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sábado, 23 de febrero de 2019

Los Seminaristas Mártires. Por Andrés Pérez Díaz

(Blog Andrés Pérez Díaz)

Queridos hermanos:

- El sábado 9 de marzo, en la Catedral de Oviedo, van a ser beatificados 9 seminaristas, que murieron mártires entre 1934 y 1937, en la Revolución del 34 y en la Guerra Civil Española.

Quisiera en esta homilía contaros algunas cosas de estos seminaristas.

Seis murieron en la Revolución de 1934. Fueron Jesús Prieto López con 22 años. Ángel Cuartas Cristóbal, de Lastres y con 24 años. Mariano Suárez Fernández, de El Entrego y con 23 años. César Gonzalo Zurro Fanjul, de Avilés y con 21 años. José María Fernández Martínez, de Pola de Lena y con 19 años. Juan José Castañón Fernández, de Moreda y con 18 años.

Tres murieron durante la Guerra Civil: Luis Prado García, de san Martín de Laspra; murió el 4 de septiembre de 1936 y con 21 años. Manuel Olay Colunga, de Noreña; murió con 25 años el 22 de septiembre de 1936. Sixto Alonso Hevia, de Luanco; murió el 27 de mayo de 1937 con 21 años.

- Apenas había comenzado el curso, se iniciaron revueltas en las cuencas de Mieres, Langreo... Exactamente, en la madrugada del día cinco. Toda esta fecha transcurrió en el Seminario sin otra novedad que la inquietud y zozobra producidas por las noticias que iban llegando, de cuanto sucedía.

Durante la noche, se oía el tiroteo y éste se fue intensifi­cando en la mañana del sábado, día seis. A medida que las horas pasaban, la intranquilidad iba apoderándose de los seminaristas los cuales, con la consiguiente cautela iban observando el curso de los acontecimientos, especialmente el proceso del combate que se libraba hacia San Lázaro, entre los que venían en dirección a la ciudad y la fuerza pública que trataba de contenerlos. Al fin, cesó el tiroteo a poco más de las dos de la tarde, tomándose este fenómeno como indicio del final de la lucha. Enseguida atacaron al Seminario por todas partes, principalmente por el lado de la plaza de Santo Domingo.

Precipitadamente, como se pueda, hay que abandonar el Seminario; provéense los que hallan medios para ello de traje de seglar y se lanzan hacia el campo por las ventanas y galerías sobre el prado que se halla al lado atrás del edificio. De allí, en distintas direcciones. El grupo más numero­so se introduce primeramente en un casa desalquilada y este grupo, junto con algunos más que recogerán los revoltosos en puntos muy variados, serán hechos prisioneros y conducidos a Mieres hasta el momento de ser liberados por las fuerzas del Gobierno que entrarán en Mieres poco después de mediodía del viernes, día 19.

Hubo varios que, al salir del Seminario, atravesaron la carretera del Monte de Santo Domingo y lograron refugiarse en uno de los sótanos de las casas adyacentes al lado Sur de la misma carretera. Techo bajo, humedad en el suelo, frío en el ambiente.

Nos hallamos al atardecer del mencionado día seis. Los que allí estaban, eran los siguientes: Angel Cuar­tas Cristóbal, de quinto año de Sagrada Teología; Mariano Suárez, de cuarto; Jesús Prieto, de tercero; Gonzalo Zurro Fanjul, de segundo; José María Fernández Martínez, de primero; Juan Casta­ñón, de tercero de Filosofía. Estos eran los que habían de sufrir la muerte y es curioso notar cómo cada uno de ellos pertenecía a un curso diferente y todos los cursos tenían su representación. Además de los citados, se hallaban allí el P. Esteban Sánchez, O.P. y otros dos seminaristas Juan Alonso Pérez, de primero de Teología y José González García, de tercero de Filoso­fía.

Allí pasaron toda la noche del seis al siete y la mañana del día siete. Es admirable leer el relato del sobreviviente José González y los diálogos que sostenían, fiel reflejo de su dispo­si­ción de ánimo. Tuvieron, naturalmente, sus tiempos de silencio; pero aparte de eso, rezaron el Santo Rosario más de una vez, recibie­ron bendiciones del P. Dominico y el que lo estimó conve­niente se confesó con él, hicieron una oferta común de ir todos a Cova­donga si salían ilesos y otras ofertas particulares. Hasta llegan a tratar sobre sí, en caso de que los fusilasen, merecerían el glorioso título de mártires... Proponen dar un ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva España Católica!, en caso de fusila­miento.

Entre doce de la mañana y una de la tarde, después de haber pasado veinticuatro horas sin comer ni beber, pareciéndoles que no había gente por los alrededores, se dispuso a salir uno de ellos, Gonzalo Zurro. Saltó una tapia, atravesó una callejuela y un patio y al salir a la calle fue descubierto: "Ya caíste, pájaro". Dijéronle que no les pasaría nada; y, dando orden a los demás de que salieran, fiados en que nada les harían sino presentarlos al Comité, salie­ron todos, a excepción del P. Dominico y el seminarista Juan Alonso.

