Páginas

jueves, 7 de marzo de 2019

Manuel, un noreñense llevado al matadero. Por Rodrigo Huerta Migoya

De Noreña de pura cepa

De los nueve seminaristas, sin duda, éste es el que con mayor facilidad podemos ubicar en el mapa, pues sus apellidos le delatan, y es que en la zona centro de Asturias apellidarse Olay y apellidarse Colunga lleva fácilmente a pensar que hablamos del entorno de Noreña.

Precisamente en este lugar nace Manuel el 25 de Junio de 1911 -en la Calle del Reloj- en una familia trabajadora, numerosa y hondamente católica. Por desgracia no podemos conocer la fecha de su bautismo, confirmación u otros detalles de su pasado, ya que el archivo parroquial fue destruido por completo perdiéndose para siempre tantísimas páginas de la historia de un lugar tan singular y de sus gentes. Pero sí conocemos muchos detalles familares de Manuel que nos ayudan a vislumbrar también el contexto social y religioso de entonces.

Sus padres se llamaban Francisco y su madre Angelina, ambos oriundos de Noreña. Fue el séptimo de doce hermanos, aunque algunos de ellos morirán de forma prematura. En su casa había dos actividades que llevaban la comida a la mesa; el transporte, ya que su padre tenía un carro, y el campo, el cual cultivaban todo el año de forma que la huerta les aseguraba el alimento particularmente en los meses en que el transporte escaseaba. Todos colaboraban para salir adelante.

Si en algo destacó esta familia fue por su caridad; era un hogar de humildes trabajadores que, sin embargo, se apretaban el cinturón para nunca dejar de ayudar a los que consideraban menos afortunados que ellos. Los padres de Manuel le inculcaron no sólo la fe que vive de la oración, sino esto se concreta en obras.

Se respiraba en aquella casa un gran amor a la Virgen y a los necesitados, por ello a diario se rezaba en familia el Santo Rosario y se hacía alguna pequeña obra de caridad, que no siempre tenía que ser darle dinero a un pobre; a veces visitar a un vecino que estaba solo, consolar a una familia en su duelo... Vivían poniendo en práctica las obras de misericordia. La casa de Francisco y Angelina eran de puertas siempre abiertas para todo el que necesitaba algo.

Los hermanos del Beato siempre consideraron que la caridad de Manuel la había "mamado" de su padre, el cual siempre decía que no se podía tirar comida ni despreciarla cuando había tantos que no tenían nada que llevarse a la boca. La generosidad se expresó en el pequeño noreñense primero aceptando una vocación de desprendimiento de y de sí en favor de los demás, y después completarlo con la entrega de su misma vida.

Siempre fue buen estudiante y manifestó desde muy pronto una gran sensibilidad hacia los temas religiosos. Sin duda, el ambiente de la Parroquia de Noreña siempre destacó por ser una comunidad de arraigada religiosidad popular, la cual gozó de una brillante Semana Santa y de unos solemnes cultos en torno a los grandes momentos del calendario litúrgico.

Con la familia, las monjas y la Parroquia

Otro valor que tiene Noreña es su situación geográfica, lo que siempre la convirtió en cruce de caminos. El Camino de Santiago tuvo aquí su parada obligada debido al hospital de peregrinos y dada la grandiosidad de su templo y el Santuario de Jesús Ecce Homo cuya fama traspasó nuestras fronteras.

Hay muchos debates sobre el Camino de Santiago en Asturias, pero no vamos a entrar a opinar por dónde iban o no las rutas, sencillamente nos limitamos a recordar que Noreña no era ajena al peregrino; llegara de donde llegara, aquí era siempre bien recibido.

Se sabe, por ejemplo, que a partir de los fondos del hospital de peregrinos se pudieron  mantener dos escuelas para los pequeños de la localidad y pueblos del entorno. Así se llega al siglo XIX, pero de una forma precaria, por lo que en tiempos del Obispo D. Juan de Llano Ponte, se funda una escuela que comenzó su andadura en 1796 con una dotación de 150 ducados anuales para el maestro.

Finalmente, en 1903 llega la primera Comunidad de religiosas a fundar en la localidad con una misión principalmente educativa. Estas fueron las siervas de María de Anglet, las cuales fueron recibidas en el municipio con los brazos abiertos, conscientes del mucho bien que haría su presencia. El mismo Ayuntamiento llegó acordar en pleno municipal subvencionar la labor de las religiosas para garantizar su permanencia en el lugar, asignando una dotación anual de 750 pesetas.

