Nueve seminaristas asturianos serán beatificados en la Catedral el 9 de marzo | El más joven tenía 18 años y el mayor, 25. La Iglesia acaba de declararlos «mártires asesinados por odio a la fe» entre 1934 y 1937
«La gloria de los mártires permanece, mientras que los regímenes de persecución pasan». La frase fue pronunciada el pasado mes de noviembre en Barcelona por Angelo Becciu, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, el mismo cardenal que el 9 de marzo presidirá la ceremonia de beatificación de nueve seminaristas asturianos en la Catedral de Oviedo. Un acto cargado de solemnidad que dará comienzo a las 11 de la mañana y que pondrá el punto final a un proceso que comenzó hace ya veintinueve años.
Fue en 1990 cuando el entonces arzobispo de Oviedo, Gabino Díaz Merchán, encargó al sacerdote Ándrés Pérez -en aquella época, recién licenciado en Derecho Canónico en Roma y hoy párroco de Tapia de Casariego- que estudiase los casos de una veintena de asturianos fallecidos durante la guerra civil para su declaración de mártires de la Iglesia católica. Una encomienda extremadamente compleja en la que, tras recabar decenas de testimonios de testigos y «tras descartar a aquellos héroes que murieron con un fusil entre las manos», se abrió finalmente la causa de beatificación de nueve chavales que estudiaban en el antiguo Seminario de Oviedo -entonces, de Santo Domingo- y que, según la Iglesia, fueron «asesinados por odio a la fe» (odium fidei) entre 1934 y 1937.
«Estos procesos son largos porque deben recogerse todas las pruebas documentales y testificales que permitan arrojar luz sobre cada caso», cuenta el postulador de la causa, que precisa que «es necesario demostrar tres cosas. La primera, que fueron asesinados por el odio a la fe. La segunda, que aceptaron su muerte. Y, finalmente, que perdonaban a quienes los mataban, bien de forma explícita o implícita».
Todas las pruebas se reúnen en la fase diocesana del proceso y, una vez recogidas y concluido ese periodo, se envían las actas a la Congregación de las Causas de los Santos de la Santa Sede, donde se estudian pormenorizadamente, antes de que el Papa pueda emitir un juicio.
Fue el pasado 7 de noviembre cuando la Congregación hizo pública la aprobación por parte del Pontífice de los 'Decretos de Martirio de los Siervos de Dios' Ángel Cuartas Cristóbal y ocho compañeros de aulas del Seminario de Oviedo. «El mayor tenía 25 años cuando fue asesinado. El más joven, 18».
El subdiácono lastrino Cuartas y otros cinco estudiantes (César Gonzalo Zurro Fanjul, Jesús Prieto López, José María Fernández Martínez, Juan José Castañón Fernández y Mariano Suárez Fernández) «fueron asesinados entre el 6 y el 7 de octubre de 1934», relata el sacerdote Andrés Pérez, «y no murieron blasfemando ni insultando a sus asesinos, sino gritando 'Viva Cristo Rey' y 'Viva España católica'».
«Todo empezó mientras estaban en clase. Sabían que los mineros habían venido de las Cuencas y, de repente, empezaron a escuchar tiros. Cuando dejaron de oírse, varios decidieron escapar como pudieron y un grupo se refugió en un sótano lleno de humedad, sin agua ni comida», cuenta el postulador de la causa. «Esa noche, hablaron de qué harían si morían como mártires. El que quiso se confesó y uno de ellos dijo que no podían seguir allí siempre, así que salió. Y, de pronto, escuchó que alguien le soltaba: 'Ya caíste, pájaro. ¿Dónde están los demás?'. Cuando los llevaban por la calle Padre Suárez, la gente chillaba: 'Matailos, matailos'. Y, al llegar a la estación de El Carbonero, ya les ordenaron que se pusieran contra la pared. Primero mataron a tres. A Gonzalo, Ángel y Mariano. Otro compañero se salvó diciendo que no era cura. Y, después, cayeron Jesús, José María y Juan José, el más joven».
La sangre volvió a correr el 4 de septiembre de 1936. Ese día, Luis Prado García, natural de San Martín de Laspra y que al estallar la contienda decidió esconderse en Avilés, fue descubierto para ser trasladado «primero a la cárcel de Salinas y, más tarde, a Gijón. Y, allí, en la playa de San Lorenzo, le conminaron a levantar el puño y a dar vivas a la República, pero él se negó. Le metieron once tiros, algo que sabemos por un médico de los milicianos que certificó su muerte. Tenía 21 años».
Solo cuatro más, 25, tenía Manuel Olay Colunga, nacido Noreña y a quien «se llevaron a fortificar San Esteban de las Cruces para después ejecutarlo también con varios disparos en Villafría (Oviedo) el 22 de septiembre. Su cuerpo aún no ha aparecido».
Y 21 tenía Sixto Alonso Hevia, el mayor de once hermanos. «A él y a su padre les metieron en la cárcel y después fue enviado a la zona de Ponga. Ya se la tenían jurada y le hacían la vida imposible. Hasta que un día, mientras se estaba haciendo un chocolate para desayunar, le acuchillaron hasta matarlo». Pero, como explica Andrés Pérez, «no se trata de hablar de los asesinos ni de política. Está claro que ambos bandos hicieron barrabasadas y que ellos tienen a Las 13 Rosas o a Aida Lafuente. Aquí se trata de que murieron por su fe».
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