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martes, 19 de febrero de 2019

El padre Nieto: El alma bella de un santo feo. Por Pedro Miguel Lamet

Hay hombres y mujeres cuya santidad viene envuelta en unas cualidades de lujo, tanto físicas como intelectuales o psicológicas. Y otras personas en donde las virtudes quizás brillen más porque las cualidades humanas echan para atrás. Este el caso de Manuel García Nieto, SJ, cuyas virtudes heroicas acaban de ser aprobadas por el papa Francisco en nuevo paso en su camino hacia los altares.

Del padre Nieto cuentan que era tan horrorosamente feo -rostro deforme, andar renqueante, voz ronca- que a la hora de ser candidato para el sacerdocio sus superiores se plantearon si admitirlo o no, pues del Derecho Canónico aconseja que no se ordenen a los muy feos por el rechazo que esto puede suponer en los fieles. Nieto se limitó a presentar a su hermano que era más feo que él y fue admitido.

Pronto se vería la belleza espiritual cautivadora de aquel muchacho débil de salud que había nacido en un pueblecito de Salamanca llamado Macotera el 5 de abril de 1894 y que desde muy niño le gustaba jugar a decir misa. A los catorce años ingresó en el seminario salmantino y trabajó seis años como sacerdote diocesano, los dos primeros con el cargo de coadjutor en Cantalapiedra, y los otros cuatro como teniente cura en la parroquia de Santa María de Sando y su anejo El Valejo. Desde el principio fue un modelo de sacerdote, "tras las huellas del Cura de Ars", como dice su biógrafo Benigno Hernández. Por ejemplo fomentaba mucho las vocaciones entre los jóvenes de su parroquia.

En 1926 decide hacerse jesuita e ingresa en el noviciado de Carrión de la Condes, para estudiar sucesivamente en Salamanca y Oña (Burgos) donde se dedicó a repasar teología. A partir de ese momento Manuel ocupará el único y gran destino de su vida: director espiritual del seminario de Comillas, tanto con los seminaristas más jóvenes como de los mayores, a los que impartió también clases de Teología Pastoral y Teología Ascética y Mística.

Estaba dirigiendo una tanda de ejercicios espirituales a un grupo de sacerdotes cuando estalló la guerra civil. En comunidad durante el mes de agosto de 1936 fue detenido con sus compañeros y conducido por un piquete milicianos a Santander. Pronto se dedicó a trabajar clandestinamente con seminaristas dispersos, arriesgando su vida, pues en aquel tiempo fueron asesinados 25 de los detenidos en Comillas. Al año siguiente, gracias a un salvoconducto, se refugió en Vizcaya, hasta que ocupada Comillas por las tropas de Franco, vuelve a ejercer su cargo de director espiritual de filósofos y teólogos.

Muy duro consigo mismo, pues dormía poco y comía menos, era sin embargo muy cautivador para los alumnos del seminario, del que en los años cincuenta saldría una buena cosecha de insignes sacerdotes, muchos de ellos obispos. Tenía especial debilidad por atender a los pobres. En los años de escasez de la posguerra su cuarto parecía una tienda de ultramarinos, donde se acumulaban ropas y víveres para los necesitados.

Su fuerza estaba sobre todo en su profunda y continua vida de oración, su amor a la Eucaristía y en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio que impartía sobre todo a sacerdotes durante los veranos. "Por nada del mundo cambiaría media hora de Sagrario", decía. "Un acto de amor de Dios vale más que la creación entera", o "hay que reventarse por Cristo". Sufrió cuando la Universidad Comillas fue trasladada a Madrid y sus métodos, en la vorágine del posconcilio, fueron cuestionados. A partir de 1968 permaneció en Comillas hasta su muerte el 13 de abril de 1974. Un buen perfil traza de él el arzobispo Gabino Díaz-Merchán: "En su vida la mortificación ocupaba un puesto muy importante, pero no estaba separada del amor. Por eso era al mismo tiempo atrayente. Inculcaba la necesidad de la penitencia, sin embargo en la dirección espiritual era muy indulgente". Y José María Cirarda: "Siempre admiré en él la austeridad penitencial, y una humanísima comprensión para todos, animada por una caridad exquisita".

El escritor José Luis Castillo-Puche le dedicó muchas páginas en su novela Sin camino (Buenos Aires 1956) sobre esta última etapa. También aparece en la novela La vida a una carta (Barcelona 1986) Murió en loor de santidad el Viernes Santo de 1974 cuando contaba con 80 años. En principio fue enterrado en Comillas (Cantabria) pero en 1985 fue trasladado a una capilla de la Iglesia Parroquial del Milagro de San José en Salamanca.

Su epitafio dice así:

P. Manuel García Nieto, S.J.
Macotera, 5-IV-1894 - Comillas, 13-IV-1974
Vida de continua oración
Penitencia por amor a Cristo
Entrega generosa al pobre
Corazón sacerdotal

Como san José María Rubio, SJ en su humilde apariencia física resplandecía más la acción de Dios. Cuentan que una vez le dijo a un seminarista: "Cuando recuerdes mis defectos, anótalos para que no se te olviden". Ahora se ha dado un paso más para que brille como ejemplo de santidad para toda la Iglesia.

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