En los ss. IV-V se empezó a hacer memoria de los santos y santas en la plegaria eucarística. Se recordaba sobre todo a las personas mártires, las que habían sido matadas por ser cristianas y vivir como tales. Según el lenguaje apocalíptico eran “los que vienen de la gran tribulación y han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero” (Apocalipsis, 7, 14) Después se fue haciendo memoria también de otros santos y santas. En el s. IX empezó a celebrarse en Roma la fiesta de todos los santos y santas el día 1 de noviembre y desde Roma se desparramó por el mundo entero hasta el día de hoy
La primera lectura del libro del Apocalipsis nos acerca a ese momento de la historia del cristianismo en la que existía un odio profundo a todo lo cristiano. El Apocalipsis tiene que infundir esperanza a aquellas primeras comunidades y a todas las que a lo largo de la historia han vivido su condición de hijos de Dios y hermanos de todos (2ª lectura) y eso ha despertado en ellos valores esenciales para construir una nueva humanidad (evangelio) a la vez que rechazo y odio.
Es un motivo de verdadero gozo y esperanza poder celebrar que siempre hubo hombres y mujeres que descubrieron la fuerza y ternura de Dios, como Jesús, que se abrieron confiadamente a él, que se dejaron construir por él y que se convirtieron así en personas de referencia, a las que miramos con orgullo y agradecimiento, con esperanza y con una cierta envidia, pues ¡quien pudiera ser, algo por lo menos, como fueron esas personas! Todos ellos y ellas siguen enviándonos su luz: su amor sin límites por los más pobres, su pasión por la justicia y por la paz y su sencillez en el servicio a los demás.
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