(Jóvenes Católicos- COPE) Estamos celebrando el Adviento como preparación a la Navidad. La Navidad no necesita pregoneros, ni publicidad. Habla por sí sola. El misterio que celebramos es elocuente; basta arrodillarse ante la cunita de ese niño recién nacido en un pesebre y, con palabras del poeta, “descubrir qué significa ser hombres y cuál es el sentido del universo”. ¡Qué afortunada frase la del teólogo alemán H.U. von Balthasar: “Cuando te atreves a mirar a Dios, descubres que Él ya te ha mirado primero; cuando te atreves a amar a Dios, El ya te ha amado mucho antes!”.
La Navidad es Misterio de solidaridad; en Navidad, el mismo Dios se hace hombre para que el hombre se haga Dios. Misterio de Amor. Misterio único: Cristo encarnado, Cristo Luz, Cristo libertador, Cristo restaurador cósmico…
¡Es Navidad! La noche de un suceso único. De la novedad más extraordinaria jamás sucedida. La noche en que Dios nos habló cara a cara y nos dijo: “soy uno de vosotros, soy como vosotros”. La noche del silencio y de la palabra. La noche que hizo posible la luz del sol invicto. La noche que desveló misterios y rompió laberintos y enigmas.
El Papa Francisco nos ha recordado que, en la Navidad, como puso de relieve san Francisco de Asís, descubrimos que todo un Dios se revela en los tiernos miembros de un Niño. En La Navidad, Dios ha llegado a ser el “Enmanuel”, el Dios-con-nosotros para siempre. En el Niño Jesús Dios se ha hecho tan cercano a nosotros que podemos hasta tratarle de “tú” como lo hacemos con un recién nacido… Dios viene desnudo, sin armas, porque no pretende conquistarnos desde fuera o por la fuerza sino que quiere ser acogido libremente; Dios se hace débil para vencer la soberbia, la violencia o el afán de poseer.
En realidad, no hay una sola Navidad, sino cinco al mismo tiempo, como lo dedos de la mano: la primera, cuando el Hijo de Dios vino en carne a nosotros hace más de 2000 años; la segunda, la del Hijo que en la Eucaristía se nos entrega cada día; la tercera, y más definitiva, la que juntos viviremos con la llegada de ese mismo Dios, victorioso, al final de los tiempos, cuando Él sea todo en todos. Aún existe una cuarta navidad: reconocer en cada hermano, sobre todo en los más sufrientes y necesitados, la huella única, misteriosa y sagrada de Dios mismo. El otro, mi hermano, es para mi sacramento e imagen de un Dios Personal y Vivo. Porque el hermano es la misma carne del Hijo de Dios encarnado y la misma carne de Jesucristo sacramentado y presente cada día en la Eucaristía. Y la quinta Navidad, la llamaría “mariana”: en su momento, todo un Dios pidió “permiso” a una joven-Virgen para poder entrar en este mundo nuestro. Hoy, en el tercer milenio, te pide permiso a ti para que le dejes entrar de nuevo en este mundo, naciendo en tu corazón. No te cierres. ¡Déja nacer a Dios en lo más profundo de ti mismo!
NAVIDAD: Misterio de Amor; misterio para el que hay que tener ojos y corazón nuevos para saber contemplar y alargar nuestra mirada hacia horizontes siempre renovados y cada vez más profundos.
NAVIDAD: viene Dios a hacerse uno de los nuestros.
NAVIDAD: Dios te mira a los ojos y te dice: “te quiero, como eres”.
NAVIDAD: el mismo Dios viene a tendernos la mano y a levantarnos del suelo, a reunirnos si estamos dispersos, a darnos utopía y esperanza, a crear en nosotros un corazón nuevo.
NAVIDAD: fiesta y misterio de solidaridad en tres dimensiones: Es la unidad entre Dios y su Creación: El Dios, que no cabe en el Universo, se hace tierra de nuestra tierra, historia de nuestra historia, carne de nuestra carne. Es la unidad Dios y hombre: en el Hombre-Dios, Jesucristo, se fusionan lo humano y lo divino; se encuentran criatura-creador. Es la unidad entre los hombres, sabiéndonos hermanos: el misterio navideño nos empuja a crear una nueva humanidad más fraterna, más solidaria y más universal. El Dios que nace trae un proyecto común para toda la humanidad: que seamos una sola familia, muy unidad, como Dios lo es en sí mismo.
Ojalá nadie pueda decir este año que la gran noticia ha pasado desapercibida. La crisis a todos los niveles, los problemas y desencantos de los jóvenes, las angustias y estrecheces de tanto millones de personas, el dolor y la violencia, no pueden apagar el mensaje de Amor y de Luz de Navidad. Dios sigue naciendo. Y ese Dios Amor, ese Dios hecho Niño, transformará nuestras vidas, personales y colectivas, y hará realidad, con la fuerza de su Espíritu, el mejor de nuestros sueños: esa gran fiesta de la unidad sin fin, en la que todos los pueblos hermanados en la Fraternidad, en la Justicia y en la Verdad celebraremos el gran misterio de una NAVIDAD, con Mayúsculas y para siempre.
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