Fueron muy importantes estas religiosas también en la vocación de Manuel; las ''monjas francesas'', como llamarían años después en Noreña a esta Congregación fundada por el sacerdote diocesano de Bayona Louis-Édouard Cestac con la ayuda de Elise Cesta, considerada también fundadora y primera Madre general, también llamadas religiosas de "Notre Dame", habían fundado una Casa en San Sebastián en 1880 aunque la misión principal que realizaban en el País Vasco era la atención sanitaria y social a los pobres. Cuando ya llevaban veintitrés años en Donosti, la Casa marchaba a la perfección, tal que incluso empezaron a tener vocaciones de chicas españolas que profesaban en la Congregación, aceptaron entonces la invitación del Obispo de Oviedo -y Conde de Noreña- Monseñor Vigil, para venir a fundar a la villa condal. Manuel Olay aprendió con ellas no sólo las primeras letras, sino que se preparó para su Primera Comunión. Las religiosas permanecieron en Noreña hasta 1931 en que fueron expulsadas, dadas las nuevas normas de la República que prohibía a los religiosos formar parte de la enseñanza. Manuel, como todo el pueblo de Noreña sufrió mucho con aquella noticia; sin embargo, se les hizo una despedida prácticamente entre honores y reconocimiento para el buen hacer de las hermanas en las apenas las tres décadas que vivieron y trabajaron en el lugar.

Otro puntal de la vocación de Manuel fue la propia Parroquia; él y su hermano Joaquín fueron desde bien pequeños monaguillos, y su familia siempre recordó cómo venían con la llave de la puerta principal de la Iglesia que pesaba más que ellos teniendo madrugar al día siguiente para abrir el templo y prepararlo todo para la primera misa de las siete y media de la mañana.

Parece que cuando hizo su Primera Comunión tenía ya muy claro que quería ir al Seminario para ser un sacerdote como los curas de su pueblo, sin embargo, su padre consideraba que era aún muy pequeño y que aquella no era una decisión baladí sino que había que meditarla y sopesarla con más madurez. Finalmente, cuando cumplió los catorce años su padre lo consideró ya lo suficientemente maduro para ir al Seminario, y así ingresó en Valdediós en 1926.

¿Qué decir de Manuel?

Era alto y fuerte, de tez clara, alegre y piadoso. No le costaba la convivencia, pues en su familia era lo que siempre vivió. Tenía un gran amor a su familia y era feliz presumiendo de pueblo y parroquia.

Aunque la foto que nos ha llegado de él pueda parecer serio o huraño nada tenía que ver con la realidad, pues sus condiscípulos asentían globalmente que además de ser un compañero de lo más agradable, nunca faltaba la sonrisa en sus labios. Era todo corazón.

Otras características que nos han llegado de él era su voz, su elegancia, su habilidad para la declinación... Era una celebridad de las veladas que se celebraban en el Seminario en los días de fiesta. Por esta habilidad mantuvo una gran amistad con Gonzalo Zurro, el otro seminarista literato que también estuvo en más de una ocasión en su casa de Noreña, al igual que Ángel Cuartas.

Fue un seminarista feliz, pues en casa nunca le escucharon otra cosa del Seminario que buenas palabras. Recientemente, con motivo de la muerte del P. Jorge Gilbert leí en un artículo de L.N.E. donde Javier Gómez Cuesta expresó en pocas palabras lo que fue el Seminario de Valdediós, tal como lo describió el clero mayor que de allí salió: ''una formación excelente, una disciplina espartana, y una alimentación de dolor de tripas''. Pero ni la rectitud de la disciplina ni la mala alimentación fueron obstaculo en una vocación tan férrea como la de nuestro mártir.

Su forma de ser le hizo merecedor de muchísimos amigos, algo que se hacía palpable en las vacaciones cuando su casa y familia volvían a ganarse la fama de acogedores al recibir a todos los seminaristas y sacerdotes que se acercaban a ver a Manuel, el cual gozaba haciendo de guía cultural por su pueblín.

Era muy piadoso y muy mariano, y, especialmente, era un gran devoto de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen. Siempre se hacía cargo de limpiar, adornar con flores o cambiar los manteles de los altares que por el Seminario había dedicados a la Madre de Dios. Siempre tenía para ella una flor de su alma o una mirada de cariño. Incluso sus compañeros dieron testimonio de cómo ahorró con mucho esfuerzo todos los dineros que le iban "sobrando" de las becas para poder costear así y regalar a una imagen de la Madre de Dios un manto color azul, como homenaje al dogma inmaculista.