Los otros siete, con toda diligencia custodiados, subieron por la travesía del Monte de Santo Domingo hasta dar vuelta a la esquina, en dirección hacia San Lázaro. La gente que por allí se había congregado no cesaba de gritar, insultándolos y apostrofán­dolos. Doblada la esquina, habían andado unos pasos por la carre­tera, camino de San Lázaro, cuando les ordenaron hacer alto junto a un portón. Pasaron muy breves minutos y entonces uno de los que allí mandaban se puso en frente de Zurro, a unos cinco metros a lo sumo. Zurro, al ver que la actitud que adoptaba era de dispa­rar, gritó: "¡Viva Cristo Rey! ¡Viva España Católica!" Comienzan los disparos. Caen mortalmente heridos los tres primeros: Gonzalo Zurro, Ángel Cuartas y Mariano Suárez. Caídos los tres, el asesi­no disparó sobre el cuarto, José González García, los tres últi­mos cartuchos del cargador, errando los tres. Entonces otro revolucionario hizo sobre el mismo José por la espalda un disparo de pistola, hiriéndole en el muslo de poca gravedad y cayó éste junto a los compañeros. Los asesinos siguieron disparando, hasta que cayeron los otros tres seminaristas: Jesús Prieto, José María Fernández y Juan Castañón. Finalmente, fueron rematando a tiros y golpes a los que aún tenían algo de vida.

Hubo, sin embargo, una excepción: José González. Al intentar disparar nuevamente contra él, salió al paso una mujer diciendo: "Este no es de los curas", [pues no le veía corona]. Le interro­garon y contestó que, en efecto, no era cura sino estudiante. Uno de los que allí estaban que parecía tener algo de mando, dio orden de llevarlo a Mieres como prisionero...

Los seis seminaristas fueron más tarde traslada­dos al cementerio y enterrados en montón con otros cadáveres. El día 28 siguiente, a las tres semanas del fusilamiento, también domingo, obtenido el correspondiente permiso de la Autoridad Militar, fueron desenterrados por la Cruz Roja, convenientemente identificados y sepultados de nuevo.

- Manuel Olay Colunga estuvo oculto durante la Guerra Civil hasta que el 18 de Junio de 1937 fue descubierto y detenido. Estuvo preso en la ‘Iglesiona’ de Gijón cinco días, des­pués de los cuales fue destinado a fortificar en San Esteban de las Cruces, junto a Oviedo. Su hermana Faustina contó: “Según dijeron los compañeros, a Manuel lo mandaron ir por un ladrillo y le tiraron un tiro por detrás y lo mataron. A Manuel lo persiguieron porque estaba en el Seminario, porque iba para sacerdote”.

Sixto Alonso Hevia estaba pasando las vacaciones de verano en su casa, cuando estalla la guerra. A él, junto con su padre, los encierran en la iglesia, que hacía de cárcel. Motivo: ser católico el padre, y ser seminarista el hijo. En plena guerra fue llamada su quinta al frente. Fue llevado a la parte de Cangas de Onís, aunque estuvo poco tiempo. En seguida murió: El día 27 de Mayo de 1937, estando en el puerto de Ventanie­lles, concejo de Ponga, cuando se hallaba haciendo un poco de chocolate en un montículo, le sorprendieron unos desalmados, le desnudaron de medio cuerpo arriba y le apuñalaron, mientras clamaba a Dios y les suplicaba le dejasen morir.

Covadonga nos narra este precioso detalle de su hermano Sixto: “También una cosa que me tiene dicho mucho mi madre, después de que pasó todo, es que mi hermano Sixto les decía: ‘-Si a mí me pasa algo. Vds. tienen que perdonar’. Mi padre le contestaba que si alguna vez le pasaba algo que nunca les perdonaría. Mi hermano decía que sí porque a él que no le importaba”.

Luis Prado García estaba escondido desde el inicio de la Guerra Civil, pero fue descubierto y fue llevado a Salinas. Una noche lo sacaron y lo llevaron a Gijón para matarlo. Un médico que certificaba el fallecimiento de los fusilados había recogido sus pertenencias personales y dio detalles de su muerte. Por ejemplo, de Luis decía que tenía 11 tiros y decía dónde: en el vientre, en una mano, en la cabeza. Le mandaron levantar la mano y decir algo, y Luis dijo: “-¡Viva Cristo!” Y en la mano le pegaron un tiro. Le volvieron a decir: “-Levanta la mano y di: ¡Viva la República!” Volvió a levantar la mano y dijo: “-¡Viva Cristo!” Y entonces le pegaron cinco tiros en el vientre. Y todavía dijo: “-¡Viva Cristo!”, con las balas en el vientre y luego le dieron un tiro en la cabeza.

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