llega a Cangas de Onís, incorporándose a las filas del ejército "rojo". Encontrándose en el puerto de Ventaniella (Ponga), lo asesinaron argumentando que planeaba pasarse a la zona nacional. 

Tenía una vocación tan arraigada que no imaginaba su vida de otra forma que en el ministerio ordenado. Llegó a comentar en casa que si le pasaba algo en el frente, pero sobrevivía, preferiría morir que seguir viviendo impedido o inútil. Esto lo decía, dado que según el Código de Derecho Canónico, se excluyen como candidatos a las Sagradas Ordenes a aquellos que sufran enfermedad física o psíquica que les impida desempeñar con normalidad el ministerio.

Ni ni quedará inútil ni sobrevivirá; irá directamente a reunirse con el Señor el día 26 de Mayo de 1937. Se encontraba en el Puerto de Ventaniella en un montículo, calentando en un pequeño fuego algo de chocolate para comer, y un grupo de milicianos le atacó por la espalda; lo semidesnudaron y empezaron a golpearlo mientras suplicaba clemencia invocando a Dios y rogando que le dejaran morir en paz... Lo mataron a machetazos. 

Vecinos de Ponga llegaron a comentar que los milicianos que mataron a Sixto, no conformes con haberle torturado y matado, una vez que expiró tomaron su cadáver, terminaron de trocearlo y lo arrojaron al río, según comentaron algunos "para alimentar a los peces", o quizá también para no dejar muchas pruebas del abominable crimen que habían cometido.

En los escritos de la Causa General archivada en Oviedo con el Nº 5.855.929 queda constancia del nombre de varios de los asesinos del pobre Sixto: uno fue apresado, otro huído y un tercero del que no se tuvo más noticias. La matanza de Sixto fue ordenada por un teniente del batallón rojo denominado ''Bárzana'', que era vecino de Sama de Langreo. Uno de sus verdugos apodado "el portugués" se hizo famoso en aquellos años por las carnicerías que llevó a cabo contra todo aquel que éste consideraba enemigos.

En un primer momento se justificó la muerte de Sixto argumentado que su plan era desertar y pasarse al bando nacional, cruzando a la provincia leonesa; sin embargo, en la causa definen a la víctima con los siguientes términos: ''soltero, de 21 años de edad, seminarista, domiciliado en Luanco y de ideología derechista''. Es decir, que no sabían realmente que Sixto quisiera huir, lo que sí sabían era que estudiaba para sacerdote, a lo que le añadiendo el adjetivo "derechista" ya les bastaba para poner fin a su vida.

La historia de Sixto termina así, sin ni siquiera poder recuperar sus restos; un tesoro para los cristianos. Ya en tiempos de las primeras persecuciones cristianas, los enemigos de la fe se percataron del amor de los fieles hacia las reliquias de sus Santos, y así el astuto enemigo para dificultar a los creyentes a honrar a las reliquias de sus héroes, pronto comenzaron a desaparecer sus restos una vez que fueron torturados y martirizados.

En el año 1940 en el Seminario de Valdediós, se organizó un acto de oración y recuerdo para los seminaristas mártires el día 1 de Abril de 1940 coincidiendo con el aniversario del fin de la guerra. Predicó la Eucaristía Don José Inclán, catedrático que había sido capellán castrense. Al descubrir la placa se entonó el ''Te Deum'' y el primer himno a los Seminaristas Mártires, compuesta la letra por Jesús Barranquero y música de Millet. Se conserva un discurso de aquel día que dice lo siguiente:

''La lápida que acaba de ser descubierta, responde a una doble finalidad: honrar a compañeros nuestros del Seminario, cuyos nombres aparecen en ella amparados por la cruz y aureolados con los emblemas del heroísmo y del martirio y perpetuar un recuerdo que debe ser despertador y acicate continuo de acciones generosas en nosotros que les sobrevivimos.

Honrar su memoria. Nada más justo. Nos acreditaríamos de ingratos y mal nacidos, no glorificaramos esculpiendo siquiera sus nombres con letras de oro en la perennidad del mármol, a los que tan alto han puesto el nombre del Seminario, rindiendo su vida en aras de los dos más grandes ideales y santos amores: Dios y la Patria. 

Perpetuar su recuerdo. Esto hace la Iglesia con sus héroes, para que las generaciones venideras aprendan de los pasados el camino del honor y reciban de ellos aliento para recorrerlo sin cobardía ni desmayos, y esto quiere el Seminario que se haga con los suyos, para que cunda de unos a otros el buen ejemplo y aparezca siempre coronado de prestigio, gloria y esplendor. 

Nobleza obliga. Nuestros héroes y mártires, sin duda que han recibido de Dios el premio a que se han hecho acreedores por su fidelidad y heroísmos; pero esto no nos dispensa a nosotros de tributarles también nuestros homenajes de admiración, fino agradecimiento, fervorosa devoción y será esa lápida, hoy puesta aquí y mañana donde estuviere el Seminario, la que hable por nosotros y digan a cuantos nos sucedan o visiten: el Seminario de Oviedo, ensalzando y perpetuando la memoria de sus alumnos caídos gloriosamente por su Dios y por su amada Patria esclarecidos héroes y seminaristas y sacerdotes con vocación a mártires a la Iglesia Santa de Dios''


Imagen ante la que Sixto tanto oraba en el Seminario de Valdediós

No hay comentarios:

Publicar un comentario