El Ecce Homo, la Villa Condal y las misiones

El amor a la Santísima Virgen y a la Eucaristía eran notables en él, como piadoso seminarista que era. Pero queremos traer a colación aquí otros tres grandes amores de Manuel como eran el Nazareno de su pueblo, Noreña y las misiones.

Como ya comentamos al hablar de Juanjo y de los motes que se empleaban en el Seminario para distinguirse al ser tantos seminaristas y todos con nombres católicos -no como ahora por desgracia- a Manuel se le conocía en el Seminario por ''Noreña'', pues sus condiscípulos recordaban que se sentía muy orgulloso de su Villa y que siempre salía en alguna conversación sus historias sobre el lugar.

De forma concreta se sentía muy honrado con que el Obispo de Oviedo -su Obispo- su padre y pastor, fuera además el Conde y Señor de su villa de Noreña. Consideraba que si todo seminarista debía amar al prelado y rezar por éste, más aún un noreñense por ese vínculo histórico tan fuerte en el que se abrazan los escudos del lugar con la sede episcopal ovetense. Y es que no era un título de poca monta, pues hablamos nada menos que de una distinción que los titulares de la sede de Oviedo ostentaron desde el siglo XIV, en concreto desde 1383.

Parece que originalmente, este título estaba ligado a la familia de los Álvarez de las Asturias, luego pasaría en 1335 al morir D. Rodrigo Álvarez sin descendencia, al descendiente bastardo del rey Alfonso IX que tuvo con Leonor de Guzmán el infante Don Enrique. Sin querer, el título condal de Noreña se convirtió en una especie de compensación real a los bastardos, pues una vez que Don Enrique ocupó el trono de Castilla, éste le concedió el título a uno de sus hijos bastardos llamado Alfonso Enríquez. Don Alfonso no llegó a reinar; es más, muerto su padre Enrique II, asciende al trono su hermano Juan que desde entonces sería Juan I de Castilla, su mayor enemigo. El Conde de Noreña Don Alfonso Enríques, traicionó a su rey y hermano aliándose con el rey de Portugal en contra de los intereses de su Patria en busca de los personales, por lo que le fueron retirados todos sus títulos nobiliarios en 1382. Al año siguiente, en 1383, el rey Juan I acordó en las Cortes de Segovia entregar el título y jurisdicción condal de Noreña al episcopado de Oviedo, siendo en aquel momento Don Gutierre de Toledo el Obispo y primer Conde de Noreña. El título se conservó hasta el año 1951 -es decir que hubo 66 obispos de Oviedo que fueron Condes de Noreña- que en dicho año la Iglesia renunció al título pasando de nuevo a manos de la familia de los Álvarez de las Asturias.

Esta historia se la sabía a pies juntillas Manuel, aunque cuando él murió nunca habría imaginado que los obispos dejarían de ser los señores de su pueblo. Aún hoy, no son pocos en esta localidad los que manifiestan su pena por haberse perdido una tradición de tantos siglos. Por un lado reconocen que que entienden el gesto de la Iglesia de renunciar a un título ostentóreo, pero por otro lado lamentan el lado distinguido de aquel título, el cual propiciaba que el obispo fuese con mucha frecuencia al pueblo, y el vínculo tan estrecho que se generaba con dicha parroquia; un sentimiento de correspondencia eclesial entre la mitra y los católicos de la localidad.

Esto se ejemplifica en el pontificado de Monseñor Martínez Vigil, un obispo que pensando que su vida sería ser misionero dominico en algún país lejano, terminó siendo el prelado de su Asturias natal. Noreña no le era desconocida a Fray Ramón, pues su pueblo natal de Tiñana (Siero) está a escasos 7 km de la villa zapatera. Cuando en 1901 se incendió la Capilla del Ecce Homo destruyéndose el retablo y las tallas, el prelado sintiéndose obligado por tratarse de Noreña, además de por haber crecido bebiendo de esta devoción, presta su ayuda costeando de su propio bolsillo la nueva imagen del Nazareno, la cual fue tallada por un autor valenciano y que tristemente fue destruida en 1936.

Nuestro protagonista era un hombre muy misional, le apasionaba la idea de llevar a Dios a tierras lejanas como los apóstoles y tantísimos Santos y anónimos evangelizadores. Por esta pasión suya pronto contaron con él para el equipo de la Academia pro misional del Seminario llamada San Pablo, donde llegó a ocupar el cargo de secretario.

