Hoy tendemos a visibilizar nuestra vida, nuestras convicciones, nuestras conductas, en la versión de la Transfiguración lucana que nos ayuda a poner el acento en ser transfigurados, ser vidriera a través de la cual pase la luz del amor de Dios. No somos solos nosotros protagonistas de nuestra vida y nuestra historia. Contamos siempre con el Señor.
Para poder aceptar el escándalo de la cruz es necesario pasar por la subida al monte de la contemplación. Subir para bajar. De la transfiguración a la desfiguración del calvario. La subida a la contemplación nos da la certeza de que con su gracia seremos capaces de digerir la cruz como camino hacia la resurrección.
No nos podemos quedar en el lamento estéril de quien se queja continuamente de los planes incomprensibles de Dios. Muchos se pasan la vida preguntado a Dios el porqué, sin recibir respuesta. Hay que preguntar al Señor el para qué y si nos responderá con el tiempo, aunque casi siempre se ha esperar.
Los que suben al Tabor entraran en el huerto de Getsemaní y se les pedirá permanecer en su Amor. Tienen que experimentarse en el monte alto que son amados de Dios, predilectos de su Corazón y sobre todo llamados a identificarse, como todos nosotros en el misterio de su pasión, muerte y resurrección qué celebramos en la eucaristía, misterio de fe.
La Iglesia siempre ha vivido la cuaresma como un camino hacia la Pascua. Estamos subiendo a Jerusalén con Jesús y sabemos que debemos identificarnos con el mismo amor que llevo a Jesús a la cruz, como expresión de su amor que ama hasta el extremo y que no se echa atrás ante los peligros y dificultades.
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