Mis más tiernos recuerdos infantiles de estas fechas
actualizan y rememoran un ambiente un tanto desaparecido. Un venir a Oviedo
desde mi pueblo (que era toda una aventura deseada y una excursión en toda
regla) entre trenes y “alsas”, y observar las calles de “la gran ciudad” engalanadas
de luces por todo lo alto con villancicos sonando en todas ellas. Una “calle
Uría” con una vida trepidante de sonidos, anuncios, luces y gentes abrigadas y
con bufandas, sonrientes y amables que, cargadas de regalos, se iban esquivando
unos a otros en una marea humana. Charcos y nieve; sí, nieve, porque en Oviedo
nevaba mucho y a mí me encantaba ver nevar, pisarla y ver el blanco del Naranco.
¡Olía a Navidad!...
Yo siempre iba con alguien de la mano, casi siempre de una
jovencísima tía sonriente, con una mirada contagiada de ese ambiente y que hacía
-que siempre hizo- de madre común de sus sobrinos, mientras la mía acompañaba (yo
eso lógicamente no lo sabía) a su esposo que se le "iba" poco a poco en la entonces
llamada “Residencia Sanitaria”. Una tía y una familia que se preocupaba muy mucho de que aquel niño viviera feliz la Navidad, ajeno a otra realidad inevitable.
Quizá me equivoque y la nostalgia embote un poco mi
preponderante racionalismo en ocasiones, pero yo creo que la gente de aquella
época era “más buena”. No se percibían preocupaciones ni conflictos políticos o
sociales más allá de tener un trabajo estable (que lo había), de vivir en armonía
familiar y vecinal (que en general también era la tónica) y tener salud para
disfrutar de todo ello sin radicalismo alguno. Donde la delincuencia común era
prácticamente inexistente, las llaves de las puertas de las casa estaban
siempre puestas por fuera, y donde los niños jugábamos solos en la calle y nos íbamos
en bici al fin del mundo sin más riesgos que una caída de ésta.
Tanto en el pueblo como en la ciudad la gente iba a misa
multitudinariamente a celebrar el nacimiento del Niño Jesús, y los belenes y
árboles de navidad estaban por todas partes sin que nadie nos obligara ni a
ponerlos ni a quitarlos. La gente tenía menor “calidad de vida” -dicen ahora-
pero también tenía menores necesidades y exigencias, y era un tiempo donde cualquiera podía aceptar sin temor alguno en
su mesa de Navidad a un pobre indigente.
“Papa Noel” era algo de los americanos o de los
finlandeses todo lo más, y "eso" estaba muy lejos… Nosotros sabíamos que la
noche mágica era la de unos reyes venidos del lejano oriente que se presentaban
el día anterior con una cabalgata de caballos y dromedarios que portaban los
regalos y tiraban de los cortejos reales. No eran tractores arrastrando
carrozas multicolor y luces “fashion” con reyes extraños y séquitos tipo
“Drag-queen”; o personajes escapados de “la Guerra de las Galaxias” que confunden
a los niños considerando, torpemente, que por serlo no se enteran…
En fin, que hoy he tenido nostalgia de unas navidades
pasadas y de las personas que desde el corazón me vienen al pensamiento, y, aunque
pasen los años, como ninguna navidad es igual a otra deberíamos pensar que cada
año podría ser la última. No perdamos, pues, la oportunidad de ser felices y
hacer felices a los demás en éstas, quién sabe si generando en ellos en el
futuro otras nostalgias de Navidad.
¡Feliz Navidad, feliz año
nuevo y ¡salud!
Joaquín,
Párroco
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