(De profesión cura) El señor Mariano, aunque jamás lo reconocerá, hace tiempo que dejó de ser católico. Es verdad que de niño aprendió el catecismo y hasta se planteó una posible vocación sacerdotal. Fue un hombre piadoso, de misa dominical, confesión alguna vez y sus rezos de siempre. Es decir, que era un hombre católico. Pecador, sí, pero católico.
Mariano es del grupo de Rafaela. Del pueblo, de formación pareja y costumbres similares. Rafaela permaneció en el pueblo aferrada a lo que le enseñó la señorita Juliana, maestra y catequista. Entre otras cosas, y bien lo tiene ella aprendido,amar, escuchar, obedecer y fiarse de la santa madre Iglesia. Por eso Rafaela nunca ha tenido especiales problemas de fe y ha sido capaz de sobrevivir a los don Jesús de turno. Tuvo su Astete y su Ripalda y ahora dice que le basta con el compendio del catecismo para no equivocarse.
Mariano se fue a Madrid, siguió con su costumbre de misa dominical y hasta alguna vez se acercó a las reuniones de la parroquia. Ahí es donde el señor Mariano encontró una luz maravillosa en forma de “Mariano tú vales mucho”, y en consecuencia nadie tiene que decirte qué has de creer o cómo debes conducirte. Ahí tienes la Biblia, que es lo único que vale. Lo demás son cuestiones meramente humanas que, si te sirven bien, y si no, nada de nada. ¿O acaso te piensas que a Dios le importan mucho nuestras cosas y nuestras discusiones?
Mariano aprendió que en la Iglesia católica hay dos tipos de gente. Por un lado, un resto, aún abundante, de gente incapaz de evolucionar personalmente, asustadiza ante la posibilidad de tomar sus propias decisiones y horrorizada aún ante eso tan antiguo, incomprensible y falso de toda falsedad como es el infierno. Gente que obedece a los curas y se cree todo lo que dicen los obispos y el papa, equivocados de punta a punta, excepto el papa Francisco. Así que el bueno de Mariano desprecia la tradición, el magisterio, el catecismo, cosas humanas que dice él, para quedarse con algo tan fundamental como el evangelio y lo importante es amarse, que para saber eso tampoco hace falta leerse no digo los cuatro evangelios, ni siquiera uno. Se sabe. Mariano pertenece al grupo de los otros, los iluminados, los de hoy.
Mariano, que se refiere a la tradición y al magisterio como meros productos humanos, ha dejado, evidentemente, de ser católico. Ya no es ni siquiera evangélico, porque los evangélicos medio serios al menos estudian la Biblia. Él está por encima de todo eso. Sabe, conoce, discierne desde su realidad sin problema ninguno y ni por asomo se plantea la posibilidad de equivocarse en algo. Mariano no es católico, ni evangélico ni nada. Simplemente es infalible.
La Iglesia hoy está llena de marianos que no leen la Escritura, desprecian la tradición y pasan ampliamente del magisterio. Marianos que no tienen más criterio, mejor fundamento y apoyo vital que ellos mismos, sin capacidad de la más mínima duda, sin necesidad de contrastar o revisar sus postulados.
El cardenal Müller ayer, con su manifiesto, ha sido una bendición de Dios para las rafaelas de este mundo. Los marianos, abundantísimos, han recibido el manifiesto desde el desprecio y la burla. Normal. ¿Qué le puede enseñar a Mariano Gerhard Ludwig Müller por muy cardenal que sea, doctor en teología, catedrático y durante cinco años prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe? Nada. Lo que dice son bobadas, que lo sabe Mariano.
Pues esta es la realidad de nuestra Iglesia a día de hoy. Una Iglesia de marianos autodidactas que se sostiene por las rafaelas que siguen fieles a lo de la señorita Juliana, aportan sus céntimos y encima, a veces, tienen que aguantar desprecios. Bienaventuradas ellas.
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