Ser un don,
no un simple regalo
no un simple regalo
El calendario nos va deslizando fechas y efemérides diversas que vienen a recordarnos las citas que la vida nos concita para no ser desmemoriados y, por ende, para no ser desagradecidos. Hay una fecha anual que coincide con la fiesta de la Virgen de Lourdes, cada 11 de febrero, y que tiene que ver con quienes frecuentan ese santuario mariano: son los enfermos, del cuerpo y del alma. En torno al sufrimiento que implica todo límite, toda carencia, toda menesterosidad, toda pobreza en nuestra vida, María tiene una palabra de consuelo, un ánimo de fortaleza, un regalo que nos permite ver las cosas un poco como las ven los ojos de Dios. Es experimentar en el cuerpo o en el corazón aquello de las bodas de Caná, cuando se quedaron sin vino aquellos novios y María intervino para interceder ante su Hijo con aquel «haced lo que Él os diga» (Jn 2, 5). Y las tinajas de agua aguada, se convirtieron en vino de alegría.
Ante esta nueva jornada mundial del enfermo que en esta semana celebramos, el papa Francisco ha escrito una hermosa misiva en torno a la gratuidad. De ella entresacamos estos pensamientos tan profundos y certeros: «“Gratis habéis recibido; dad gratis” (Mt 10, 8). Estas son las palabras pronunciadas por Jesús cuando envió a los apóstoles a difundir el Evangelio, para que su Reino se propagase a través de gestos de amor gratuito. La Iglesia, como Madre de todos sus hijos, sobre todo los enfermos, recuerda que los gestos gratuitos de donación, como los del Buen Samaritano, son la vía más creíble para la evangelización. El cuidado de los enfermos requiere profesionalidad y ternura, expresiones de gratuidad, inmediatas y sencillas como la caricia, a través de las cuales se consigue que la otra persona se sienta “querida”.
La vida es un don de Dios —y como advierte san Pablo—: “¿Tienes algo que no hayas recibido?” (1 Cor 4, 7). Precisamente porque es un don, la existencia no se puede considerar una mera posesión o una propiedad privada, sobre todo ante las conquistas de la medicina y de la biotecnología, que podrían llevar al hombre a ceder a la tentación de la manipulación del “árbol de la vida” (cf. Gén 3, 24). La acción de donar no se identifica con la de regalar, porque se define solo como un darse a sí mismo, no se puede reducir a una simple transferencia de una propiedad o de un objeto. Se diferencia de la acción de regalar precisamente porque contiene el don de sí y supone el deseo de establecer un vínculo. Cada hombre es pobre, necesitado e indigente. Cuando nacemos, necesitamos para vivir los cuidados de nuestros padres, y así en cada fase y etapa de la vida, nunca podremos liberarnos completamente de la necesidad y de la ayuda de los demás, nunca podremos arrancarnos del límite de la impotencia ante alguien o algo. También esta es una condición que caracteriza nuestro ser “criaturas”. No temamos reconocer esto, porque Dios mismo, en Jesús, se ha inclinado (cf. Flp 2,8) y se inclina sobre nosotros y sobre nuestra pobreza para ayudarnos y regalarnos aquellos bienes que por nosotros mismos nunca podríamos tener».
Lleva razón el papa Francisco al proponernos estas actitudes ante los hermanos enfermos, moviéndonos a ser don para ellos, con la entrega de nosotros mismos, y no como un regalo sobrado de una generosidad que tuviera simplemente nuestra medida. Más que dar… hemos de darnos. Llega un momento en el que con gravedad o como algo pasajero, todos experimentamos la carencia que implica cualquier enfermedad crónica o puntual. Felices quienes han aprendido a vivir la gratuidad de lo que damos aprendiendo los gestos del mismo Dios, dándonos por entero a quienes la vida nos envía.
Ante esta nueva jornada mundial del enfermo que en esta semana celebramos, el papa Francisco ha escrito una hermosa misiva en torno a la gratuidad. De ella entresacamos estos pensamientos tan profundos y certeros: «“Gratis habéis recibido; dad gratis” (Mt 10, 8). Estas son las palabras pronunciadas por Jesús cuando envió a los apóstoles a difundir el Evangelio, para que su Reino se propagase a través de gestos de amor gratuito. La Iglesia, como Madre de todos sus hijos, sobre todo los enfermos, recuerda que los gestos gratuitos de donación, como los del Buen Samaritano, son la vía más creíble para la evangelización. El cuidado de los enfermos requiere profesionalidad y ternura, expresiones de gratuidad, inmediatas y sencillas como la caricia, a través de las cuales se consigue que la otra persona se sienta “querida”.
La vida es un don de Dios —y como advierte san Pablo—: “¿Tienes algo que no hayas recibido?” (1 Cor 4, 7). Precisamente porque es un don, la existencia no se puede considerar una mera posesión o una propiedad privada, sobre todo ante las conquistas de la medicina y de la biotecnología, que podrían llevar al hombre a ceder a la tentación de la manipulación del “árbol de la vida” (cf. Gén 3, 24). La acción de donar no se identifica con la de regalar, porque se define solo como un darse a sí mismo, no se puede reducir a una simple transferencia de una propiedad o de un objeto. Se diferencia de la acción de regalar precisamente porque contiene el don de sí y supone el deseo de establecer un vínculo. Cada hombre es pobre, necesitado e indigente. Cuando nacemos, necesitamos para vivir los cuidados de nuestros padres, y así en cada fase y etapa de la vida, nunca podremos liberarnos completamente de la necesidad y de la ayuda de los demás, nunca podremos arrancarnos del límite de la impotencia ante alguien o algo. También esta es una condición que caracteriza nuestro ser “criaturas”. No temamos reconocer esto, porque Dios mismo, en Jesús, se ha inclinado (cf. Flp 2,8) y se inclina sobre nosotros y sobre nuestra pobreza para ayudarnos y regalarnos aquellos bienes que por nosotros mismos nunca podríamos tener».
Lleva razón el papa Francisco al proponernos estas actitudes ante los hermanos enfermos, moviéndonos a ser don para ellos, con la entrega de nosotros mismos, y no como un regalo sobrado de una generosidad que tuviera simplemente nuestra medida. Más que dar… hemos de darnos. Llega un momento en el que con gravedad o como algo pasajero, todos experimentamos la carencia que implica cualquier enfermedad crónica o puntual. Felices quienes han aprendido a vivir la gratuidad de lo que damos aprendiendo los gestos del mismo Dios, dándonos por entero a quienes la vida nos envía.
+ Fray Jesús Sanz Montes O. F. M.
Arzobispo de Oviedo
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