Hablaba muy bien, no tanto por su oratoria sino por la facilidad con que disertaba paralelismos bíblicos o reflexiones de actualidad, a la luz de la Palabra de Dios. Hubiera sido un gran predicador. Muy recordado por sus coetáneos en el Seminario, fue su disertación sobre el pasaje de la Samaritana -en clave misionera- la que dejó boquiabiertos a sus hermanos.

Seguro que desde el cielo Manuel se alegrará mucho de que su Parroquia de Noreña se haya hecho famosa en las últimas décadas por su compromiso misionero, iniciado en los tiempos en que el entonces sacerdote Don Ramón Canto Quirós, quién asumió la atención pastoral de la feligresía en 1998 a la muerte de D. Julio Campillo, y continuada por el actual párroco D. Pedro Tardón, el cual ejerce su ministerio en dicha localidad desde 2000 siendo también el Delegado Episcopal de Misiones de la Diócesis. En fin, una Parroquia misionera, con un Beato amigo de las misiones.

Un seminarista feliz

Nunca renegó del Señor. Sufrió mucho cuando con la república el miedo provocó toda una desbandada de seminaristas; sin embargo, el nunca se planteó ni dejarlo ni esperar por tiempos mejores. Es más, le dolió mucho que todo un sacerdote le comentara que venían tiempos malos para seguir con ganas de ser sacerdote, a lo que él con todo el ardor vocacional que llevaba dentro, le respondió que era lo que había que hacer en estos tiempos. Y esa es la gran verdad, cuando más ovejas perdidas hay es cuando más sacerdotes se necesitan para entregarse a esta causa.

Admiraba con toda su alma a los seminaristas martirizados en 1934. Él estaba en Oviedo cuando asaltaron e incendiaron en el Seminario, más se salvó gracias a un primo que regentaba un bar en la capital del Principado y que estaba muy metido en grupos de extrema izquierda. Manuel lo pasó muy mal, e incluso envidiaba la valentía de sus amigos, a los que oraba con frecuencia e incluso ofrecía la santa misa cada día 7 de mes. Cuando los acontecimientos de Octubre de 1934 pasaron y pudo regresar sano y salvo a casa, comentó su clara opinión sobre sus compañeros muertos: ''esos si que tienen que estar en los altares''.

Estalla la guerra y Manuel se encuentra en casa con un compañero recién ordenado sacerdote. El neo-presbítero era D. Máximino Prieto Martínez, zamorano de Matilla de Arzón, localidad entonces perteneciente a la Vicaría de San Millán del Obispado de Oviedo. Era huérfano de padre y madre, pero un sacerdote oriundo de su pueblo le apadrinó para que pudiera cursar los estudios. Recibió la ordenación sacerdotal el 6 de Junio de 1936 de manos de Monseñor Echeguren y Aldama en la iglesia del Seminario de Valdediós.

Sobre la estancia de D. Maximino -al que también le gustaba que le llamaran Máximo- en Noreña, unos apuntaban que esperaba a que se calmara el ambiente para poder trasladarse con Olay y otros compañeros a cantar misa en su pueblo natal. Otros, sin embargo, señalan que no pensaba ir a su pueblo sino que en realidad estaba esperando recibir destino. Ya habría celebrado su primeras misa solemne en la Felguera -hoy en San Pedro y entonces Santa Eulalia de Turiellos-  el día 18 de Julio, ya que en dicha parroquia ejercía de párroco su padrino de ordenación y estudios, su paisano D. Manuel Gutierrez. Parece que descartó la idea de ir a su pueblo ya que en él únicamente le quedaba familia en el cementerio.

A partir del 18 de Julio empezaron a hacer registros por las casas; al principio Maximino y Manuel saltaban por la ventana a la huerta a esconderse, pero con el inicio de "la Checa" el ambiente en la localidad se volvió asfixiante y todo el mundo preguntaba por ''los curitas jóvenes'', a los que de nada les servía esconderse, pues sabían que estaban en casa aunque la familia dejó correr la voz de que estaban en Oviedo. La familia hizo un escondite para ellos dos en un agujero, pero tras casi un año de mantenerse a salvo, el día 17 de Junio de 1937 entraron directamente a apresarlos en el escondite demostrándose que en todo momento tuvieron conocimiento de que estaban allí.

El día que los sacaron arrestados de Noreña, tiraron voladores para celebrar que habían apresados a "dos sotanas" -como años después relataría D. Belarmino García de la Roza, el recordado Capellán del Asilo de la Pola y gran figura del belenismo asturiano-.

Fueron conducidos a la Iglesiona de Gijón donde tras dos semanas de prisión fueron destinados a trabajos forzados de trincheras, movimientos de tierras y fortificaciones en las proximidades de Oviedo. Primero estuvieron en Limanes y después en San Esteban de las Cruces.

