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martes, 1 de enero de 2019

Año del Señor de 2019. Por Bruno M.












Poco a poco hemos ido perdiendo muchas cosas sin darnos cuenta. Una a una, quizá parezca que no tenían importancia, pero lo cierto es que, en conjunto, ayudaban a vivir cristianamente y su ausencia dificulta la vida según la fe.

Estos días, por ejemplo, escuchamos (y decimos) por todas partes “feliz año nuevo”, “feliz año 2019”. Antiguamente, sin embargo, nunca se habría hablado del año 2019. Se habría dicho “año del Señor de 2019”, anno Domini, año del Nacimiento del Señor o algo similar.

¿Un simple detalle? Puede ser, pero era un detalle que volvía el tiempo de cara a Dios, que nos recordaba que los años, los siglos y los milenios no pasan porque sí, de forma impersonal y sin rumbo, sino que la historia del hombre y del universo tiene un principio, un final y, sobre todo, un centro: un niño pequeño nació pobremente en un pueblecillo desconocido, Dios se hizo carne, y ya nada será nunca igual.

Hablar del año del Señor no solo hacía referencia matemática a los años transcurridos desde el nacimiento de Jesús. También era una profesión de fe en que cada uno de esos años era del Señor, era propiedad de Cristo y estaba en sus manos. Cristo es el Señor de la Historia y nada pasa sin que Él lo permita de modo que forme parte de su designio de amor para nosotros.

Es decir, justo lo que necesitamos recordar, porque, al empezar el año, cada uno estará en una situación distinta. Sin duda muchos se encontrarán agobiados por la crisis que sufre la Iglesia, que ciertamente es muy grave; algunos tendrán problemas, miedos o sufrimientos personales y otros distintas esperanzas puestas en el año que nace. No sabemos qué sucederá durante los próximos doce meses: alegrías grandes y pequeñas o sufrimientos también grandes y pequeños, comedias o tragedias… En 2019 nacerán niños, se celebrarán matrimonios y, casi con toda seguridad, algunos de los lectores del blog o quizá el propio bloguero mueran este año.

Lo que sabemos de cierto es que, ocurra lo que ocurra, el año es del Señor y está en sus manos, no en las nuestras. ¿Vienen alegrías, comedias, triunfos, nacimientos y celebraciones? Bendito sea el Señor. ¿Vienen lágrimas, tragedias, fracasos, muertes y duelos? Bendito sea el Señor. En la vida y en la muerte, somos del Señor. Es su año: que Él haga lo que quiera con nosotros, porque sabemos que todo sucede para el bien de los que aman a Dios.

Para este año, que es de Cristo y no nuestro, sea nuestro lema el de la misma Madre de Dios, cuya fiesta celebramos: hágase en mí según tu palabra. O el de Santa Maravillas de Jesús: lo que Dios quiera, como Dios quiera, cuando Dios quiera. O el de San Ignacio: todo para mayor gloria de Dios. La bendición, la gloria, la sabiduría, la acción de gracias, el honor, el poder y la fuerza sean de nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén.

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