Asesinado por la espalda

En su cautiverio en San Esteban, les permitían, aunque por un tiempo casi ridículo, que sus familias se acercaran a verlos; en el caso de Manuel, los suyos hacían también de familia para el pobre Maximino, que nadie tenía siquiera para echarle en falta.

El recién estrenado sacerdocio de uno, y el subdiaconado de otro, florecieron en aquel verano a través del silencio; el hambre, los golpes, los insultos, la falta de aseo e higiene, la ropa ajada y sucia les configuraron con el calvario de Cristo.

El encuentro la familia era muy duro y casi inhumano; ni él podía decirles nada, ni ellos a él, pues hasta en las visitas eran vigilados, y éstas debían de ser en el mínimo rato de descanso, tras la comida o al final de la jornada. A la familia sólo con verle se le partía el alma...

Siempre le llevaban algo de ropa o comida, pero sus infames verdugos nunca se lo daban sino que se lo quedaban. Su hermana Nieves informó de cómo el día 22 de Septiembre al no verle en la fila de prisioneros y ver el rostro de tristeza de Maximino se pusieron ya en lo peor. La familia fue a pedir explicaciones por la ausencia de Manuel a ''Comandancia'' donde les dijeron que se había fugado por la noche y se había pasado al bando enemigo. Ellos, sin embargo, se fueron a casa convencidos de que le habían aniquilado. La familia volvió a los dos días con dos motivos; por un lado para ver si tenían nuevas noticias del paradero de Manuel, y por otro, para visitar de nuevo a Maximino, que ya era lo único que les quedaba. Volvió a ocurrir lo mismo, el jovencísimo sacerdote ya no estaba en la fila de reclusos. Luego supieron que Maximino junto a otros cinco, fueron llevados a un arenero próximo donde los mataron a palos, y donde desde bien lejos se oían los gritos de ''Viva Cristo Rey'' mientras aquellas indolentes hienas acababan con sus vidas. Al mes siguiente, la familia afirmó buscar por todas partes los cuerpos tras la liberación de Asturias, pero nunca aparecieron.

En todo ese tiempo la familia fue acosada y hostigada, acusándoles de ser una familia de derechas, por el mero hecho de que Francisco y los suyos tenían fama de ser muy religiosos. Muchos miembros de esta familia fueron arrestados en más de una ocasión, a veces en pocas horas, llegando a estar en ocasiones hasta cinco miembros de la familia bajo arresto.

A Manuel lo mataron por la espalda cuando se disponía a cumplir la orden que le habían dado de ir a buscar unos ladrillos en la zona de Villafría (Oviedo), no muy lejos del lugar de los acontecimientos de 1934 junto a la entonces estación del Vasco. El tiro fue a bocajarro en plena cabeza. Entregó su alma a Dios a sus 26 años de edad.

La grandeza de su familia la pone de manifiesto su hermana cuando al dar testimonio sobre la tragedia de su hermano y su amigo afirmó: "Después de algún tiempo reaccioné y pensé que Dios les había querido mucho, ya que formaban parte de la legión de los mártires, que habían sufrido dicho martirio sólo por ser sacerdotes de Dios, y llegué a sentirme muy orgullosa de tener dos hermanos mártires que habían dado su vida por Dios"

Las listas nunca son completas, ni las fosas son siempre de un color, pero por desgracia siempre hay olvidos. El olvido del hombre que tropieza siempre en la misma piedra. La historia de Manuel, de Maximino, de todos los mártires de Asturias del siglo XX son una historia que debemos rescatar de las desmemorias, de las históricas memorias manipuladas y de los silencios cómplices. Manuel sabía muy bien cuál era el agua de la que no se vuelve a tener sed, el agua viva, el torrente que salta hasta la vida eterna y que brotó del costado de Cristo en el Viernes Santo.

Noreña ya no es famosa por sus zapaterías, sino por sus carnes, su matadero, su artesanía chacinera... hermosa comparación de un noreñense que hizo suyo el canto de Isaías y que perfectamente encaja como descripción de ese siervo sufriente que se prefigura en Jesús Nazareno, Ecce Homo de Noreña. Así dice el profeta: ''Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca; como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron, ¿quién meditó en su destino? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron. Le dieron sepultura con los malvados, y una tumba con los malhechores, aunque no había cometido crímenes ni hubo engaño en su boca 
(Is 53)''


No hay comentarios:

Publicar un comentario